22 noviembre 2024

Tal como yo la entiendo, la huelga de las mujeres convocada a escala mundial para el próximo día 8 de marzo aspira a ser un gran trompetazo, un puñetazo en la mesa, un basta ya que lleve las conciencias de todos a la convicción de que no estamos ante un aniversario más con las reivindicaciones habituales, sino que es preciso abordar un nuevo capítulo en la historia de las relaciones hombre-mujer, que la lucha de la mujer por sus derechos no acepta ya el ritmo de paso marcado hasta ahora por la condescendencia de los hombres y que exige, no solo una aceleración de dicho ritmo, sino una relectura del tema.

Doy por supuesto que ni la activista más fervorosa se plantea iniciar el día 8 una revuelta subversiva, aunque sí aspira legítimamente a desestabilizar nuestras mentes y las de nuestras sociedades para sacudir perjuicios y posiciones de poder, las más resistentes. Hay que estar muy ciego para no percibir que esa corriente tiene alcance mundial y que se extiende más allá de las vanguardias feministas, que está penetrando en un grado o en otro en todo el universo femenino.

Y no me explico que un movimiento de fondo de este calibre, cuyo mensaje debe ser escuchado con la máxima atención por cualquier persona responsable, sea interpretado por el Partido Popular de forma tan barata, diciendo que es una huelga insolidaria, una apuesta por el enfrentamiento de hombres y mujeres dirigida por élites feministas, no por mujeres reales con problemas cotidianos. Aparte de este curioso último apunte según el cual las feministas no pueden ser mujeres reales con problemas cotidianos, estamos ante una interpretación penosa, que si bien no nos ayuda a conocer mejor la huelga, si nos ayuda a conocer mejor al Partido Popular. Una huelga de mujeres con la que los hombres sí podemos solidarizarnos. Para empezar, respetándola.

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