Miles de refugiados entran en vía muerta
Croacia, Serbia y Macedonia cierran sus fronteras y clausuran de esta manera la ruta de los Balcanes hacia Europa Central
Se cumplen cinco años de lo que en el futuro se conocerá, por desgracia, como el genocidio sirio, el primero en la lista de masacres humanitarias del siglo XXI. Para celebrar esta sangrienta efeméride, la Unión Europea se ha sacado de la manga la idea de bloquear el paso de los refugiados que huyen de sus criminales, una medida que viola íntegramente la ética, pero también la protección que ofrece a los refugiados la Cuarta Convención de Ginebra, relativa a la protección de civiles en tiempo de guerra.
He dedicado el último año a investigar las circunstancias en las que se inició y se llevó a cabo, entre 1915 y 1922, el genocidio contra el pueblo armenio. Y los paralelismos que encuentro con lo que les ocurre a los sirios me estremecen. Cien años después de que ese pueblo legendario se quedara sin tierra y al borde de la extinción, la Historia se repite como si nada. Nadie reconoce que aquello fue un genocidio y nadie reconocerá, me temo, que el exterminio sistemático al que están hoy sometidos los sirios es también un genocidio y también tiene responsables.
En los últimos cien años han aflorado pruebas irrefutables de que la Turquía de entonces fue responsable de la muerte de 1,5 millones de armenios y de que la actual Turquía se quedó con la mitad de aquel país, integrándolo en lo que hoy es la Antakya turca y todo el vasto territorio del Este. Sin la generosidad de Siria, que acogió e integró al 70% de los supervivientes, el pueblo armenio habría dejado de existir. Sin duda. Hasta el comienzo de la guerra en Siria, de hecho, la población de la ciudad de Alepo era mayoritariamente armenia.
Esto quiere decir que, junto a los sirios hacinados en las fronteras europeas, hay cientos, miles de sirios originarios de Armenia que repiten mala suerte, porque son directos descendientes de los supervivientes del aquel primer genocidio del siglo XX perpetrado por Turquía.
Se me ponen los pelos de punta cuando escucho en España hablar a los nuevos políticos de «genocidio lingüístico», entre otros «genocidios» de los que hablan, malogrando la definición tan precisa y tan bárbara que Raphael Lemkin dio al término genocidio. El jurista lo definió en 1939 como el conjunto de actos sistemáticos «perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso». Entre esos actos, Lemkin citaba expresamente la matanza, la lesión física o mental, el sometimiento y el «traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo».
Quizás yo sea muy sensible, pero el bloqueo de la UE al éxodo del pueblo sirio, la negativa a darles asilo en Europa, incluye, de forma explícita, ese traslado por la fuerza de niños a territorio turco. También incluye la expulsión de refugiados sin haber garantizado en modo alguno su integridad física o su supervivencia. Y la inacción de Bruselas a la que venimos asistiendo en el último año en el drama que se vive en las costas de Grecia puede tener muchos nombres, claro que sí, pero estoy seguro de que la palabra crimen es la que mejor se ajusta. Crimen contra la humanidad, sí. Para qué andarnos con eufemismos.
Me temo que cuando haya pasado un siglo, en el año 2116, la Historia no habrá reconocido como genocidio la masacre sistemática que llevan sufriendo los sirios en los cinco últimos años. Pero entre las pruebas acumuladas para responsabilizar de genocidas a los gobiernos europeos estará, entre las primeras, esta medida que Bruselas y Turquía se han sacado de la manga: la expulsión y confinamiento de un pueblo entero, incluidos sus niños, que huyen de las bombas que les lanzan, entre otros, Turquía y la Unión Europea, ambos firmantes de las Convenciones de Ginebra y de la resoluciones de la ONU sobre genocidios.
La llamada ruta de los Balcanes quedó cerrada ayer para los refugiados de Oriente Próximo después de que se restaurara en la medianoche de ayer la normativa Schengen. En respuesta a esta medida, otros países de la zona, como Bulgaria o Hungría, elevaron su alerta por si los peticionarios de asilo buscan un itinerario alternativo hacia Europa central.
Como en ocasiones anteriores, la decisión de un país, está vez Eslovenia, causó una reacción en cadena que forzó el cierre de la ruta a través de Croacia, Serbia y Macedonia, países que aunque no están en la zona Schengen, de libre circulación comunitarias, aplicaron las mismas reglas. El cierre paulatino de las fronteras en los Balcanes ha dejado varados en Grecia a unos 36.000 refugiados, según datos oficiales helenos.
Este paso no es una medida unilateral sino que fue acordada en la cumbre europea de esta semana sobre refugiados, dijo el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. «El flujo irregular de inmigrantes a lo largo de la ruta de los Balcanes occidentales ha llegado a su fin. No es una cuestión de acciones unilaterales sino una decisión común de la Unión Europea (UE)», aseguró Tusk en su cuenta de la red social Twitter.
«Doy las gracias a los países de los Balcanes occidentales por aplicar parte de la estrategia global de la UE para hacer frente a la crisis migratoria», agregó el responsable comunitario. Según indicaron fuentes comunitarias, estas iniciativas van encaminadas a «preservar la legalidad» del reglamento de Dublín -que estipula que los demandantes de asilo deben presentar sus solicitudes en el primer país de entrada a la Unión- y del propio Espacio Schengen.
La medida no provocó ningún disturbio en las fronteras de Eslovenia, Croacia y Serbia porque los refugiados llegan con cuentagotas tras el cierre de la frontera de Macedonia con Grecia. Precisamente ayer el Gobierno macedonio anunció oficialmente que cierra su borde con Grecia tras dos días en la que ha estado de facto sellado y ningún refugiado logró cruzarlo.
«Desde que Eslovenia ha vuelto a aplicar plenamente las reglas Schengen en la frontera con Croacia, en los pasos fronterizos no se nota ningún cambio», confirmó ayer una portavoz de la Policía eslovena. Según datos del Ministerio del Interior del mencionado país, desde el pasado domingo no ha llegado ningún refugiado, mientras que en días anteriores entraban varios cientos al día. Eslovenia no permitirá entrar a quien no tenga pasaporte o visado pero abrirá sus puertas a quien quiera solicitar asilo en el país.
Croacia, que no forma parte de Schengen pero sí de la UE, siguió el ejemplo de Eslovenia y prohibió el tránsito a quien no tenga la documentación apropiada. «La ruta balcánica está cerrada», resumió en rueda de prensa el primer ministro croata, Tihomir Oreskovic, al tiempo que explicó que «quien no pida asilo no puede pasar». «En dos semanas hemos reducido el tránsito de refugiados de 3.200 al día, límite que hace dos semanas fijó Austria, a cero. Creo que se trata de un resultado muy positivo, que hemos logrado sin tensiones ni incidentes», agregó.
También Serbia introdujo las restricciones después de que Eslovenia le informara de que iba a restaurar la normativa Schengen. En Serbia no ha entrado ningún refugiado desde la vecina Macedonia en las últimas 48 horas, informó ayer la televisión pública serbia.
Mientras tanto, la posibilidad de que las decenas de miles de refugiados que hay varados en Grecia o otros países balcánicos puso ayer en alerta a las autoridades de Bulgaria y Hungría. El comisario europeo de Migración e Interior, Dimitris Avramópulos, afirmó que los países de la región «están preparados» ante la posibilidad de que los refugiados busquen una nueva ruta de entrada en la UE tras el cierre de la de los Balcanes.
Avramópulos señaló que «siempre hay una posibilidad de que estos flujos se deriven hacia otras direcciones si la ruta de los Balcanes está cerrada», aunque «por el momento no es el caso». «Pero todos los países de la región están bien preparados, incluso para esta probabilidad», declaró en una conferencia de prensa.