El regreso de la mili: del rearme europeo a la militarización social
“Pagamos mil años de cárcel, pero conseguimos que nadie quisiera hacer la mili”. Esta afirmación de Pepe Beunza, el primer objetor de conciencia por motivos políticos al servicio militar obligatorio, cuestiona la versión oficial sobre el final de la mili.
Un relato que invisibiliza la insumisión, quizás el movimiento contemporáneo de desobediencia civil más importante de Europa, para justificar el fin del servicio militar obligatorio como consecuencia de la profesionalización de los ejércitos, como obra y gracia del entonces presidente José María Aznar.
Casi 25 años después de la desaparición de la mili, en España, al igual que en la mayoría de los grandes países de la Unión Europea, la única forma de ingresar al Ejército es de manera voluntaria, aunque esta situación está cambiando rápidamente. En los últimos años, el panorama geopolítico europeo ha experimentado transformaciones significativas: la guerra en Ucrania y la percepción de la amenaza rusa no solo sirven como coartada para el proyecto de las élites de emprender un rearme continental, sino también para que varios países como Alemania, Polonia, Italia y Francia evalúen el retorno del servicio militar.
Al inicio de la guerra de Ucrania, el entonces jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, afirmó: “Los Ejércitos europeos están en los huesos”. La progresiva desmilitarización de la sociedad, marcada por la profesionalización de los Ejércitos y la desaparición del servicio militar obligatorio, fue una tendencia consolidada hasta la invasión rusa. Esta situación ha provocado un descenso sostenido de los efectivos militares en toda Europa. En este sentido, un informe de la Organización Europea de Asociaciones y Sindicatos Militares (EUROMIL), que analizó la evolución de los ejércitos en 15 países europeos entre 2010 y 2020, concluyó que dos tercios de los países contaban con menos soldados que una década atrás; Alemania y Bélgica, por ejemplo, habían perdido un 25% y un 26,5% de sus efectivos, respectivamente.
Ante esta reducción de personal, el servicio militar aparece como la única vía no solo para incrementar los efectivos, sino también para reforzar las filas de la reserva. La política de rearme europeo carece de credibilidad si no logra fortalecer su capacidad numérica y logística. Si Europa va a destinar 800.000 millones de euros al rearme, debe haber quien utilice esas armas y atienda la constante necesidad de renovación y mantenimiento. Porque los Ejércitos profesionalizados, por sí solos, no bastan: necesitan un contingente de reserva.
Sin embargo, los problemas de las Fuerzas Armadas europeas no se limitan a los números; también tienen que ver con la mentalidad. En este sentido, el vicepresidente de Estados Unidos aseguró recientemente que ya no existen los «Ejércitos vibrantes» de antaño en Europa, capaces de defender su territorio. Muchos expertos militares coinciden en señalar que el gran desafío europeo no solo radica en las armas, sino en la falta de ejércitos y sociedades dispuestas a empuñarlas. Como expresó el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, en Bruselas el pasado diciembre ante expertos en seguridad: “Es hora de adoptar una mentalidad de guerra”.
Cuando la población no desea empuñar las armas ni posee una mentalidad bélica, es necesario construirla. ¿Y qué mejor herramienta para ello que la propaganda del miedo y la inseguridad? En los últimos meses, varios países europeos han lanzado recomendaciones aleccionadoras, imaginando garajes y estaciones de metro transformados en búnkeres, repartiendo guías de supervivencia, organizando simulacros de evacuación masiva o promoviendo kits de emergencia ante posibles ataques. Así se construyen narrativas que entrenan a la población para vivir atemorizada, bajo la apariencia de consejos útiles. El miedo como combustible para avivar el ardor guerrero, justificar el rearme europeo y llenar de voluntarios los Ejércitos.
Aquí es donde el servicio militar cobra un papel esencial en la militarización de nuestras sociedades, no solo capacitando a parte de la población como ejército de reserva, sino también fomentando una cultura castrense entre la juventud, basada en la obediencia, la disciplina y la supuesta defensa de la patria. Es fundamental recordar a quienes, desde supuestos postulados progresistas, defienden el rearme e incluso proponen un impuesto europeo para financiarlo, que no es posible un rearme sin la militarización de los espíritus. Una política que trasciende el mero aumento del gasto militar y supone un auténtico cambio de paradigma en Europa, acercándonos peligrosamente a un escenario de guerra.
En un momento en que Europa emprende el mayor rearme desde la Segunda Guerra Mundial y debate seriamente una re-militarización social con el retorno del servicio militar, es imprescindible recuperar y reivindicar un movimiento de desobediencia civil antimilitarista como la insumisión para, como escribió Walter Benjamin, encender sobre el rescoldo del recuerdo de las luchas pasadas la chispa de la esperanza en un presente en paz.
Por Miguel Urbán
FOTO: Efectivos del Ejército español durante una visita del Rey Felipe VI a la Brigada ‘Aragón I’ del Ejército de Tierra.Europa Press
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