«CATALUÑA» por Manuel Sierra
La democracia nos ha dado unas reglas que tenemos que saber usar racionalmente para igualar los derechos de todas y de todos, sin radicalismos rancios ni trasnochadas lecciones de patriotismo a ultranza, sin topes que nos desequilibran y nos hacen caer, con la alegría de saber superada una página de la historia de este país de pandereta, pero sin olvidar el coste de esa superación, las vidas de quienes lo dieron todo, en uno u otro bando, por convicción o porque les pilló allí.
Y es el respeto a esas vidas las que nos tiene que servir de acicate para superar nuestras diferencias, se lo debemos a ellos; por eso no entiendo la obcecación de los líderes políticos nacionalistas catalanes en seguir adelante con una consulta que, además de ilegal, según el título VIII de nuestra vigente Constitución, es inoportuna desde varios puntos de vista: económico (lo cual no deja de ser llamativo en un pueblo para el que la pela es la pela), social (porque crea división entre los que quieren la independencia y quienes no, además de ser un elemento de ruptura en una sociedad que no ha superado el revanchismo con la metrópoli), industrial (algunas empresas catalanas han advertido que se llevarán sus empresas a territorio español de seguir empecinados en independizarse), laboral (qué va a pasar con los funcionarios españoles que trabajan en Cataluña o con los trabajadores españoles localizados temporalmente en su territorio?) y desde cualquier otro que se os ocurra. Entonces, si la mayoría son problemas, ¿a son de qué este querer seguir jodiendo la marrana? … ¡No es que seamos mal pensados, es que blanco y en botella…! Algo tendrán que tapar, o será una distracción que nos obligue a mirar para otro lado, para no ver lo que no quieren que se vea?
Sea como fuere, esto huele y no precisamente a un buen cocido. Recuerdo que a mí siempre me daba un porsaco terrible, cuando era un crío, el niño que venía con su pelota para que jugáramos al fútbol en las eras o en los olivos, y esa autoridad la usaba para escoger equipo, decidir faltas, tirar los penaltis, porque si no, se cabreaba y se llevaba el balón, con lo cual no jugaba nadie; pues esa es la sensación que tengo con el nacionalismos catalán en España, con la diferencia de que la pelota es nuestra y son ellos quienes quieren imponernos cuándo y cómo jugar.
Ojo, que yo no estoy ni a favor ni en contra de una Cataluña independiente, pero sí que no me parece que sea el mejor momento para sacar adelante la propuesta; en un mundo que tiende a la agrupación para ser más competitivos, no se sostiene la segregación (de hecho los escoceses, que esos sí que son un reino, y que no es por comparar, tú, pero la realidad está ahí, han estimado no conveniente separarse de los ingleses ahora, y te puedo asegurar que los escoceses tragan menos a los ingleses que los catalanes a los de Madrí); pero también es verdad que siempre he dicho que quien no quiera estar conmigo, tiene la puerta abierta para irse, aunque ¡cuidado! de mi casa no te llevas nada. Empiezas con tu patrimonio actual y a partir de ahí, te deseo la mejor de las suertes. Pero es que estos listillos de la región catalana lo quieren todo, lo suyo y lo nuestro porque piensan, azuzados por exhonorables que ahora son otra cosa, que se lo hemos robado a lo largo de estos treinta y tantos años de democracia, olvidando que la inversión es una simbiosis que opera mejor en ambos sentidos, porque si sólo va en uno, acabas sintiéndote un nosequé como de gilipollas.
Por supuesto que en Cataluña, además de sus líderes nacionalistas, tan cortos de miras ellos, que no ven el precipicio al que están llevando a su tierra, dominados por no se sabe (¿o sí?) qué intereses, están las gentes que la llenan, y dentro de ese conjunto disjunto se incluyen quienes quieren la independencia porque odian España, simplemente porque son víctimas de unas cuidadas políticas de secesión que comenzaron hace más de veinte años, políticas que llevan coaccionando la educación, la cultura, etc., para que no se vea el idioma castellano, símbolo de identidad de lo español, ignorando que la mayor parte de la población catalana tiene orígenes no catalanes y el castellano es por tanto, su lengua vernácula normal de comunicación. Pero en ese conjunto disjunto también hay que contar con toda la población de Cataluña que no quiere la independencia, por mil razones, no siempre admisibles para mí, ciertamente, pero están en su derecho, al igual que los otros lo tienen para querer irse de España, lo que, como he dicho antes, respeto pero no comparto.
Todo hubiese sido bien diferente si los gobiernos de Madrid, cuando pactaban las alianzas con grupos nacionalistas, hubiesen sido conscientes de la gravedad del problema en que nos metían, y como parece que la Constitución está hecho de mármol de Carrara, mejor no tocarla, no vaya a romperse, con lo que ha costado construirla, cuando quizás lo que pide este tiempo de cambios sea agrietarla donde sea necesario, donde el mármol esté enfermo, para curarla y que dure más tiempo, con un nuevo consenso que nos dote de herramientas de convivencia pacífica y respetuosa con quienes no compartan nuestras ideas.