Conmemorar el día de los andaluces, en mi opinión, es algo mucho más serio que unas declaraciones oficiales, una mención de pasada en los centros educativos y en las instituciones, una reiterativa serie de discursos y una verbena llena de sevillanas y alimentos populares.
Si la conmemoración se queda solo en eso, creo solo se alcanza una de esas alegrías a plazo fijo que, como en el caso de las navidades, nos regala un puente, un cierto aire de fiesta y poco más.
 Conmemorar nuestra fiesta implica algo mucho más serio: una reflexión sobre el significado de Andalucía a lo largo del pasado, en el momento actual y la posible proyección hacia el futuro de las potencialidades andaluzas.
Pero eso es harina de otro costal, pues somos un pueblo resignado ante la adversidad, el paro, el atraso, la escasa cultura práctica y la falta de recursos que nos sitúan desde hace siglos en la zona más baja de todas las estadísticas posibles. Y sería de agradecer que las instituciones y los partidos políticos hicieran un riguroso análisis.
La Historia hace tiempo que lo ha hecho,  pero parece que ni el gobierno de Madrid ni el de Sevilla han sabido interpretar las causas profundas de nuestro atraso en el supuesto de que hayan leído algo al respecto. Parece que nos resulta suficiente mirarnos el ombligo, recurrir a la riqueza de nuestro folclore, al flamenco y las dichosas e invasivas sevillanas, a Alberti, Lorca, Góngora, Murillo, Picasso, etc., a nuestro importantísimo patrimonio artístico, a nuestros variados elementos turísticos…
Sin restarles un ápice de trascendencia a semejantes glorias incuestionables, creo que Andalucía debe dar un golpe de timón y plantearse muy seriamente en qué  fallamos (el pueblo de a pie, la oligarquía y el empresariado, los dirigentes y la oposición, el mundo de la cultura, la ciudadanía…) porque, pese a los discursos oficiales de autobombo, la realidad deja mucho que desear. No nos puede bastar con los millones de turistas si no somos competitivos; ni es suficiente nuestra historia si el presente se acerca a lo desolador; ni bastan las sevillanas o la voz de Camarón si el índice de analfabetismo, de uso de bibliotecas o asistencia a espacios culturales resulta desolador.
Repetimos un esquema que no sirve y que excluye de la actualidad a un amplio grupo humano, que perpetúa los viejos esquemas pretendidamente identitarios (toros, flamenco, gastronomía, simpatía con los visitantes foráneos, cofradías, casetas de feria, feria del Rocío, etc.) como si con eso bastara. Pero con eso no llegamos al mundo de excelencia que se pretende en la estructura de nuestro mundo global.
Si en la crisis del 98 se pedía doble vuelta de llave al cerrojo de la tumba del Cid, la modernidad nos demanda que cerremos una identidad andaluza así de castiza, tan de oropeles, tan oficial, y nos pongamos a ganarnos nuestro futuro, sin maquillajes de colores políticos, ni reminiscencias sevillanas, ni cantos de absurdo triunfalismo, ni… Andalucía está ahí, con mil lacras que nos hemos ganado entre todos con nuestro conformismo, pero también con el inmenso potencial que llevamos dentro.
Pero no se puede acelerar a base de permanente guerra entre partidos, de discursos oficiales que son fuego cruzado y estéril desmotivación de la gente. Alguien tendrá que conducirnos (ese es al significado de la palabra líder)  hacia el mañana con energía, con carisma y con ganas de dejar atrás tanta mística andaluza, tanto atraso y tanto vacío
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