«DOS MAESTRAS»por Remedios Sánchez

Cuando las flores de los cerezos iluminan el camino de llegada de mayo se nos han marchado serenamente, con la elegante discreción que siempre las ha caracterizado, dos maestras.
Yo sé que hay gente que cree que el término “maestro/a” no acaba de adaptarse fuera del ámbito de las primeras etapas educativas, pero a mí se me antoja una de las palabras más hermosas del diccionario porque los maestros, los verdaderos maestros, no enseñan en una etapa concreta, sea la que sea, ni se ocupan sólo de explicar una disciplina. Esto se sobreentiende.
Quienes poseen el don mágico del magisterio transforman el modo de mirar la vida, aportan ilusión y optimismo a sus discentes para ser partícipes de la construcción de un mundo mejor, más igualitario, más honesto, más verdadero y comprometido con las personas. Por eso, para mí, maestras han sido María Castellano y Lola Álvarez, ambas catedráticas de la Universidad de Granada.
María, la primera catedrática de Medicina de España, experta en la erradicación de la lacra que es la violencia familiar y de género; Lola, catedrática de Didáctica de la Expresión Plástica y pilar de la Facultad de Educación de Granada, que ha estado más de treinta años edificando ilusiones como castillos, formando a las nuevas generaciones de docentes que deben transmitir su pasión por el arte.
Ambas representan dos formas complementarias de ver el mundo: el universo de las ciencias y el universo del arte que, cuando se abordan desde el compromiso humanista, vienen a ser las dos caras de una misma moneda. Por eso, ambas han sido muy queridas y muy respetadas en sus respectivos ámbitos de actuación, donde su declarada pasión por hacer posible lo teóricamente imposible, de obrar el milagro, ha supuesto la ruptura de eso que llaman el techo de cristal, que a veces se antoja de hormigón armado. Y todo con una sonrisa, sin alzar la voz siquiera, desde la exquisita mesura a la que obliga la inteligencia sutil para ser verdaderamente útil a las demás que vienen detrás.
Ellas, las dos, supieron ver que el camino se hace al andar con paso firme y sin dañar, reivindicando lo que cada cual tiene de valioso para conformar equipos heterodoxos, diseñar aventuras que han culminado en éxitos rotundos que han consolidado la trascendencia capital de sus trayectorias.
La de María Castellano, más dilatada en el tiempo, lo que no minimiza lo que implica su pérdida, porque escuchar su voz de referente necesario era comprender la Historia verdadera de una generación de luchadoras infatigables, de pioneras admirables.
La de Lola Álvarez, cortada en flor en un excepcional momento vital y profesional, mientras presidía la Sociedad para la Educación Artística y liderando diferentes proyectos. Ejerciendo de mentora que abre senderillos inexplorados a quienes llegan con ilusión y ganas de ser verdaderos universitarios. En su caso, como en los versos hernandianos, “temprano levantó la muerte el vuelo, / temprano madrugó la madrugada”, se marcha dejándonos con una sensación extraña de lienzo inacabado, pero con el convencimiento de que lo van a continuar sus compañeros, sus discípulos.
Esa esperanza certera nos salva: comprender que el legado de estas dos maestras, Lola Álvarez y María Castellano, inmensas en bondad y sabiduría, ha sido lluvia fina que cala la tierra fértil y crecerá como un árbol frondoso, hogar de ruiseñores y de mirlos, alzándose al azul del cielo.
foto-montaje : mcv