El otro Monopoly de Granada
Se ha estrenado el juego de Monopoly Granada, con nombres de las calles de la ciudad para las casillas, pero la ciudad real a veces también parece en venta, diseñada para cobrar al incauto al que le sale una mala tirada.
Granada ya es una ciudad del Monopoly. Por un módico precio, usted podrá jugar con sus amigos o familia a que se compra el Mirador de San Nicolás y le planta un par de hoteles de tres estrellas encima, cobrando en función de la categoría de estos a cualquiera que se atreva a aparcar por los alrededores.
Aunque podríamos decir que al Monopoly llevan tiempo jugando las administraciones con la ciudad, en una partida a la que los ciudadanos no están invitados pero determinados grupos de empresarios sí. Por ejemplo, en la casilla del Serrallo, vamos a poner una discoteca para explotación privada en un lugar donde iba a ir un parque infantil. Puede que sea legal o puede que no, ya lo decidirá la Justicia, pero el parque era para todos, la discoteca para el que pague, y los beneficios para un empresario.
Vamos a recuperar el espacio público para los vecinos y la tradición del barrio en la casilla de San Agustín. Y lo vamos a hacer por la vía de convertir el último mercado tradicional del centro de la ciudad en una performance para turistas, eliminando un aparcamiento para motocicletas y trasladándolo un par de calles más abajo a otro espacio que no está preparado, para colocar una terraza –otra más–, por supuesto de explotación privada.
Y lo cierto es que estas instituciones desde las que se decide nuestra vida cotidiana no sólo sin preguntarnos, sino asegurándonos que lo que se hace es lo mejor y si no nos gusta estamos locos o vamos con el otro partido, Junta y Ayuntamiento, acostumbran a jugar duro al Monopoly entre ellas. Es raro que en una cuenta atrás para las municipales exista tanta concordia, casi se siente uno incómodo. Igual es un pacto para no menear mucho el descontento dedicándose al tiro al plato.
Pero hasta hace poco, como has caído en la casilla del Banco de España y quiero que me la vendas, te voy a fastidiar con los permisos de obra. O a aplicar el Plan Albaicín, por una vez en la vida, para retrasarte. Y tú has caído en mi casilla del Metro, y aunque hagamos el paripé de la adenda para distraer, te voy a hacer pagar los desperfectos en tus calles que vaya causando mi obra mientras te empantano la ciudad seis años. ¿De quién era la casilla del Centro Lorca, que ya no me acuerdo?
O podemos pelearnos por la casilla de las cuevas de San Miguel, donde lo del hotel no sería un chiste con el Monopoly. Por qué no, que venga el progreso y los puestos de trabajo, un pedazo de resort en primera línea de Alhambra, que seguramente no causaría ningún impacto visual desde los miradores del monumento, ¿verdad?. Al fin y al cabo, hemos llegado a discutir en serio si se podía y debía meter una tuneladora por la Sabika. Para que vengan los turistas y se tomen un cafelillo, que eso crea puestos de trabajo.
Igual si dejamos de mirar la ocupación, que bate récords, y la comparamos con el paro, nos deberíamos preguntar si esos turistas traen de verdad tanto empleo. Dinero quizás sí, pero empleo parece que no mucho. Porque Granada está muy bonita para que vengan a verla, pero quizás no tanto para vivir en ella. Está pensada para cobrar como en el Monopoly, el rato que te pares en la casilla hasta que vuelvas a tirar el dado, y si sale la carta de la cárcel algo nos inventaremos.
Y los vecinos, ¿cuándo podrán jugar?