«Los libros te enseñan tanto del mundo como los viajes»
- Esteban de las Heras vivió en su Castilla natal la iniciación a la lectura, y dispone de una colección con 9.000 volúmenes, muy heterogénea
El céntrico piso donde habita este contador de historias es una ventana al Camino de Ronda, una de las calles que más se han transformado en la capital, y que al mutar han cambiado la fisonomía urbana. Cuando mantenemos esta charla, la histórica gasolinera de Recogidas está siendo rellenada de hormigón para ser convertida, dicen, en un parking y locales comerciales. Sin embargo, a este lado de la ventana, quien nos recibe mira a la calle con los mismos ojos de niño curioso que se trajo de su pueblo, el San Martín de Rubiales burgalés, hace ya más de tres décadas.
El joven Esteban vivió en aquellos campos de Castilla machadianos su iniciación a la lectura, con un volumen un tanto inusual, hecho de esas mismas píldoras de las que hoy es tan amigo. Se trataba del ‘Frases célebres’, editado por Hijos de Santiago Rodríguez, y que se distribuía por las escuelas. De las Heras aprendió a leer muy pronto, y a partir de esa primera lectura colegial comenzó a explorar la colección familiar, escueta y llena de libros ejemplarizantes, algo usual en la época. En aquella casa de la calle Honda, convivían vidas de santos con una edición para niños del Quijote, impresa en los años 20, novelas del ‘Apostolado de la Prensa’, y ediciones juveniles de ‘Ivanhoe’ y ‘Flecha negra’. Buenos introductores, a fe nuestra.
El periodista fue, sin duda, hijo de su tiempo y de su entorno, en una época en que el realismo a caballo entre dos siglos de José María de Pereda seguía teniendo sus adeptos. No era la vanguardia, ni mucho menos, pero los lectores gustaban de ese costumbrismo hogareño y bienintencionado. No es de extrañar por ello que su primera adquisición fuera el ‘Peñas arriba’ de Pereda. La influencia de sus profesores, Don Nazario, poeta él, o Don Manuel Guerra, fue decisiva en la elección de sus primeras lecturas. Valle Inclán y Federico García Lorca, en la edición de Losada, fueron algunas de sus siguientes ‘distracciones’. Al llegar a este punto, De las Heras acota: «Me parece injusto que se mantenga la especie de que Lorca era un autor prohibido o censurado durante el franquismo. Yo vivía en Burgos, en el epicentro de la ‘España nacional’, y las obras de Lorca se vendían, se leían en clase y se comentaban con total normalidad en los últimos años 50».
Trayectos de ida sin vuelta
Reconoce haber regalado pocos libros, y haber perdido muchos en préstamos de ida sin vuelta. Por eso, en una de sus estanterías ha colocado un cartel con el que pone pie en pared ante tan indeseada fuga. Eso sí, con cariño. Fiel a su ‘clasicismo’, entre los primeros libros que regaló estaban las ‘Rimas’ de Bécquer, seguramente con intención. Y el primero que le regalaron fue de esos que se fue para no volver: una edición argentina, «preciosa», del ‘Cristo de nuevo crucificado’ de Nikos Kazantzakis, con que le obsequió su madre.
Los libros han sido para De las Heras una escuela de vida. «Te enseñan a vivir y a pensar, abren tu horizonte, te enseñan tanto del mundo como los viajes», afirma. «Una persona que tiene una buena biblioteca, y lee, tiene muchas papeletas para no ser un extremista. Muchos radicalismos infantiles que estamos viendo hoy en día no existirían si quienes los sostienen leyeran un poco más».
En el momento de esta charla, Esteban de las Heras no sabe cuántos libros tiene. Pero, como buen periodista, es incapaz de obviar la oportunidad de dar un dato con la máxima exactitud. Ni corto ni perezoso, se levanta y empieza a contar entre las filas de volúmenes, donde pequeños objetos personales –regalos, recuerdos–, aparecen de vez en cuando. Grosso modo, calcula unos 9.000 volúmenes. Eso sí, repartidos en varias sedes, lo que ha hecho que, en ocasiones, su colección aumente de forma inopinada. «Si necesito una cita, por ejemplo, de Machado, me ocurre a veces que no tengo el libro aquí, sino en la otra casa (en Huétor Vega), y no puedo esperar. Entonces, me acerco a la Librería Praga, en la calle Gracia, y me compro una edición de viejo o barata. Cuesta poco y es más gratificante que coger el coche y subir a por el libro».
Precisamente Machado es uno de sus autores más releídos, junto con ‘En busca del tiempo perdido’ de Marcel Proust, y ‘Nuestro padre San Daniel’ de Gabriel Miró. «Las descripciones del paisaje mediterráneo de Miró son insuperables», afirma, y a renglón seguido cita de memoria la descripción que Azorín hace de Castilla a través de las casas de sus pueblos. Entre las lecturas que más le sorprendieron está ‘Cien años de soledad’ de García Márquez: «Me lo regalaron cuando acababa de puclicarse, y me enganché desde la primera página». Y también la ‘Historia de España’ del Padre Mariana, un clásico de la divulgación.
No compra novedades, hojea las críticas especializadas, subraya los libros («no se debe hacer, pero yo lo hago») y lleva varias lecturas a la vez. Entre las últimas, ‘Vidas paralelas’ de Plutarco e ‘Islas de claridad’ del poeta José Gutiérrez. Y en su isla personal, sigue viendo la vida pasar.
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JOSÉ ANTONIO MUÑOZ | GRANADA
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