«A la tercera» por Juan de Dios Villanueva Roa
Los ritmos impuestos durante los últimos lustros con las redes han calado en la sociedad atrapada en tifones de aconteceres. No hay uno que salve a los anteriores.
Cada noticia es peor que las precedentes. El mundo ha entrado en una dimensión que solo beneficia a quienes ganan siempre, los inmensamente poderosos. Sus adláteres aprovechan para arrimarse sin apostar: todo ha de ser ganancia y mientras peor, mejor. Las vergüenzas humanas crecen de la mano de los intereses que se esconden en aquella filosofía del maligno.
Los locos gobiernan el mundo mientras el resto contempla atónito el desarrollo de los hechos: bombas, matanzas, hambres, odios, robos, destrucción, muerte, caos… de los demás, porque aquí seguimos con nuestras cosas, en las que tenemos también nuestra escoria vergonzante entretejida en el cuerpo social. Nadie parece escaparse porque nadie se escapa, aunque mientras unos justifican e intentan depurar, otros se ponen de perfil para atacar tapándose también sus vulnerabilidades (vergüenzas de toda la vida).
Los demás opinamos o nos callamos o miramos para otro lado. Y a la velocidad que van los acontecimientos, ese loco que se ha hecho con el poder en la tierra no deja de mirar al cielo para ordenar que sigan cayendo bombas a su antojo, capricho y diversión, como en los juegos de mesa, para distraer de las barbaridades que hace en casa de sus votantes, como si los demás, casi ocho mil millones de gentes, fuéramos fichas de juego para su diversión, para que sus amigos se enriquezcan y las alimañas se venguen.
A la de tres era cuando comenzaba el juego; ahora se juega a que pueda ser el final en una tercera guerra mundial de la mano de un imbécil asesino al que nadie quiere parar. Sus mangurrinos lo aplauden.