2024, cuando el infinito multiplica por cero
Llegó el cierre del año y toca hacer ese sano ejercicio que es recapitular y observar con una cierta distancia dónde estamos hoy respecto a doce meses atrás, cómo nos situamos frente a nuestros congéneres y dentro del universo mismo.
A quienes buscan optimismo, hoy podría decirles que solo el hecho de permanecer es ya una buena noticia.
Para el resto, el artículo continúa. [Spoiler: la política no lo es todo].
Aunque parezca que hace toda una vida, sólo ha pasado algo más de un año desde que el 16 de noviembre de 2023 Pedro Sánchez volvió a ser investido presidente del Gobierno. Conformó su segundo Gobierno de coalición, en esta ocasión con Sumar, que no ha hecho más que sufrir descalabros electorales desde entonces y dilapidar en tiempo récord un capital político más construido sobre lo que pudo ser que sobre lo que era; y al final no fue.
Los votos de Puigdemont fueron necesarios para conseguir esa investidura y lo siguen siendo para sacar adelante casi cualquier iniciativa gubernamental. Y así fue como el apestado de Waterloo terminó por convertirse en ese oscuro objeto de deseo para el PP, que empezó a hacerle ojitos, sabedor de que puede generarle a Sánchez un desgaste aún mayor que el estruendo político, mediático y judicial que los populares tan bien manejan. En el otro lado de la balanza, la amnistía, al fin, para quienes promovieron el referéndum y la declaración de independencia de Catalunya en 2017, aunque torpedeada desde distintos frentes por los actores judiciales.
El poder judicial, ese coloso que en este país mueve los hilos de forma que las derechas puedan ganar en los tribunales lo que no consiguen en las urnas, ha sido uno de los responsables de que este 2024 se nos haya ido en un suspiro. O en uno detrás de otro. En tiempos no muy lejanos fue el juez García Castellón el que hizo y deshizo a su antojo, especialmente contra Podemos, y hoy es el juez Peinado quien se ha empeñado en acabar con el irreductible Perro Sanxe a base de perseguir a su esposa, Begoña Gómez. Si se consiguió con Podemos a base de causas falsas y coros mediáticos, ¿por qué no va a ser posible con Sánchez?
A Feijóo le ha venido dios-Peinado a ver, y junto con las cabeceras conservadoras, todos a una han abierto la grieta por la que colarse para intentar tumbar un Gobierno cuyos resultados macroeconómicos siguen asombrando a los principales organismos internacionales, que revisan al alza una y otra vez sus previsiones de crecimiento para España.
Recuerden esto último cuando ya no se sienten en la Moncloa los socialcomunistas, porque será entonces y solo entonces cuando España vaya bien, no antes. Y esto ya nos va sonando.
Para ese momento, alguien debería haber intervenido de manera radical el mercado de la vivienda para que vivir –a secas- deje de ser un lujo al alcance solo de los cachorros de Díaz Ayuso, los palmeros del neoliberalismo, fondos de inversión, fondos buitre y dueños de pisos turísticos. Ya van tarde. Dejar que pase un día más sin tomar medidas drásticas contra las comunidades autónomas (del PP) declaradas en rebeldía contra la ya insuficiente ley de vivienda es una irresponsabilidad que demasiadas familias y gente joven están pagando a un coste desmesurado. Es una emergencia.
Pero decíamos de Feijóo, el hombre que con grandilocuencia exige regular el papel del cónyuge del presidente del Gobierno pero que no dice ni ‘mu’ sobre las relaciones presidenciales con otros familiares; las primas y las hermanas, por ejemplo. Ay, la famiglia.
Feijóo ha pasado este 2024 de ser el hombre que no gobierna porque no quiere a compatibilizar la dirección del PP con sus labores como carabina de Díaz Ayuso: siempre a una distancia prudencial y ejerciendo una vigilancia discreta sobre el trampantojo cañí de Milei, pero sin quitarle ojo y siguiéndola muy de cerca, a ver si le va a hacer una desfeita y acaba como Casado, en paz descanse.
Mientras, el Milei de carne y hueso hace y deshace a su antojo sin que el Gobierno español diga ni una palabra sobre los recortes de derechos en Argentina ni sobre las persecuciones a periodistas mujeres que abanderaron los derechos feministas, alguna de las cuales ha tenido que refugiarse en España, donde un año después no ha recibido ni el más mínimo gesto institucional de apoyo. Demasiados intereses económicos en juego en el país austral, supongo. Mejor mirar hacia otro lado.
Y, en esos ires y venires, resulta que Alberto González Amador, el novio de la ínclita presidenta de ese centro del universo -y paradigma de las desigualdades sociales- que viene siendo Madrid, admite dos delitos fiscales ante la Fiscalía. Pero por arte de birlibirloque –y MAR mediante- termina convirtiéndose en víctima de una supuesta cacería política que acaba con una investigación abierta contra el Fiscal General del Estado, con el PSOE en el punto de mira y con un ramillete de periodistas querellados por llamar “defraudador confeso” a quien ha confesado haber cometido un fraude fiscal. Paradojas y maravillas del marketing político. Y de la era de la posverdad.
Posverdad. Ya fue elegida palabra del año en 2017 por el diccionario Oxford. Lejos queda ese 2017, dirán, pero no tanto: aquel enero tomó posesión por primera vez como presidente de EEUU Donald Trump, que este enero regresa a la Casa Blanca. El círculo se cierra y, en la punta del compás, la posverdad, con su poso etimológico un tanto bucólico, casi romántico, si me apuran. Así que mejor hablemos en plata: desinformación, mentiras, bulos son la gasolina de la extrema derecha en su auge planetario y el motor de la tuneladora con la que se socavan los cimientos de las democracias.
Nadie está a salvo. Lo vemos cada día, pero el ejemplo más cruel de esta nueva normalidad lo sufrimos hace relativamente poco, tras la devastadora DANA. Y no me refiero solo a las mentiras de Carlos Mazón, que a esta hora de 2024 sigue presidiendo la Generalitat. Manipuladores con páginas web propias, altavoces mediáticos y financiación institucional (o sea, con dinero público) aseguraron que en el parking de un centro comercial al que la UME aún no había podido entrar había centenares de cadáveres.
En cuanto se pudo acceder a dicho parking, se evidenció que no era así. Pero azuzar el caos en medio del caos se ha revelado como una eficaz estrategia para transmitir que todos los políticos juegan con intereses ocultos, que todos los periodistas mentimos, que todos los medios de comunicación son lo mismo. En definitiva, que “solo el pueblo salva al pueblo”. ¿Y quién es el pueblo ‘salvador’? Pues los vito-quiles, desokupas, alvises, ndongos, negres, adoradores del chupacabras y demás seres nacidos, criados, engordados y adulterados al calor de ese ecosistema en decadencia que son las redes sociales. Léanme la ironía.
Sí, esas redes sociales que un día pudieron ser una herramienta de control democrático (y que de hecho aún lo son en algunos rincones del mundo), están hoy en manos de plataformas y multimillonarios trumpistas que con sus algoritmos contribuyen a sesgar la información que reciben millones de personas. Por ejemplo, en Público hemos detectado que numerosas publicaciones nuestras sobre el genocidio de Israel en Gaza son eliminadas de manera sistemática y sin previo aviso de distintas redes. Mientras, Google decide restar visibilidad en sus buscadores a diarios como Público, limitando así el alcance de nuestro periodismo. A los medios (a algunos, al menos) estamos a punto de poder aplicarles el famoso refrán: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”.
Las guerras se libran más que nunca en el terreno del acceso a la información, precisamente porque nunca estuvo la información tan desmediatizada y porque nunca fue tan sencillo difundir mensajes de manera masiva, sean mentiras y miserias, sean testimonios y denuncias de violencia sexuales y machistas, sean pruebas gráficas del genocidio que Israel comete en Gaza sin presencia de periodistas internacionales.
Para lo bueno y para lo malo, el alcance de cualquier medio ha sido, es y será mucho más limitado que el de ejércitos de trolls en redes sociales al servicio de cualquier interés o que el de ciudadanos convencidos en masa de que lo que difunden es verdadero y único. La capacidad de tejer redes es única gracias a estas potentísimas herramientas a través de las cuales hoy mujeres relatan, como una sola voz, las violencias que se han ejercido contra nosotras de forma sistémica, provocando, por primera vez, que estas tengan consecuencias sobre ellos; pero también son esas redes las que abren la puerta y permiten que 70.000 varones compartan manuales de cómo violar a una mujer sin dejar rastro o que un sujeto como Dominique Pelicot reclutara a decenas de hombres para violar a su esposa mientras estaba drogada.
No, los medios no tenemos esta capacidad para construir redes, pero sí la tenemos para investigar (en concreto, a los poderes que rigen nuestros designios), para verificar y contrastar hechos y para hacer públicos desmanes, malas praxis y abusos de poder. No debe haber Gobierno ni autoridad que no se someta al escrutinio público del (buen) periodismo, porque la salud de las democracias depende en buena parte de ello.
Pensar que el ejercicio profesional del periodismo es prescindible y reemplazable por la acción de la ciudadanía puede ser tentador, pero cuando las estructuras democráticas se tambalean, agitadas por políticos irresponsables, de extrema derecha y mendrugos varios, tomar semejante camino solo conducirá a un deterioro aún mayor.
En ello estamos. Esa es precisamente la foto finish del momento actual, de este fin de 2024 y víspera de 2025: todo está irremediablemente mal. Y en ese todo, en esa globalización del desastre, lo importante se nos escurre entre los dedos porque todo pesa lo mismo y todo tiene el mismo valor.
Cuando el valor tiende a cero, como ahora, es recomendable encaramarse a lugares altos para ampliar el horizonte, no solo ante nuestros ojos, también a nuestras espaldas. Mirar mucho más atrás y reconocer el mundo que se construyó a partir de la II Guerra Mundial, regresar también a 1947 y a la partición de Palestina, analizar con detalle el desmembramiento de la URSS, la ampliación de la OTAN iniciada poco después de la caída del muro de Berlín… En la Historia están las respuestas y también, agazapada a veces, la esperanza.
Por un 2025 repleto de memoria y mirada larga. Nos seguimos viendo en Público.
Directora de Público. Antes, fundó 20 Minutos y pasó por El Mundo, Cinco Días y EFE. Ha sido vicepresidenta del International Press Institute y presidenta de la Plataforma por la Libertad de Información. Premio Libertad de Expresión de la Unió de Periodistes Valencians y Premio iRedes. Su artículo ‘La no violación’ dio lugar al movimiento #Cuéntalo.
FOTO: Alvise Pérez, en una protesta convocada por la ultraderecha en Madrid.
EUROPA PRESS / Carlos Luján
https://www.publico.es/opinion/2024-infinito-multiplica-cero.html