24 marzo 2025

Uno de nuestros seguidores, Luis Jiménez, hace unos días solicitó la transcripción del artículo publicado por Cecilio Jiménez Rueda en el especial de Atarfe, publicado por IDEAL el 7 de abril de 1935. El artículo dice así:

<<Atarfe cuyo nombre significa en árabe El Puntal (y no taraje, como se había dicho), está asentado en la falda sur del Castillejo, uno de los picos más orientales de Sierra Elvira, dando frente a la rica y hermosa vega de Granada.

En la cima del Castillejo se ven aún un aljibe y otras ruinas del antiguo castillo conocido por El Puntal, que dio nombre al pueblo y sirvió a los moros de defensa y de centinela avanzado contra las incursiones de los cristianos en la vega.

Punto de partida de este pueblo debieron ser dos pequeños grupos de casas (calle de las Moreras y de san Pedro) restos deteriorados de la antigua y abierta ciudad de Iliberis, donde en el año 305 tuvo lugar el famoso concilio Eliberitano; ciudad que fue abandonada por sus moradores, poco antes de la invasión de los árabes, para acogerse a las fuertes y buenas defensas de Granada que creció por esto extraordinariamente.

Hallazgos arqueológicos

Algunas de las personas que aún viven en Atarfe han visto sacar de una haza situada a la salida del pueblo, durante una cava honda, cantidad tan enorme de botijos y candiles de barro cocido, que se hubiera podido cargar varios carros, lo que parece indicar que allí hubo una alfarería; también se sacó una piedra de 60 centímetros de largo, otro tanto de ancho y 30 de alto con un hoyo circular en el centro y una muela acoplada al mismo, como para girar en él y moler alguna cosa; y un disco de bronce con calados formando dibujos bonitos y tres asas, como para ser suspendido por cadenas en forma de lámpara.

En una viña cerca del cerro del Almirez se sacaron dos tinajas en perfecto uso, como de veinte arrobas de cabida. Muchos atarfeños han pisado las plantas de habitaciones con más de medio metro de muro o pared pintadas en rojo, que se abrieron cerca del cortijo de las Monjas, y junto a ellas un fuste de columna gruesa casi entero; en un olivar, unos 60 metros de ese sitio, al abrir una zanja salió una cantidad grande de trigo quemado; y por debajo del cortijo de Marugán muchas sepulturas de ripio cubiertas de losas, todas con los pies al saliente, de las que sacaron anillos y brazaletes de oro y plata y otros muchos objetos.

Hubo una gran ciudad

Los que hemos visto y tocado todas estas cosas, y me cuento entre ellos, no podemos dudar de ninguna manera de la existencia de una gran ciudad, limitada al sur por el Charcón hasta el cortijo de las Monjas, al oeste por el cerro de las Canteras, el del Almirez y los siguientes hasta Atarfe al norte y por las eras de este pueblo y el pueblo mismo al este. Si esa ciudad no fue Iliberis, como ahora se pretende siguiendo a Mármol, hay que decir que ciudad fue esta y por qué lleva tanto tiempo el nombre de Elvira la sierra de este nombre.

Es mucho más lógico y más conforme con los descubrimientos y otros muchos datos pensar que esta de aquí, de Atarfe, fue la antigua Iliberís, que dicha ciudad fue quemada y abandonada poco tiempo después, estableciéndose sus huidos moradores en el Albaicín de Granada, donde continuaron sus usos y costumbres, donde reproducirían algo de lo perdido y hasta llevarían se al nuevo, muchos restos de su antigua y querida ciudad.

No es pues, extraño ni contradice nuestra creencia el que se hallan encontrado en el Albaicín restos y objetos iliberitanos.

La batalla de la Higueruela

A la salida de Atarfe por el lado de Granada hay un pobrísimo manantial a cuyo frescor brotan algunos tallos de higuera silvestre denominado “La Higuerilla”, en donde tuvo lugar la célebre batalla de la Higueruela, librada por don Juan II de Castilla en 1431 contra las huestes de Mohamed Al Zaquir y en la que es fama que perecieron más de treinta mil moros.

Llega don Juan II al castillo de Alhendín que había tomado a los moros el condestable don Álvaro de Luna y otros caballeros, dio orden de avanzar. Mohamed al Zaquir había puesto sus tiendas en el propio Atarfe de donde las tomaron los cristianos al final de la jornada.

No eran solo caballeros moros de Granada, adiestrados en las justas y torneos los que allí combatieron; sino que tribus enteras con flechas y lanzas que habían bajado de la Alpujarra tomaron parte en la acción, unidos al populacho armado de puñales y chuzos.

Ni moros ni cristianos cejaron en muchas horas, hasta que el condestable arengó a sus caballeros y al grito de “Santiago, Santiago” arremetió con tal empuje que los moros titubearon primero y al fin huyeron a la desbandada.

Lástima que, de este hecho, solo comparado a la batalla de las Navas y del Salado, no se sacara provecho alguna para Castilla por las discordias de sus magnates.

En 1492 durante el sitio de Granada por los Reyes Católicos, mantuvo a raya El Puntal a los cristianos que intentaban correrse por este lado de Atarfe.

No pudo impedir, sin embargo, que se librara otra acción junto al acequión de Atarfe, en donde cayó herido el joven don Martín Vargas de Arce, quién fue a morir a Sigüenza en cuya catedral tiene un sepulcro con estatua yacente y una lápida que cuenta lo dicho.

Desde la toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492 hasta cerca de los finales del siglo XVI, vivieron en toda la vega y por tanto en Atarfe, muchos moros que aceptaron las leyes de Castilla y las derivadas de las Capitulaciones de Santa fe, juntamente con los pocos cristianos que se trajeron de las regiones colindantes y de más lejos. Así se ve en un libro manuscrito, copiado por el antiguo maestro Galiano, del archivo antiguo del municipio, y que conservan sus herederos que hay, a más de trabajos de lindes y de valoraciones de términos, muchas escrituras de compraventa, cuyos vendedores y a veces también los compradores, son moros con sus nombres y apellidos moros.

En 1563 y 69 tuvo lugar el levantamiento de la Alpujarra conocido con el nombre de Guerra de los Moriscos, al que unieron la mayor parte de los moros de la Vega, dejando esta casi despoblada; y como al ser derrotadas, los que no pasaron al África, fueron internados a Castilla, Aragón y otras comarcas, continuaron las cosas así hasta el 1609, en que fueron definitivamente expulsados de España.

Hubo pues necesidad de traer a la vega familias del centro, las que tardaron en aprender a labrar la tierra con la soltura y habilidad con que la labraban los árabes. Particularmente el reparto de aguas de la Acequia Gorda y del Caz de Jotáyar, dio lugar en Atarfe a multitud de pleitos, distinguiéndose el antiguo conde de Santa Ana, que defendió con tal tesón sus derechos que aún hoy le quedan algunos a la actual casería del Conde de Santana, situado a poco más de un kilómetro de Atarfe, aunque ya, cuanto ha, es finca poseída por propietarios de Granada, que no tienen nada que ver con el citado conde.

Y si bien está ya hoy completamente regularizado por una ley al servicio de aguas de la acequia Gorga, no lo está aún el del Caz de Jotáyar, que se rige por acuerdos de la comunidad de regantes en juntas que se celebran anualmente.

Durante el siglo en que convivieron aquí moros y cristianos, debieron, menudear en Atarfe, como en otros pueblos, luchas sangrientas que, si dejaron, por mucho tiempo, el resabio del crimen de sangre a la menor fiesta que se celebrase, sellaron también buenos soldados para la lucha por la Independencia.

En 1643 se construyó la iglesia de la Encarnación, parroquial de este pueblo, que, con otras edificaciones, unió sus dos antiguos barrios y contribuyó a suavizar algo las costumbres; siendo sustituido más tarde su primitivo retablo por un valioso tabernáculo de ocho columnas de finísimo jaspe negro sacado de las canteras del Rey de Sierra Elvira.

No quiere decir esto que antes no hubiera parroquia en Atarfe, pues ya Jorquera cita hacia 1580 a dos beneficiados de la parroquia de Atarfe, uno de los cuales pasó luego a Granada y el otro se lució mucho en unas oposiciones.

Se acometió bien pronto la traída a Atarfe de aguas potables, que vertieron en un pilar que se estableció al aire libre, próximo a la iglesia y sobre cuyo respaldo se edificó más tarde la llamada casa del Pilar, y hoy Casino de Labradores. En 1863 se inauguró la estación de ferrocarril y sucesivamente se ha visto Atarfe dotado de un buen cementerio, darros de desagüe, un depósito de aguas y tres fuentes públicas, un esbelto y capaz mercado de abastos, línea de tranvías, etc.

En el país de las leyendas, no podía Atarfe dejar de tener la suya propia.

Cuéntese que a mediados del siglo XVII habitó en una raja de Sierra Elvira, una santa mujer que se dejaba ver muy pocas veces, y siempre para llevar medicina a algún necesitado y consuelo a los afligidos. A medianoche de un día de verano tocaron solo las campanas al Santo Viático y se vieron ir desde la recién construida iglesia, camino del cortijo de las Monjas, dos filas de luces que se perdieron en la raja de la Santa, que así se llama hoy.

Se creen que fueron los ángeles los que llevaron el Señor a la Santa enferma, la cual se apareció luego una sola vez a anunciar que velaría desde el cielo por la dicha de los vecinos de este pueblo.

Hoy es Atarfe un pueblo laborioso y rico, que tiene fábricas de alcohol, de productos químicos agrícolas, de azúcar de remolacha, de cementos especiales, etc, que cuenta con dos escuelas nacionales graduadas y otras dos particulares, y que no tiene más que una contra, y no es chica, la división de sus vecinos en bandos que mutuamente no se quieren resabiando del antiguo trato con los moros y fruto de las torpes artes de la política.>>

Ermita y explanada de Santa Ana a principios del siglo XX.

Gacetilla y curiosidades elvirenses.