«Diferentes» por Ana Mª Guerrero Pozo
Cuando era pequeña, de eso hace ya algunos años, las cosas eran distintas, nos educaban de distinta manera, aunque no voy a entrar en si eran mejores o peores tiempos, seguramente por mi educación tenia temor a tener un hijo “diferente”.
En mis dos embarazos recuerdo pedirle a Dios que mi hijo o hija no fuesen “distintos”, no me importaba niño o niña, rubio o moreno, alto o bajo, sólo quería que fuesen “normales”.
Pasaron los años, sólo unos pocos, y no por ello mi temor había disminuido, aunque tampoco había tenido contacto con alguien “diferente”, bien porque estaban ocultos en los armarios o bien porque de eso no se hablaba a mi alrededor.
Por cuestiones de salud, el médico me prescribió pasar un tiempo en la playa, así que allí me fui al cobijo de unas amigas mías que eran trabajadoras sociales en la costa. Debido a su trabajo, ellas conocían a una pareja de homosexuales, Tato y Jose.
Tato era peluquero y Jose era catedrático de Ciencias Políticas. Para mí fue un revulsivo, cambiaron mi visión de lo que era, o yo creía que era, una pareja homosexual. En su casa se respiraba paz y había mucha más armonía que en muchos hogares de matrimonios de hombre y mujeres. A simple vista eran dos chicos “normales”, sin amaneramientos ni “escándalos”; con una vida normal y que no se parecía, para nada, a la idea que yo tenía preconcebida de lo que sería la vida en pareja de dos personas “diferentes”.
Yo les conocí hace ahora aproximadamente 22 años y, desde entonces, gracias a Dios, no han sido los únicos amigos homosexuales que han pasado por mi vida. Alguna de las parejas “distintas” que he conocido son padres de niños, adoptados por uno de ellos, pero criados conjuntamente. Hace poco, incluso, se ha casado uno de estos hijos de padres homosexuales, a los que conozco desde hace mucho tiempo. Y mientras se casaba con la chica de la que se enamoró le veíamos pleno de felicidad junto a sus padres; esos padres que le habían dado todo para hacer de él la persona que hoy es.
No quiero, con esto que hoy escribo, ser paladín del no, ni del sí, con respecto a la nueva ley que permite el matrimonio entre homosexuales, solamente quiero exponer mi opinión, formada desde la experiencia. Prefiero un matrimonio homosexual que un matrimonio “normal” acompañado de violencia de género, de la que hoy, por desgracia, tenemos tantos ejemplos, y ante la que no nos “manifestamos” con tanto ímpetu y tan abiertamente.
Creo que los gays y lesbianas son personas normales, y deben tener ante la ley los mismos derechos y deberes que los demás; esta ley no implica que todos los homosexuales “deban” casarse sino que “pueden” casarse si es su deseo; y para no verse desprotegidos legalmente, por ejemplo: ante el fallecimiento de uno de ellos.
Sobre este tema se está escribiendo y hablando mucho últimamente; yo no soy ninguna erudita, ni política, ni versada lo suficiente como para alzar mi voz, pero como madre que soy tengo un sólo deseo: ver a mis hijos felices. Sean homosexuales, heterosexuales o bisexuales, todas las madres desean para sus hijos lo mismo: que sean felices y buenas personas.
FOTO: La conversación (M. Carini)