20 enero 2025

Ahora que estábamos todos tan entretenidos con el culebrón judicial en el que ya no se distingue dónde acaba la verdad y donde empieza la posverdad con su soniquete de mentira diligentemente encubierta, Puigdemont se ha percatado de que nadie le estaba prestando atención y, en su papel habitual de niño malcriado y caprichoso, ha exigido que Pedro Sánchez se someta a una cuestión de confianza.

Aunque no sea más que para visibilizar que pinta algo, porque está claro que no va a dejar caer a Sánchez para empezar a negociar lo mismo -y con los mismos resultados- con Feijóo. Lo que pasa es que Sánchez sabe que las votaciones del Congreso las carga el diablo y anda tratando de ver cómo zigzaguea el nuevo antojo del prófugo iluminado que, con siete escaños, tiene atrapado al Gobierno de España. No digo al Gobierno socialista, conste: digo al Gobierno de España porque tanto PSOE como PP han venido claudicando sistemáticamente ante los intereses del nacionalismo desde los tiempos de Felipe González fumando un puro con Jordi Pujol, Aznar hablando catalán en la intimidad, Zapatero reconociendo la identidad nacional catalana y el carácter plurinacional español o Rajoy organizando un pifostio monumental para responder al “desafío soberanista” de los ‘puigdemontistas’ y sus colegas de Esquerra.

Aquí, por acción o por omisión, siempre se ha beneficiado a quienes entienden la singularidad como lo que es: una muestra de trato desigual entre comunidades autónomas beneficiando a una de las que más tienen frente a las que siempre pierden (Extremadura, Canarias o Andalucía, por poner tres ejemplos).  Y en ese juego de precarios equilibrios estábamos, con los ministros midiendo las palabras cuando este Napoleón de baratillo ha convocado rueda de prensa para comunicar que se suspenden las negociaciones mientras no vayan a jugar con él un rato a Suiza y le den cariño. Es decir, que casi cincuenta millones de personas quedamos a expensas de lo que le venga bien a los neoconvergentes (que representan a 395.429 ciudadanos, el 1,6% de los votos para ser más precisos) para tener unos nuevos presupuestos o para cualquier decisión parlamentaria que requiera el consenso de una mayoría.  

A estas alturas de la situación y aunque fuese por dignidad, por no dejarse chantajear por un individuo fugado de la justicia, los partidos de Estado tendrían que ser capaces de llegar a acuerdos de mínimos en asuntos fundamentales como la inversión en estado del bienestar, salud, educación, vivienda o trabajo. Lo que pasa es que hemos alcanzado un nivel de crispación y de agresividad que imposibilita las comunicaciones normales dentro de lo institucional entre el presidente del gobierno y el líder de la oposición. Porque nadie les ha pedido que sean amigos; nos conformamos con lo razonable: que sean capaces de afrontar un problema común que se llama independentismo autocrático y que daña los principios constitucionales más elementales.

La deriva actual supone la constatación de su fracaso para frenar las desigualdades entre territorios y subraya la urgente necesidad de que reconozcan la gravedad de la situación, el peligro que enfrentamos todos. Tienen que darse cuenta de que, a fuerza de decepciones, la ciudadanía está perdiendo la confianza no sólo en los dirigentes, sino en los partidos políticos que han representado históricamente los legítimos posicionamientos ideológicos que responden a la pluralidad de intereses generales dentro de nuestro modelo democrático.

FOTO: lustración: Raúl Arias.

https://www.ideal.es/opinion/remedios-sanchez-cuestion-confianza-20250120231456-nt.html