Al final del viaje
El filósofo Javier Sádaba viaja desde la Transición hasta la actualidad para retratar los diferentes momentos clave de la historia reciente y analizar la verdad detrás de décadas de cambios
La Transición consistió en pasar, teóricamente, de una dictadura a una democracia formal y, en la práctica, a un engrudo de franquistas y advenedizos demócratas. De ese engrudo engrasan todavía su maquinaria los partidos políticos actuales. Pero antes de la Transición se sitúan los estertores de la dictadura franquista, y Franco murió en la cama no sin dejar antes un largo reguero de sangre con el fusilamiento de cinco personas.
En los comienzos de los setenta fui expulsado de la universidad junto con otros compañeros, todos de Filosofía. Nunca supimos oficialmente el porqué, pero la razón obvia era que no agachamos la cabeza ante el moribundo franquismo. Alguna otra expulsión tuvo lugar en Físicas, como le ocurrió a Javier Solana, más tarde secretario general de la OTAN. A este lo readmitieron inmediatamente (algo lógico, pues era socialista; y los socialistas, guiados por el Pentágono, estaban amañando con los convertidos demócratas el paso de aquella dictadura a una más que endeble y oportunista democracia). En la universidad, y salvo el caso de Carlos París, un señor, un distinguido filósofo y un amigo, nadie movió un dedo; casi todos se encerraron en sus despachos, con el dodotis puesto, para seguir chismorreando como porteras y suspirando para subir algún escalafón en una especie de oficina siniestra. Aquí habría que recordar que Miguel Dols, catedrático de Latín, ejerció como verdugo desde su puesto de decano.
Fuera de la universidad las cosas no fueron muy distintas. Del razonable temor a los militares se pasó a un mantra, un eslogan y una consigna según los cuales todo valía. Si alzabas la voz, no eras realista; y si proponías algo acorde con unos ideales ya de mayor decencia democrática, eras un iluso que desconocía que la conducta ha de guiarse por el mal menor. Aquellos que se decían de una izquierda no reformista pronto pasarían a ocupar cargos en el Partido Socialista, y un manto de socialdemocracia paniaguada se extendió por todo el país.
Si alzabas la voz, no eras realista; y si proponías algo acorde con unos ideales ya de mayor decencia democrática, eras un iluso
Los puntos en los que más se luchó para acabar con el régimen de Franco fueron Euskadi y el Partido Comunista, con su correlato de Comisiones Obreras. De Euskadi me ocuparé con detalle más tarde porque es un buen termómetro para saber lo que ocurrió en ese Estado siempre dando bandazos que llamamos España. El Partido Comunista, prohibido y perseguido, entró pronto en la senda de un vaporoso movimiento con el nombre de «eurocomunismo». Dicho movimiento, en el que militaban curas y viejos guerreros, tenía al frente a Santiago Carrillo, que publicó un panfleto titulado Eurocomunismo. Esta forma de hacer política, entre ingenua e interesada, nos causa risa a los que nos toman portontiutópicos. Sí: el tontiutopismo, creer que desde las entrañas de un blindado sistema capitalista se aterrizará en un depurado y feliz comunismo.
Carrillo era el gran jefe y sus seguidores lo adoraban con arrobo. Yo lo conocí en varias tertulias radiofónicas en las que participamos. Era afable y astuto; y, aunque de mí decía que cantaba bien, cosa que no es falsa, me impresionaron sus ojos fríos y lejanos. Dudo que su obra haya sido para bien. Carrillo, más allá de los fieles, tenía dos escuderos: uno, Nicolás Sartorius, y el otro, Ramón Tamames. Sartorius ha acabado haciendo periodismo para este socialismo actual que de izquierda no tiene más que el nombre. Recuerdo que, compartiendo con él una mesa redonda sobre la OTAN, juró y perjuró que los comunistas no entrarían nunca en esa beligerante organización que defiende a los poderosos de Occidente. ¡Vivir para ver! Y bendita capacidad para estar bien hoy con unos y mañana con los contrarios… Respecto a Tamames, se ha hecho mayor apoyando a una derecha cerril. Aunque está en una orilla ideológica lejana a la mía, he de decir que lo considero una persona inteligente y libre.
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