Carmen de Burgos, Colombine, ni callé ni obedecí
Nacida a mediados del siglo XIX en el pequeño pueblo almeriense de Rodalquilar, educada en una sociedad conservadora y machista que consideraba al adulterio como simple falta en el hombre pero como grave delito en la mujer, Carmen de Burgos decidió romper todas las reglas y atreverse a vivir su propia vida.
Apasionada desde niña por la literatura, su gran pasión, conoce el mundo editorial a través de una empresa que tiene la familia del que será su marido. Con apenas dieciséis años se casa con el hijo del gobernador civil de Almería, periodista de profesión y doce años mayor que ella, en la que fue una de las decisiones que marcarían su vida para siempre. Pronto empiezan los maltratos y la desgracia se ceba en ella perdiendo por problemas de salud a tres de los cuatro hijos que tuvo. Convencida de que aquella no es la vida que ella quiere vivir, y encarcelada en una institución matrimonial en una sociedad patriarcal en la que el divorcio no se puede ni nombrar, Carmen empieza a estudiar hasta titularse como maestra. Solo su independencia económica le permitiría escapar de aquella cárcel. Con esa titulación bajo el brazo y con su única hija, María que entonces tiene cuatro años, abandona al marido y se marcha a vivir a Madrid. Carmen siempre tuvo claro que, por mucho que la sociedad relegara a la mujer al simple papel de esposa o madre y que le exigiera siempre callar y obedecer, ella viviría su propia vida, sería ella misma y jamás callaría ni obedecería.
La llegada a Madrid tampoco resultó fácil para una mujer sola. Fue a vivir a casa de un tío suyo que no tardó en intentar aprovecharse de ella. Cogió a su hija y se fue a vivir sola. Empezó a ver publicados sus artículos en prensa y obtuvo plaza de maestra en Guadalajara. A pesar de que lo que le gustaba era la vida de Madrid, aquella vida donde la cultura y la bohemia habitaban las calles, se trasladó a la ciudad manchega. Desde allí compaginó su labor como maestra y escritora. Pronto empezó a firmar sus artículos con el seudónimo de Colombine y no tardó en tener una columna diaria.
La inquietud de Carmen por todo cuanto la rodeaba la llevó a abandonar la seguridad que le ofrecía su carrera de maestra para dedicarse a lo que verdaderamente le apasionaba: la literatura. Regresó a Madrid, se codeó con Blasco Ibáñez, Galdós, Sorolla, Romero de Torres o los hermanos Machado y se convirtió en la primera mujer corresponsal de guerra de la prensa española. Cubrió la guerra de Marruecos con unas crónicas que le granjearon una gran popularidad, popularidad que se disparó cuando inició una serie de artículos sobre el divorcio, junto al voto femenino su caballo de batalla. En aquellos artículos ella pedía a renombradas figuras de la vida cultural y social española que expresasen su posición sobre un tema absolutamente tabú hasta el momento. Fueron muchas las cartas que recibió con posiciones encontradas sobre el divorcio y fue tal el revuelo que se armó que le prohibieron publicarlas en el periódico. Ella no se arredró y acabó recogiéndolas todas y publicándolas en un libro. La determinación de Carmen y su incansable forma de trabajar y de devorar la vida fueron sus constantes vitales.
Amiga de la mayoría de los intelectuales de la época, injustamente excluida de la generación del 98 con la que se identificaba espiritual y literariamente, fue admitida en todos los ambientes de la bohemia madrileña excepto en uno: las tertulias de los cafés, coto reservado para los hombres. Pero no hubo veto que parase a Carmen y decidió organizar sus propias tertulias en su casa, tertulias a las que acudían los más renombrados representantes de la cultura madrileña. Fue allí donde conoció y se enamoró de un joven veinte años menor que ella: Ramón Gómez de la Serna. Aquello supuso un escándalo mayúsculo en el Madrid de principios del siglo veinte. Pero, no podía ser de otra manera, eso a ella no le importó. Mujer independiente y amante de la libertad donde la hubiera, mantuvo con el joven de la Serna una relación que duró más de veinte años. Juntos compartieron su pasión por la literatura y los viajes, aunque no la convivencia pues para ambos la independencia estaba por encima de todo lo demás. Las críticas a Carmen, el calificarla como la amante de o simplemente como una fresca, no la perturbaron lo más mínimo y renunció incluso a perder el tiempo, su preciado tiempo, contestándolas.
La actividad literaria de Carmen fue extraordinaria. Publicó más de un centenar de libros, entre los que había novelas y ensayos. Su estilo, su personal prosa poética, hicieron de ella una de las figuras más reconocidas de la época, aunque la historia, como a tantas otras mujeres, la silenció para siempre. Es increíble que una escritora de la calidad de Carmen no ocupe uno de los lugares preferentes de la historia de la literatura de este país. Una muestra, una más, de que esa historia, como todas las demás, la escriben los hombres.
Aunque nunca se consideró a sí misma como feminista, lo cierto es que su pensamiento fue tomando cada vez mayor partido en defensa de los derechos de la mujer y posiciones feministas que incluso ella había atacado en sus inicios, fueron determinantes en la forma de pensar de su madurez. Apasionada enamorada de la vida, la de Carmen tuvo, sin embargo, más de un episodio de tragedia griega. A la prematura muerte de tres de sus cuatro hijos y a haber tenido que vivir siempre contra la corriente para poder ser ella misma, el destino quiso jugarle una mala pasada con las dos personas a las que ella más quería: Ramón, su compañero, y María, su hija, mantuvieron una relación amorosa que llegó a oídos de Carmen a través de terceros. María era actriz y, en los ensayos de una obra de teatro de Ramón, se enamoró de él y tuvieron una historia que no tardó en correr por todos los rincones de Madrid. Tras reconocérselo a Carmen, Ramón, avergonzado, huyó de la ciudad. Carmen les perdonó a los dos pero Ramón, apesadumbrado por los dimes y diretes de la capital, se refugió en Argentina, de donde volvería casado no mucho después con Luisa Sofovich. Carmen, en una muestra más de su generosidad y valentía, invitó en más de una ocasión a su casa a Ramón y a su esposa.
Tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera Carmen se afilió al Partido Republicano y tomó parte activa en la vida política, cosa que hasta entonces no había hecho. Su reivindicación por el sufragio para las mujeres y la labor literaria que siempre la acompañó ocuparon los últimos años de su vida. El 8 de octubre 1932 se paró para siempre el corazón de una mujer que entendió que vivir no era callar y obedecer, que fue feliz a pesar de los golpes que le dio la vida, que voló muy alto porque jamás permitió que le cortasen las alas, una mujer que, frente a todo y a todos, decidió ser libre.