Nunca da igual. Ante el clamor mundial por el síntoma de la metástasis que se nos viene encima, surgen voces que se ríen del rechazo al triunfo de Trump  (¿hubo alguna vez un candidato más rechazable?) con el inconsistente argumento de que su triunfo no representa ningún cambio en lo esencial.

Obviamente, las injusticias del mundo siempre estarán ahí para justificar cualquier argumentación falaz, uniendo causa y efecto saltándose alegremente la falta de conexión causal.  Un triunfo de Hillary Clinton no habría cambiado gran cosa los grandes problemas mundiales, no habría sido la solución. Hillary Clinton representa una propuesta moderadamente menos conservadora y continuista que la de los republicanos. Pasa en cada elección en Estados Unidos. Sin embargo, el clamor ahora era no sólo que el triunfo de un candidato tan inepto y peligroso como Trump no proponía una solución a ningún problema serio de Estados Unidos o del mundo sino que sólo proponía un problema más. Teníamos una habitación llena de pólvora. Ninguno de los candidatos proponía derruirla, limpiarla y construir algo útil y decente. Uno de los candidatos proponía entrar en ella a ciegas con una antorcha encendida, y el pueblo soberano, que sí se equivoca casi siempre, le ha dado la llave.

Hay miles de problemas en el mundo pero no era necesario añadir más. La discriminación sexual, religiosa, racial, económica no se iba a acabar con una derrota del patán, pero su victoria no sólo no las combatirá sino que las convertirá en ejes sólidos de su política social. Hillary no iba a parar el cambio climático ni a oponerse a los intereses de las grandes compañías, pero la victoria de Trump refuerza la tendencia suicida de huir hacia el precipicio medioambiental a medio plazo. Una victoria demócrata no habría solucionado el escandaloso abandono de millones de americanos sin cobertura sanitaria, pero su derrota destruye los tímidos avances (los republicanos boicotearon sistemáticamente los intentos de Obama por defender a los ciudadanos frente a las compañías médicas) logrados. No da igual. La educación de calidad seguiría siendo inaccesible para millones de estudiantes estadounidenses bajo Hillary. No hacía falta sumar unos millones más cortando las ayudas públicas. Podemos seguir con las mujeres, los homosexuales, las armas, las relaciones internacionales, el papel del ejército, los impuestos…ad infinitum.

No es un hecho aislado, en una tendencia mundial (no es nueva, la anterior, en los años 30 del siglo XX acabó como acabó). El rechazo a la vieja política (corrupta, ineficaz, alejada de los intereses de la población…) no está llevando a apoyar soluciones sino a respaldar nuevos problemas. Los populismos son armas eficaces para conseguir el poder proponiendo soluciones tan eufónicas como falsas. Está pasando en Europa (con dos variantes políticas a norte y sur) y acaba de pasar en Estados Unidos. Varias peculiaridades del voto americano a tener en cuenta; la influencia de grupos religiosos (evangelistas), el rechazo a la educación (un supuesto anti-elitismo bastante estúpido y suicida, por cierto) y el rechazo a la opinión informada, sustituida por la presencia mediática y en redes sociales. Cuidadín, cuidadín…

Crucemos los dedos. Esta victoria puede tener dos efectos: hacer pensar al personal sobre la estupidez de dar patadas al sistema en el culo de los intereses de la gente y la sociedad o alentar la susodicha estupidez. Ya lo vimos en Gran Bretaña, ahora vienen Francia, Holanda, Austria… Igual si vence Le Pen en Francia seguiremos oyendo que da igual, que sin Le Pen también había injusticias, desigualdad, muertes de inmigrantes, insolidaridad….

Peligroso, muy peligroso.

Estúpido, muy estúpido.

 

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