22 marzo 2025

La abuela quiere irse a una residencia. Hasta ahora ha ido de visita, piensa que vivir allí tiene ventajas; ella se aproxima al final de su vida (nunca sabe uno cuándo desembocará este río) y no quiere molestar.

Tal vez los hijos deberían hacérselo mirar, porque ella, aunque vieja, sabe más, intuye más, sospecha más, ha vivido más y ya lo dice el dicho con aquello del diablo. Pero las generaciones nuevas, que ya no son la suya, creen que ellos, ellas saben mejor lo que a la abuela le conviene. Tal vez consultan, o no.

El caso es que le dan vueltas. En la residencia estará con gente de su edad, eso se piensa, pero en realidad no es tanto, porque el abanico de años puede llegar hasta la edad de sus propios hijos, o por arriba irse hasta algunas generaciones anteriores. Es el estado físico y mental el que parece contar con mayor fuerza, mucho más que los años. Ella valora que no estorbará, que no será una carga. Pero ahora llegan los inconvenientes, todos justificables. O no.

La ubicación de la residencia, generalmente en las afueras, impide que salga y entre a sus cosas, su farmacia, su pan, su paseo por el parque; las visitas ya sí serán tales, porque no pasarán de los espacios establecidos, su vivir se verá constreñido, y en las afueras, casi siempre en las afueras. Pero si algún día necesita cuidados más especializados… entonces todo será diferente. También está lo del dinero, que eso no es ninguna tontería, porque el tiempo para conseguir plaza tal vez no le dé, eso los gobernantes lo callan. Ella dice que qué hace aquí ya. Lo que ocurre es que ese aquí no va referido a su casa

FOTO: https://www.residenciabelosoalto.es