«El paso de Abraham» por Alberto Granados
Con los años, perdí totalmente el difuso sentimiento religioso que por entonces tenía, pero la aparición de un perfil colectivo en Facebook sobre cosas del pueblo, que está llenándose de imágenes “históricas”, me ha devuelto algo de aquellas vivencias llenas de fuerza y hoy las comparto con vosotros, con cierta nostalgia de mi ingenuidad perdida.
Desde hace muchos años, la Semana Santa no tiene más sentido para mí que el disfrute de unas vacaciones que destino a hacer un viaje o a bajarme a la playa con mi familia, pero en los cincuenta y sesenta, los años de mi Alcaudete natal, era un período que aún mantenía su sentido religioso y que además suponía una semana de estar todo el día de callejeo, con la pandilla, vestidos todos de nuevo, con un magnífico nivel de forasteras (todo un concepto el de las forasteras, que venían a ver las procesiones y solían ser más lanzadas que las sacrosantas niñas de mi pandilla, o eso decía la leyenda)… Esos días de procesiones, romanos y oficios religiosos eran algo importante en nuestras vidas de entonces, que ahora me parecen tan lejanas y ajenas como si estas cosas nunca nos hubieran sucedido a mis amigos de entonces y a mí.
Mi pandilla, el Viernes Santo de 1966. ¿Me reconocéis? (Fila de abajo, a la derecha)
El Viernes Santo era el día más especial de nuestra semana santa: salía muy temprano la procesión más vistosa y, tras dar un largo recorrido a las calles del pueblo, volvía a la hora de comer a la plaza del Generalísimo (obvio, ¿verdad?). Allí, se había ido convocando todo el pueblo para ver un paso escénico de contenido litúrgico, lleno de sabor medieval, que a mí me encantaba: el paso de Abraham. Confieso que no me siento capaz de reseñar el contenido literario, pues una vivencia así de personal y profunda no es objetivable.
La procesión aparecía por la calle Llana, la gente se iba arremolinando, paraban al Cristo delante de un tablao elevado al nivel de un mítico balcón y los nazarenos se quitaban las capuchas para ver mejor. Llegado el momento, un cornetín tocaba silencio y miles de conversaciones se acallaban con una magia antigua que pocas veces después he conseguido vivir. Abraham e Isaac se saltaban la baranda del balcón y aparecían en el tablado, donde alguien había atado previamente un corderillo. Seguidamente, empezaban sus parlamentos, a voces entrecortadas, con un extraño oscilar de brazos y a un ritmo imposible (se hacía así desde siempre, aunque teatralmente no tuviera mucho sentido). En el momento en que el padre iba a sacrificar al hijo, el Ángel, un niño vestido de raso azul, aparecía sobre una mesa en el balcón y paraba el sacrificio. Su parlamento hacía referencia al otro Cordero que había de ser sacrificado en el futuro del Nuevo Testamento, el Cristo parado a unos metros. Un instante después, el pueblo entero estallaba en un aplauso unánime, al margen del valor literario del texto o la calidad de la breve representación teatral: eso no hacía falta, todos teníamos un nudo en la garganta y habíamos asistido a algo que pertenece a los genes emocionales de todo nuestro pueblo. Ignoro época, autoría y demás circunstancias, pero ya que sois varios los filólogos que pasáis por aquí, os traigo el paso de Abraham recompuesto sobre la base de mis recuerdos y el texto incluido por Antonio Rivas Morales en su “Pasos de Alcaudete”, (Separata de El Toro de Caña, Excma. Diputación de Jaén, 1997), al que me he permitido añadirle unas inexistentes acotaciones escénicas:
PASO DE ABRAHAM (Pieza escéncia de la Semana Santa de Alcaudete)
ISAAC: (Se sube al tabladillo y suelta el haz de leña en el suelo)
Abraham, padre y señor,
ya que al monte hemos llegado,
en donde Dios nos ordena,
ofrecer en holocausto
un sacrificio que sea
propicio, agradable y grato
a su Majestad Divina;
trayendo yo para el caso
en mis delicados hombros
el haz de leña cargado,
vos el fuego y el cuchillo
e instrumentos necesarios
para consumar la obra,
y proporcionar el acto;
estando todo dispuesto
y prevenido, reparo
para el sacrificio falta
lo más necesario,
pues no descubro
qué ha de ser sacrificado.
Así os suplico, señor,
dulce dueño, padre amado,
me saquéis de los recelos
y dudas en que me hallo,
y me digáis, si es posible
y merezco vuestro agrado,
dónde la víctima está
de este sangriento holocausto.
ABRAHAM:
Dios proveerá, Isaac querido,
la víctima que consagro,
que si es para Sí, no hay duda,
será como dé su mano.
Ya la tiene proveída:
a ti solo te ha tocado.
Obedece sus preceptos
y sus divinos mandatos.
ISAAC :
¡No sé qué me dice el alma!
¡El corazón a pedazos
se quiere salir del pecho!
ABRAHAM:
¡No hay que temer, hijo amado! ¡
Buen ánimo, Isaac querido!
¡La lengua se me ha trabado!
ISAAC:
¿Qué me decís, padre mío?
¡Responded! ¡Habladme claro!
ABRAHAM:
Que es Dios primero que todo
que es secreto de lo alto,
al que no puede faltar,
que seas sacrificado.
¡Llégate junto a mi pecho!
Te daré mi último abrazo
ISAAC:
¡Si es voluntad del Señor,
cúmplase en mí su mandato!
¡Alegre y gustoso muero!
(Se hinca de rodillas sobre el haz de leña para ser sacrificado)
ABRAHAM:
(Pone un pañuelo alrededor de los ojos del niño y le ata las manos)
Lo conforme del muchacho
De alivio y consuelo sirve
Al dolor que estoy pasando.
Por eso ni detengo mi intento,
ni desmayo, ni fallezco.
Si a Isaac de veras amo,
el amor que tengo a Dios,
no cabe ni imaginarlo.
¡Recibid, Señor Divino,
la víctima que consagro!
(Saca un largo sable y lo sube para dar el fatal golpe)
ÁNGEL: (Apareciendo súbitamente sobre una mesa)
¡Detente Abraham! Es primero
obedecer que sacrificar.
¡No tiendas el brazo diestro
sobre el muchacho, ni manches
con su sangre el limpio acero!
Sólo Dios ha pretendido
probar tu obediencia y celo.
Y ya que de tu amor y fe
servido está y satisfecho,
y para que en todo sea
el sacrificio completo,
te manda que sacrifiques,
por este muchacho tierno,
a ese cordero que está
entre esas espinas preso,
para que sirva de ofrenda
por Isaac, y al tiempo,
expresa figura sea
de aquel Divino Cordero
que ha de ser sacrificado
en los siglos venideros,
por la redención del mundo
en el sacrosanto leño.
Y para que veas cuán grande
ha sido tu premio, Abraham,
por la heroica acción que has hecho
tu generación fecunda
se multiplicará en extremo,
más que del mar las arenas,
y las estrellas del cielo.
Vestirán tus descendientes
púrpura, corona y cetro,
teniendo a tus enemigos
sujetos bajo tu imperio
y por ti serán benditas
las gentes del Universo.
No dudes de lo que digo,
que soy de Dios mensajero
y me manda que en su nombre
anuncie lo que prometo.
(El ángel se deja caer hacia atrás, donde desaparece)
ABRAHAM:
Aguarda, divino anuncio,
que el dolor es tan supremo
y tan buenos favores dices
a estos tus humildes siervos.
Levántate, Isaac querido,
que el sacrificio está hecho (lo desata y abraza)
y su Majestad divina
servido está y satisfecho.
Camina y vamos a verlo.
ISAAC:
Vamos, padre, pues volvemos
más gustosos que vinimos.
ABRAHAM:
A Dios las gracias daremos
por tan grandes beneficios,
Isaac, como nos ha hecho.
La procesión y el Paso de Abraham, años de postguerra. Fotografía de Enrique López Ruiz. En ella se aprecia la representación dramática del paso y se ve al ángel en pleno parlamento y con los brazos abiertos.
Con los años, perdí totalmente el difuso sentimiento religioso que por entonces tenía, pero la aparición de un perfil colectivo en Facebook sobre cosas del pueblo, que está llenándose de imágenes “históricas”, me ha devuelto algo de aquellas vivencias llenas de fuerza y hoy las comparto con vosotros, con cierta nostalgia de mi ingenuidad perdida.
Alberto Granados