«Homenaje a Francisco Gil Craviotto » por Alberto Granados
La palabra homenaje, según el DRAE, es: Del occitano homenatge. 1 m. Acto o serie de actos que se celebran en honor de alguien o de algo. 2 m. Sumisión, veneración, respeto hacia alguien o de algo. 3 m. En la Edad Media, juramento solemne de fidelidad hecho a un rey o señor.
Si abstraemos las dos primeras acepciones (“acto en honor de alguien” y “veneración, respeto hacia alguien”), tendremos la dimensión exacta del acto que por sorpresa preparamos durante unas cuantas semanas y que, finalmente, se llevó a cabo la tarde el pasado viernes día 20: el Centro Artístico, Literario y Científico de Granada ofreció un homenaje a uno de sus socios más activos y dignos: mi querido amigo Francisco Gil Craviotto, del que he hablado en este blog numerosas veces.
Todo empezó con un correo a finales de la primavera pasada: Celia Correa (la Presidenta del CALC) y la escritora Carolina Molina pedían colaboración y sigilo para prepararle a nuestro Paco un homenaje. La colaboración pedida consistía en ir extendiendo la propuesta entre los numerosos amigos del escritor pidiéndoles colaboraciones escritas y mucha discreción. Durante el verano, muchos de nosotros enviamos nuestro texto y las últimas semanas han sido para llamar a los rezagados, recopilar fotos de las intervenciones del homenajeado, hacer las compras pertinentes, movilizar a la propia familia del escritor, etc. Los últimos días hemos estado pendientes de esos últimos textos prometidos, de los correos en que algunos amigos se excusaban por no tener tiempo pero dejaban clara su inequívoca adhesión al hombre y al homenaje, etc.
Finalmente, la mencionada presidenta dejó en blanco la fecha del viernes en la programación que semanalmente nos envía, pero llamó a Gil Craviotto para indicarle que iba a haber una actividad improvisada en que se iba a hablar de la literatura del exilio, algo informal a lo que su propia experiencia de autoexiliado en París podría aportar mucho.
Fue divertido el cariñoso engaño. Nuestro temor era que la información se hubiera filtrado y le hubiera llegado alguna noticia sobre el hecho, pero nuestro amigo se sentó en primera fila, dio comienzo el acto y cuando Celia dijo a la sala que mejor dejábamos la literatura del exilio para hablar de un exiliado dignísimo presente en el acto, la cara de Gil Craviotto cambió y creímos entender que, incluso en una ciudad tan chismosa como Granada, la figura del autor hace que se conjuren los chismes, se guarde -por una vez- el secreto deseado y se imponga el sigilo entusiasta. No se hubiera logrado con cualquiera, pero este hombre genera ese tipo de empatías.
Mi colaboración fue esta:
La frenética vejez de Francisco Gil Craviotto
Solemos asociar la vejez a esa época de limitaciones en que el ser humano decide delegar tareas en la generación siguiente (hijos o sobrinos, especialmente) e iniciar con ello un desentenderse de lo cotidiano. El proceso supone una alta dosis de claudicación ante lo nuevo, la tecnología reciente, las gestiones que ya parecen insuperables… Quien llega a esa situación empieza a sentirse fuera de una realidad que a veces no entiende o que le produce un tedio insuperable. Es, sencillamente, una rendición absoluta ante lo inexorable de la vida.
Pero hay casos en que el viejo no se rinde, ni depone sus actitudes, ni acepta las limitaciones que la simple biología va imponiendo con mano de hierro. Por eso se asegura que la edad no reside en la partida de nacimiento, sino en algún recóndito pliegue del espíritu, que hace que determinada persona mayor se rinda o, por el contrario, encuentre energías para seguir adelante, con las botas puestas hasta el último aliento. Este último es el caso de mi admirado escritor y querido amigo Francisco Gil Craviotto. Indudablemente, está viejo y hay que aceptarlo sin eufemismos ridículos ni piadosos paños calientes. Sus ochenta y cuatro años lo certifican. Es una edad en que cualquier persona es considerada vieja, senil, provecta… sin matices ni dudas. Pero hay viejos y viejos y nuestro Paco es esa clase de viejo que presenta la batalla a la edad, que no se rinde ni aparta a un lado lo que considera su obligación y que está siempre disponible para un viaje, una excursión, la participación en un ciclo de conferencias, desarrollar su creación literaria y cualquier otra cosa que se le demande.
Paco es así y no le cuesta trabajo asumir que lo suyo es la literatura y la cultura, junto con la activa militancia en el laicismo y el republicanismo, en los derechos de las personas, en el apoyo a minorías marginales, en hacer de la gente seres más civilizados, cultivados y solidarios. Él es así y no le ve ningún mérito. No encuentra nada extraordinario en aquello que sus amigos admiramos en él.
Gil Craviotto escribe y lee con una fruición poco común para cualquier edad. Puedo certificarlo, pues ambos estamos constantemente intercambiando libros y textos conforme los terminamos. Siempre un buen prosista y un notable cirujano de almas cuando hace sus semblanzas o dibuja sus magníficas estampas literarias, ha desarrollado en estos últimos años una producción febril y desbordada. Por otra parte, participa con una frecuencia inusitada en las actividades del Centro Artístico, de la Academia de Buenas Letras de Granada o de su asociación alpujarreña. Así, sin despeinarse siquiera, organiza completísimos ciclos de conferencias, hace de prologuista para quien se lo pida, interviene en presentaciones de libros o se va a las Alpujarras para recorrer sus pueblos y obtener de primera mano la visión que le permitirá escribir los textos que, acompañados de las fotografías de su amigo Enamoneta, verán pronto la luz de la imprenta.
No le importa subirse a un autobús que lo llevará a Algeciras antes de cruzar el estrecho para exponer una conferencia sobre escritores ceutíes, o plantarse en la Prisión de Albolote para formar parte del jurado de relatos carcelarios, rodeado de internos con los que pasa la sesión de la entrega de premios sintiéndose como pez en el agua. Como no le importa acudir a la convocatoria de sus amigos alpujarreños para ir andando hasta Jesús del Valle. Cuando me lo contó se lo desaconsejé. No me hizo caso, pero algo falló y no encontró a los demás, así que el paseo se limitó a subir desde su casa al Aljibe de la Lluvia, en las dehesas del Generalife. Un recorrido largo y en cuesta que haría desistir a más de uno, pero que él se tomó como lo más normal, ajeno a esas limitaciones que los viejos, los realmente viejos, se imponen a sí mismos.
Y sigue escribiendo: cuentos breves y medianos, la biografía de Hernández Quero, una novela sobre un escabroso asunto de compra de hijos que él mismo me pidió que no leyera tras enviármela por considerarla una “novela menor”… Nuestro Paco Gil Craviotto nunca se toma un respiro. No hace mucho lo entrevisté en el Centro Artístico. Cuando le pregunté por su frenética vejez respondió con palabras de su hija: “es que no sé decir que no”. Creo que no es verdad, que me dio la respuesta fácil. Hay veces en que pienso que desea batir todas las marcas y colmar su perfil de la Wikipedia de datos sobre su ya ingente obra, llena también de colaboraciones periodísticas en diversos medios. Que desea aumentar su producción literaria para demostrarse a sí mismo que aún tiene capacidad y que su cerebro se mantiene activo por encima de su edad.
Parece que el desaliento, los achaques de la salud, la desgana o la falta de energías no hacen mella en este hombre que muestra una enérgica resolución en este mundo de la cultura donde se ha ganado tan dignamente el lugar que ocupa y el prestigio de que goza.
Yo, que me estoy acercando a la vejez, deseo llegar a ser un viejo como él, plantarle cara a la muerte con su fuerza, dejar tras de mí tanta admiración y tanta gratitud como este hombre sencillo y entrañable ha sido capaz de generar, como un aura que lo envuelve. Hago mías las palabras de nuestro Federico, dedicadas a Sánchez Mejías: tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace / un andaluz tan claro, tan rico de ventura.
Querido Paco: gracias por ser como eres.
AG
Durante el acto, Celia destacó el nivel de colaboración del homenajeado, se leyeron varios correos de los ausentes, Carolina Molina le hizo unas preguntas, se le entregó una caja archivadora con las páginas que unos y otros habíamos entregado, se pasaron unas fotos que yo mismo había preparado con sus múltiples colaboraciones públicas y él comentó con su habitual ironía algunas anécdotas. Finalmente, se le entregó todo aquello y se le hizo notar la presencia en la sala de su propia hija y su nieta, que se habían ocultado cuando él y su esposa llegaron para no levantar la mínima sospecha. Los asistentes tenían instaladas en sus rostros sonrisas que contrastaban con el gesto de perplejidad del protagonista.
A veces, cuando el personaje lo merece hasta ese punto, se producen situaciones cargadas de magia. Solo a veces; solo con personajes especiales.
Alberto Granados