Odio los radicalismos, aborrezco los fanatismos, y como no soy en absoluto radical en nada, acepto que puede que lo sea en alguna cuestión.

No entiendo a los integristas y fanáticos, ya sean religiosos, políticos, económicos, deportivos, culturales o de otro tipo; no soporto a quienes se atribuyen el orden verdadero, la suprema potestad de decisión y ejecución, dejándonos a los demás en una posición de laissez faire, que todos no somos iguales.

Me duele sobremanera el hecho de que un ser humano atropelle a otro, por algo tan intangible o tan inane como los colores de un club, la bandera de un país, o en nombre de cualquier Dios. ¿De verdad alguien es capaz de pensar que a Dios le agrada que acabemos muriendo o matando en su nombre? ¿Creeis que Dios, del que dicen es responsable del vasto universo, no tiene otra cosa que hacer que estar pendiente de millones de personas, en un planeta minúsculo de un sistema periférico, que no paran de fastidiarse unos a otros en su nombre, a lo largo de toda la historia que nos contempla? Cuando nosotros construimos algo, ¿no es para que dure? ¿por qué el iba a ser diferente si nos hizo “a su imagen y semejanza”?

Pensar que se pueda ganar un paraíso y conseguir estar más cerca del Ser Superior en función del número de personas a quienes mate, me parece, además de una majadería macabra digna de un cuento para asustar a los niños, un ejercicio perverso de autoridad mental sobre unos pobres desgraciados que a falta de tener cubiertas sus necesidades en esta vida, lo fían todo a conseguir para ellos y su familia lo mejor en la que creen que vendrá después del final.

El problema reside en que la mayoría del pueblo piensa y siente de forma no radical, pero el miedo a señalarse y a ser denunciado por vecinos, amigos o familiares, les hace adoptar una apariencia radicalista, para que su familia no sufra lo que otras familias han sufrido, ya que, en el fondo no sabemos si esta es la única vida que tendremos y después, puede que haya o puede que no, algo mejor, algo siquiera, por lo que merezca la pena este sufrimiento.

Infiel es una expresión utilizada en estos días a menudo en los medios de comunicación, por parte de los terroristas islámicos, identificando de paso posibles objetivos de sus “hazañas” de terror y muerte. Es curioso, para el mundo occidental, esa palabra tiene más connotaciones taurinas que religiosas, en una alusión a adornos puntiagudos, que normalmente siempre ven antes los demás que el que los lleva.

Pero no son sólo los fanáticos religiosos los que me preocupan; puede que sí los que más, porque te pilla en mitad de una trifulca y tan dao por culo, pero como digo, hay otros radicalismos preocupantes que crean inseguridad, tensiones, malestar, indignación, desesperanza en definitiva: son los radicalismos de andar por casa, el automovilista que pone su vida y la tuya en jaque; el aficionado deportivo que es capaz de dejar malherido a un pobre chaval sólo porque lleva puesta la camiseta del equipo rival; el político que, para esconder su mierda de gestión, plagada de mentiras e irregularidades, insulta y provoca a todo el mundo que ose dudar de su honorabilidad, haciéndose la víctima de un acoso que sólo él ha provocado; el militar que añora épocas pasadas donde en nombre de la seguridad ciudadana, se daba carta blanca al ensañamiento contra quienes pensaban diferente, eran diferentes; finalmente, como ves, hay muchas posturas que no me gustan de determinada gentuza, y aunque lo importante en la vida es tener la suerte de no cruzarte con alguna de ellas, lo es más, infinitamente más, tener los amigos que tengo, en los que se que puedo apoyarme en caso de que (Dios no lo quiera) la vida las traiga dobladas.

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