«EL QUERIDO DONALD» por Remedios Sánchez

La Europa/princesa fenicia raptada por Zeus en la leyenda que incorporó Ovidio en su ‘Metamorfosis’; la misma Europa de Carlomagno, del Renacimiento, el descubrimiento de América o la Revolución francesa; la que fue cuna de la democracia, de Aristóteles, Galileo, el Renacimiento, la Revolución Industrial o Marie Curie -que es lo mismo que decir del progreso humano en genérico-. Esa Europa, digo, ha quedado en ridículo hace menos de una semana en la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya gracias al servilismo vergonzoso y degradante de su recientísimo Secretario General, Mark Rutte. El neerlandés, hasta no hace mucho Primer Ministro de los Países Bajos asociado con la extrema derecha, ha demostrado que siempre se puede subir un escalón en el grado de adulación patética al nuevo señorito del mundo que es Donald Trump.
El punto de partida es que, efectivamente, tenemos que ser conscientes de la situación geopolítica global que marcan las amenazas constantes de Putin o los islamistas radicales, que hay que invertir y buscar fórmulas de defensa para prevenir, para protegernos; pero otra cosa bien distinta es permitir que el yankee diga cómo, cuánto y cuándo. Máxime cuando a Estados Unidos no se le exige aplicar lo mismo. Esa actitud de paladín de la incongruencia con los firmantes del Tratado del Atlántico Norte, su chulería de matón de patio del colegio venido a más ante la que casi todos los líderes del mundo libre bajan la cabeza y se ponen a sus órdenes sin chistar, resulta inaceptable por vergonzante y por disparatado. Disparatado porque, precisamente para poder desarrollar su papel de árbitro mundial (con Irán, por ejemplo), el bravucón que presume de poderío cimienta su rol de perdonavidas en la complicidad silenciosa y el apoyo logístico de las bases europeas que ejercen como aeropuertos de lujo donde repostan los bombarderos B-2 antes de lanzarse a repartir justicia a golpe de botón. Así de claro.
No parece que sea tarea nuestra meterlo en cintura, reeducar a un individuo que se antoja totalmente irrecuperable, pero que casi todos los líderes nacionales se pongan en posición de firmes, cual soldados disciplinados a los que su sargento chusquero les da una orden, abochorna. Si a todo esto le añadimos el discurso digno de un maestro en la genuflexión pronunciado por el máximo responsable de la OTAN en la clausura del encuentro (ese ejercicio de vasallaje colectivo ante el tipo que disfruta sojuzgando a quien no le dé la razón y que, con la minuciosidad de artificiero, dinamita cualquier atisbo de alianza), la recapitulación no puede resultar más lamentable.
Así que, o alguien tiene la decencia de invitar a Rutte a dimitir urgentemente para recobrar la dignidad institucional y se deja de tratar a Trump como el “papi”, o el mensaje que calará entre esos enemigos de la democracia de los que, al parecer, debemos defendernos invirtiendo un 5% en juguetes bélicos, será la imagen de las naciones principales del viejo continente atravesando su momento de mayor fragilidad desde la II Guerra Mundial. Porque el actual mandamás de la coalición ha demostrado que no está a la altura del cargo: le falta carisma y le sobra sumisión. Tanto que serviría de inspiración para actualizar los diálogos de aquel personaje caricaturesco de ‘Atraco a las tres’: un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo, Mark Rutte a sus pies.