«MUERA LA INTELIGENCIA» por Remedios Sánchez
De Valencia a Buenos Aires, de Madrid hasta Albacete, ahí va Vito Quiles, por las universidades de España con su cruzada a la espalda, antorcha encendida ante la oscuridad del caos que habitamos, hombre sólo ante el poder de una patria que ejerce a la vez de madre y de madrastra porque obliga a sus más preclaros hijos, a los que se han visto tocados por el hado del sutil discernimiento, como él, a sacrificar su tiempo y sus desvelos en beneficio de la causa.
¿Y cuál es la causa? La de siempre, evidentemente. La de protegernos a nosotros, plebe de mostrencos manipulados, de los desmanes de la desinformación que genera el poder omnímodo (central o de autonomías, tanto da), ese al que le sacan los colores un día sí y al siguiente también, una mayoría de medios de comunicación. Pero, como los hechos sin pasar por el espejo deformador aburren, una cabeza como la suya, a fuerza de gritos y confrontación en las plazas universitarias viene a modularlos; así ha de hacer caer del pedestal a tantos miserables letrados con muceta, a tanto periodista impertinente que comete el desatino de atrincherarse en la indesmayable veracidad de la información.
Lo suyo es otra cosa, desde luego: la chulería rampante de un redentor en vaqueros; la reactualización, con polo de marca y exceso de autobronceador, de aquellos señoritos de jaca torda y espuelas de plata que venían a Andalucía antiguamente para llevarse los dineros mientras invocaban a la patria. Luego la vendían (aunque esa sea otra historia), mientras el pueblo históricamente la ha salvado con su sangre, que esto ya lo explicó don Antonio Machado.
Pero sucede que Quiles anda demasiado ocupado como para leer textos que superen los 280 caracteres, con lo que lo suyo es ir más al bulto, igual que un toro fiero que sale a la plaza y embiste incluso al burladero. Los suyos lo llaman bravura aunque técnicamente sea cuestión hormonal: el cortisol, ustedes saben. Vito se sube a las vallas, besa la bandera como si esto fuese una ofensa al español racional que no grita, deja que sus huestes le hagan fotos para las redes y se gusta. Se gusta mucho en su papel de Demóstenes clandestino, de doctor de la enseña preconstitucional; porque hay que tener valor para llevar el escudo del águila a la Plaza de la Universidad, al espacio de horror, muerte y perfidia que fue la puerta del Gobierno Civil durante la sublevación del 36. Debieran citarse aquí los nombres de quienes salieron de allí camino del fusilamiento, culpables de ser decentes, gentes que querían transformar el país con su trabajo, pero esto importa poco al modelo amoral y obsceno del fulano.
¿Quiénes fueron García Lorca, Manuel Fernández-Montesinos, Salvador Vila, José Palanco Romero, Agustín Escribano o cualquier otro de la nómina revisada por historiadores de prestigio incuestionable como Manuel Titos o Miguel Ángel del Arco? Pura irrelevancia para un fenómeno como él, que, aunque lo imite con precisión milimétrica, dice despreciar a Millán Astray, jefe de prensa y propaganda de los golpistas. Y así, tirando de testosterona ágrafa, de deformación de la realidad, de ignorancia rentable, logra ser ‘trending topic’. Es la performance de impostura exhibicionista que revela el desafío social que afrontamos. La necesidad apremiante de lógica y razón para hacer frente a esta rabiosa majadería estulta.