¿Has apagado el brasero? por Andrés Cárdenas

La vida no es más que un esfuerzo inútil en la escalada de la memoria. No sé si alguien habrá dicho esto antes que yo, pero si no lo ha escrito nadie, ya tengo frase para la posteridad, para cuando me llegue el olvido definitivo.

Esta entrada de artículo entre filosófica y chabacana es para justificar la historia que viene a continuación, la historia de todos los viajes. Me imagino que a ustedes también les ha pasado.

Estás a punto de salir de viaje con la parienta. Vais unos días a ver a un hijo que está fuera. Como cada vez te fías menos de tu memoria, has estado toda la mañana intentando que no se te olvide nada de lo que quieres llevarte: el libro nuevo que has comprado, el cargador del móvil, el portátil por si te da por escribir, la máquina de fotos, las pastillas contra el ardor de estómago… Todo, lo llevas todo. Ta ha costado pero al final lo has conseguido. Pero emprendes el viaje y cuando llevas veinte kilómetros o así oyes a la parienta que te dice:

-¿Has apagado tú el brasero?
-Maldita sea. ¿Ahora me lo preguntas?
-Te lo pregunto cuando me he acordado. Te dije que de eso te ocuparas tú.
-Ya sé que me lo dijiste… Pero sí, yo creo que sí lo he apagado.
-¿Crees que sí? Bueno…si lo crees…-deja caer ella sibilinamente para que la que actúe a continuación sea tu jodida conciencia.

Tienes el noventa y nueve por ciento de seguridad de que has apagado el brasero, pero queda ese maldito uno por ciento capaz de convertir un hecho intrascendente en obsesión. Y entonces empieza a funcionar la mala conciencia ¿Y si cuando volvamos está la casa destruida por un incendio? Te comes el tarro una y otra vez. Te dices que no, que no vas a volver porque estás seguro de que has apagado el brasero. De pronto dicen en la radio que una persona ha muerto asfixiada en no sé qué sitio por un incendio originado en su vivienda a causa de un brasero. Y entonces tú te das la vuelta en el primer cambio de sentido que encuentras. Y te tragas otros veinte kilómetros de vuelta. Cuando llegas a casa y abres la puerta, compruebas que, efectivamente, el brasero estaba apagado. Con cierto malestar por no haberte fiado de ti mismo y por haber puesto en duda tu propia seguridad, te montas de nuevo en el coche y por segunda vez emprendes el camino. ¿Si estabas seguro de que había apagado el brasero, por qué has vuelto? Antes no eras así, pero últimamente dudas de todo. Te montas indignado en el coche de nuevo y te prometes que no te pasará más. Hasta que llevas otra vez veinte kilómetros y la parienta te pregunta si has cerrado la llave de gas. Entonces es cuando te dan ganas de echarte a llorar.

publicado en granada digital: http://www.granadadigital.es/

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