“¿Necesitamos realmente una multinacional para tomar un café?”

La socióloga y Premio Príncipe de Asturias reflexiona en su último libro sobre los expulsados. «Europa lanza iniciativas que fallan una y otra vez con los refugiados», considera.  ENTREVISTA | SASKIA SASSEN

Hay términos que a Saskia Sassen (La Haya, 1949) le suenan a hueco. Parado de larga duración, por ejemplo, se queda corto para definir a quien nunca ha tenido un puesto de trabajo. O desplazado, otra palabra a la que se le rompen las costuras si se habla del que no podrá volver a un hogar, porque ha sido arrasado y ya no existe. Otros, como cambio climático, le suenan a mentira. “Parece demasiado hermoso y yo busco categorías brutales como tierras muertas o aguas muertas”. La socióloga, economista y pensadora, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2013, reflexiona sobre estas cuestiones en su última obra, Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global.

Inmigrante ilegal, nómada y académica

Un niño juega en el campo de refugiados de Idomeni.
Un niño juega en el campo de refugiados de Idomeni. STOYAN NENOV Reuters

Saskia Sassen nació en Holanda, pero tiene un pasado nómada a caballo entre Europa y América. Habla español, italiano, francés, alemán y holandés. Estudió ruso en la adolescencia, cuando se hizo comunista, y también aprendió japonés. Es profesora de Sociología de la cátedra Robert S. Lynd en la Universidad de Columbia y ha recibido importantes reconocimientos académicos de distintas partes del mundo, como el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales o la Orden de las Artes y las Letras que otorga el Gobierno francés. La pensadora, socióloga y economista atesora importantes experiencias vitales. Su familia se trasladó a Buenos Aires en los años cincuenta.

Con 16 años, se marchó de casa y cogió un barco a Hamburgo. “Fue un viaje de 23 días sola, larguísimo”. Parte de su juventud transcurrió en Italia. En Turín, negoció con una trattoria para que cada noche le dieran un plato de sopa caliente. “Sufrí hambre”, recuerda de esa época. Fue inmigrante ilegal en EE UU, donde llegó con 50 dólares en el bolsillo y empezó limpiando casas. “Trabajaba con afroamericanas que eran enfermeras y limpiaban porque no tenían derechos, pero todas sabíamos que ese trabajo no nos iba a marcar para siempre”. Para ella fue solo un capítulo: “No me sentía oprimida”.

“Es un libro chiquito en el que agarro el toro por los cuernos de este momento histórico”, define su obra, editada en España por Katz. “Solo” le ha dedicado cuatro años, frente a la década que suele emplear para sus trabajos más extensos, como The Global City: New York, London, Tokio (Princeton University Press, 1991), que le dio reconocimiento internacional. Entonces, como ahora, jugaba a romper con el orden de las cosas.

“Uno podría decir que quienes llevan mucho tiempo en prisión, los desplazados que viven en campos de refugiados y los desahuciados sin casa tienen cosas en común; ¿por qué vamos a separarlos?”, se preguntaba el pasado jueves en Madrid. “El orden visual y material de una ciudad te cuenta una historia de prosperidad que no captura la miseria, el empobrecimiento, la desigualdad. Y eso siempre me ha marcado de manera muy fuerte. Por eso es necesario desteorizar y evitar la categoría, que también es una invitación a no pensar”, opina.

Las nuevas tecnologías

Su manera de pensar, en cambio, resulta apabullantemente lúcida aunque confiesa que lleva más de 24 horas sin pegar ojo. El pasado jueves, recaló en Madrid tras pasar por México. En la capital española conversó con EL PAÍS antes de ofrecer una charla en La Casa Encendida dentro del ciclo Mujeres contra la impunidad. Horas después, tomaba un tren a Valencia, donde el viernes fue investida doctora honoris causa por la Universidad de Valencia.

Sassen creció en Buenos Aires, de donde le ha quedado un castellano melódico, uno de los idiomas que habla con fluidez. Arremete contra las grandes corporaciones que conforman el sistema financiero: “Cada franquicia extrae parte del consumo de una localidad. Los barrios ricos no me preocupan, pero sí los barrios modestos de clase media trabajadora. Si vos tenés un Starbucks extrayendo café en vez de un pequeño negocio local, se va a llevar parte de la riqueza a su cuartel general. No podemos destruir el sistema financiero, pero podemos salirnos un poco. ¿Necesitamos realmente una multinacional para tomar una taza de café? Es ridículo”.

«No podemos destruir el sistema financiero, pero sí salirnos un poco»

¿Y qué define la sociedad de hoy, ese sistema financiero desregularizado o Internet? “Las nuevas tecnologías son infraestructurales. La cuestión es cómo las vas a usar”, responde. “Las finanzas lo hacen de una manera, los activistas de otra. Las vías del tren, por ejemplo, sirven para trasladar carros que llevan bombas o transportan comida para los pobres”.

Sassen repasa en su ordenador correos durante las pausas de la charla, es muy activa en Twitter (tiene 32.800 seguidores) y sigue con detalle la actualidad. “Una cuestión que me interesa mucho es desarrollar capacidades digitales, que el vecindario pobre tenga una aplicación que le permita descubrir todos los conocimientos que tiene la gente del barrio más allá de su trabajo. Conozco inmigrantes que son doctores o abogados y que, cuando llegan, no pueden ejercer hasta pasar sus exámenes dos o tres años después”, dice.

Traficar como negocio

Ya hace dos años que advirtió de que la crisis actual de los refugiados se convertiría en “un modelo de negocio para los traficantes”. “Lo increíble para mí es que Europa esté siempre recuperándose de no haber entendido lo que pasó y entonces lance una iniciativa que falla una y otra vez con los refugiados. Es inexplicable que no haya hecho reclamaciones a Estados Unidos, que es quien promueve las guerras, a Australia, a Inglaterra o a Arabia Saudí. Todos tendrían que estar sentados en la mesa de negociación y no empezar con Hungría o Macedonia, que solo pueden cambiar la situación un poquito”.

«Expulsiones’ es un libro chiquito en el que agarro el toro por los cuernos de este momento histórico»

Las imágenes de todas esas personas en los bordes de Europa esconden, a su entender, otras realidades: “Las guerras son terribles, pero tras ellas hay un régimen que nos permite reconocer que el que huye es un refugiado. Lo que no tenemos es forma para identificar a los que son echados de sus tierras porque una ciudad se ha expandido o porque una minería se instala envenenando el agua y la tierra. Son millones pero son invisibles. Cuando uno de ellos se presenta en la frontera de Europa no tiene ninguna base para reclamar; no existe a los ojos de la ley. ¿Vos te das cuenta de lo que es eso? Y vamos a tener millones más, esto no se va a acabar”. De nuevo las palabras le suenan a hueco.

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