14 diciembre 2025

El escritor Al-Sumaysir, cuyo nombre completo es Abul-Qasim ibn Faray al-Ilbiri al-Sumaysir, nació en Ilbiris en el primer cuarto del siglo XI, coincidiendo con la instauración de la dinastía de los ziríes

. Estos reyes establecieron la capital del reino en el Albaicín, lo que supuso la decadencia de la antigua capital de la cora y, a la postre, su desaparición. Al-Sumaysir era contemporáneo de otro ilbiritano ilustre, el colérico político y escritor Abu Isaac al-Ilbiri y, como él, detestaba la política abierta seguida por el tercero de los reyes ziríes, Badis ibn Habus, que admitía dentro de su corte a bereberes, a cristianos o a judíos.

Contrario a este espíritu tolerante, al-Sumaysir lanzaba furibundas invectivas a sus gobernantes, dentro de la corriente integrista que lidera su paisano Abu Isaac y que reivindicaba el orgullo y la conciencia de la nación hispano-musulmana, unida y poderosa, a la que veía amenazada por los extranjeros y los infieles.

Sobre la debilidad del reino compuso unos versos proféticos:

Pregunta a nuestros gobernantes y diles: ¿Qué habéis tomado?. Habéis entregado el islam dejándolo cautivo de los enemigos y permanecéis inactivos.

Es un deber sublevarse contra vosotros, puesto que vosotros os subleváis con ayuda de los cristianos. Fundábamos en vosotros nuestra esperanza, pero nos habéis engañado. Tendremos paciencia, pues el tiempo está sujeto a cambios radicales, y seguro que lo sabréis entender.

Es terrible esta última sentencia. Palabras hirientes,amenazadoras. Cuando el rey Badis ejecutó al poeta Abu l-Futuh al-Yuryani por sus críticas soeces y destituyó y confinó a la rábita de Sierra Elvira al poderoso Abu Isaac, al-Sumaysir decidió que era el momento de huir de Granada.

Antes de abandonar la ciudad dejó numerosas copias manuscritas de sus feroces sátiras distribuidas por las principales mezquitas de la ciudad con la complicidad de los alfaquíes. Cabalgó toda la noche y cuando el rey decidió arrestarlo, ya se hallaba lejos de las fronteras del reino. Una de estas sátiras dice:

Día que pasa, día que empeoramos, la orina, por excrementos nos cambian.

Un día judíos y al siguiente los cristianos.

Si a nuestro rey Dios le concede larga vida, seguro que terminará haciéndonos paganos.

Al-Sumaysir se marchó a Almería, donde reinaban desde hacía dos generaciones los Banu Sumadih, descendientes de uno de los primeros caudillos de la conquista que entraron en la península en el siglo VIII. Allí lo acogió el rey al- Mutasin, celoso defensor de la fe (Tú has sido un Ali guerreando sin piedad contra ese vil rebaño) y gran benefactor de las artes y las letras en su reino durante los cuarenta años que ocupó el trono (1052-1091). Este rey ambicioso y justo dio los años de mayor prosperidad a la ciudad portuaria, que se benefició de un largo periodo de paz para consolidar las relaciones comerciales con las ciudades del Mediterráneo, tanto de la península como africanas. Al-Mutasin basó su política en mantenerse al margen de las guerras que sangraban a los otros reyes de taifas y en la construcción de una considerable flota de navíos ligeros y pesados, repetidamente elogiada por los poetas panegiristas que pregonaban las cualidades de su señor y hacían enfáticas descripciones de las bellezas de la ciudad de la bahía.

En aquella corte encontraron asilo numerosos poetas y literatos, como el africano Rafi al-Awla, Ibn al-Sahid, Ibn Saraf de Berja o Ibn Ujt Ganiar. Pero al-Ilbiri encontró su principal amigo y valedor en otro exiliado político granadino, el poeta y músico de Guadix Abu Abd Allah Ibn al-Haddad, famoso por los apasionados versos que dedicó durante toda su vida a una mujer cristiana de su pueblo, de la que se había enamorado en su juventud. Los dos poetas derrochaban humor e ironía y se hacían imprescindibles en todas las reuniones de la corte almeriense. Más tarde, el accitano también debería de fugarse de Almería, víctima de su incontinencia verbal, perseguido por las víctimas de sus burlas rumbo a Zaragoza.

Al-Sumaysir se convirtió en el poeta de moda en la próspera ciudad de Almería. Todos los comerciantes y magnates se disputaban sus poemas para inmortalizar acontecimientos familiares, y los pagaban generosamente. Cuando en algún caso alguno se distraía a la hora de pagar, era víctima de la feroz vena satírica del poeta atarfeño, de quien nos consta alguna denuncia inmisericorde en este sentido. Recopiló una colección de sus innumerables sátiras, amables o mordaces (breves, muchas veces se limita a un pareado, por ello más eficaz en la caricatura) en su libro Sifa al-amrad.

También viajó incansablemente y en su obra encontramos sabrosas descripciones de las principales ciudades musulmanas, en algunos casos como en la descripción de Valencia, utiliza tintes corrosivos y mordaces (El exterior de Valencia todo son flores y al interior no hay más que charcos y basuras); en otros casos, como ante la contemplación de Medina Zahara, la poesía trasciende la descripción pintoresca para convertirse en reflexión emocionada y cargada de subjetividad (¡Oh Zahara!, he dicho, ¡vuelve! Y ella me ha contestado: ¿Puede volver lo que ha muerto?). Esta dramática llamada inútil (¡vuelve!) es el leit-motiv de su obra; ese afán desalentado, fracasado, de vuelta a la grandeza pasada, pero que él no cesa de invocar.

Pero al-Sumaysir es también un poeta ascético y hondo que reflexiona de forma pesimista ante el futuro de su país. Recuerda el desgarrón afectivo que significa siglos después Quevedo. Por un lado, poeta de circunstancias, mordaz e irreverente; por otro, fiel asceta hondamente angustiado y comprometido con su época. Él, como muchos españoles musulmanes, añoraba los tiempos seguros en que todas las tierras al sur del Duero y del Ebro compartían un único y poderoso rey, y presiente el fin de la independencia de su país, catástrofe que ocurrirá tres años después de su muerte con la invasión de los bereberes de Yusuf ibn Tasufin (1090). Testimonio de su amargo pesimismo acerca de la condición humana son estos sobrecogedores y misteriosos versos, que tienen el perfume de los poemas cargados de premoniciones trágicas de García Lorca:

Vigila tus vestiduras y guárdalas cuidadosamente; si no, te las

pondrás como traje de luto.

Piensa bien de todas las especies animales; en cuanto a los hijos de

Adán, aléjate de ellos.

Los hombres han venido para atacarme, pero los he rechazado y

han retrocedido todos.

La paz está en uno mismo, ahora casi parafrasea el eterno “nosce te ipsum” délfico:

Sé como el camino para el que pasa por él; el que pasa se va, pero

él permanece siempre el mismo.

Es una invitación simple a sobrevivir y a escapar de cualquier tipo de engaño o de vanidad, una invitación a buscar en uno mismo la única certeza posible en una realidad compleja. Y el reflejo de uno mismo está en sus palabras. Que a la vez son de todos. Palabras estremecedoras en un poeta tildado de frívolo y mundano.

Artículo editado por Corporación de Medios de Andalucía y el Ayuntamiento de Atarfe, coordinado por José Enrique Granados y tiene por nombre «Atarfe en el papel»