Martin Luther King: el reverendo soñador
Se cumplen 50 años, HOY miércoles, del asesinato del activista en favor de los derechos civiles. Sus reivindicaciones siguen tan vigentes como entonces
Martin Luther King tuvo mucho más que un sueño. Tuvo la conciencia de que, tras la dura lucha para lograr que se convirtieran en ley el fin de la segregación y los derechos civiles y de voto, se abría una batalla aún más difícil: la que buscaba la igualdad verdadera. En los últimos tres años de su vida se volcó en esa otra contienda que hoy sigue abierta, la que exige al sistema no la mera decencia moral sino un transformación estructural con coste económico. Abrió el foco y pasó de los derechos constitucionales a los derechos humanos.
El activista señaló y puso en la diana los males de la sociedad capitalista: racismo, pobreza, militarismo, materialismo. Y fue cuando lo hizo, cuando el reverendo soñador e icono de la no violencia pidió tomar conciencia de que «los problemas de injusticia racial y económica no se pueden resolver sin una distribución radical del poder político y económico», cuando, como escribió James Baldwin, se hizo «suficientemente peligroso para que le dispararan».
Martin Luther King es arrestado tras capitanear las acciones contra la segregación de los negros en los autobuses. /
Ese disparo llegó poco después de las seis de la tarde de un jueves, el 4 de abril de 1968, en Menfis, la ciudad donde King había acudido a apoyar la huelga de los 1.300 trabajadores negros de limpieza de la ciudad, discriminados laboralmente. Estaba en el balcón de la habitación 306 del Motel Lorraine en Menfis cuando una bala le alcanzó en el cuello. Una hora después, en el hospital Saint Joseph, se pronunciaba su muerte. Tenía 39 años.
«Si cambias los aspectos más particulares, sus discursos podrían estar escritos hoy», afirma la reverenda Liz Theoharis
En los libros de historia James Earl Ray aparece como el asesino, pero para muchos la versión oficial nunca ha sido satisfactoria. Y tampoco lo ha sido el retrato que, desde entonces, el ‘establishment’ ha ido tratando de cincelar: el de un héroe reconocido con el Nobel de la Paz amable, idealista y suave. Es un retrato para muchos «esterilizado y convencional», interesadamente enfrentado al de otros líderes negros como Malcolm X o Stokely Carmichael, padre del Black Power. Y es un retrato incompleto que han denunciado quienes le conocieron y lucharon a su lado, como Joseph Lowery, otro de los padres de la Southern Christian Leadership Conference, que ya en el 25º aniversario del asesinato escribía: «Hemos puesto a Martin en una rotonda de adulación irrelevante y lo hemos alejado de la lucha por la justicia económica. En algún punto en el camino conseguimos resucitar al mensajero y enterrar el mensaje».
Palabras proféticas
En este 50º aniversario ese mensaje, no obstante, revive. Y se encuentra mucho de profético en las palabras de los últimos años del King que en Chicago comprobó que el racismo en el norte podía ser incluso peor que en el sur y vio como en los actos de protesta en su contra empezaban a aparecer no ya capuchas del Klan, sino esvásticas, una imagen que el año pasado resucitaba en Charlottesville. Se hace imperioso recuperar al King que puso el foco en los retos que plantean la pobreza, la brutalidad policial, la necesidad de dar acceso a la vivienda accesible, a sueldos dignos y a la educación de calidad. Y conviene recordar al King al que la condena contundente de la guerra de Vietnam y del militarismo granjeó acusaciones de traición de los mismos que le habían aplaudido o acompañado en Selma o en el icónico discurso del sueño en agosto de 1963.
Coretta Scott King besa a su esposo, el reverendo Martin Luther King, en Alabama, en 1963. Detrás de ambos, riéndose, el músico y actor Harry Belafonte. /
«Cuando una nación se obsesiona con las armas de la guerra, los programas sociales inevitablemente sufren. La gente se vuelve insensible al dolor y la agonía entre ellos», denunciaba King, al que no desviaron de su camino ni la renovada violencia contra él, ni la intensificada obsesión del FBI por espiarle y presionarle, ni el rechazo que le mostraban las encuestas. «He luchado demasiado tiempo y demasiado duro contra la segregación para acabar en este punto de mi vida segregando mis preocupaciones morales», explicaba.
Hoy el activismo de acción directa y los movimientos interseccionales como los que él propugnaba viven un renacimiento, y en Estados Unidos lo han demostrado las Marchas de las Mujeres, el movimiento #MeToo o los estudiantes de Parkland. Y se sienten vigentes muchas de sus palabras: «Los profundos estruendos que oímos hoy, el estrépito del descontento, es el trueno de las masas desheredadas subiendo de los calabozos de las opresiones a las brillantes colinas de la libertad». «El futuro de los profundos cambios estructurales que buscamos no se encontrará en una maquinaria política decadente. Está en nuevas alianzas de negros, puertorriqueños, trabajadores, progresistas, ciertas iglesias y elementos de la clase media».
Tomar el testigo
«King hablaba de racismo, pobreza y militarismo como inseparables y ese mensaje está vivo. Hay algo asombroso en sus discursos. Si cambias los aspectos más particulares podrían estar escritos hoy. Y la única forma de honrar su trabajo es tomar el testigo», cuenta en una entrevista telefónica la reverenda Liz Theoharis, que junto al reverendo negro William Barber ha resucitado uno de los últimos empeños en que se embarcó King con otros líderes sociales: la ‘Poor People’s Campaign’ (‘Campaña de la gente pobre’).
Ya en 1968 King denunciaba que «nuestra sociedad es tan rica que no vemos a los pobres». Señalando que «algunos son mexicanos, otros indios, otros portorriqueños, otros blancos de los Apalaches, la vasta mayoría negros en proporción a su tamaño en la población», decía que «no hay nada nuevo en la pobreza. Lleva con nosotros años y siglos». Pero sí veía que algo había cambiado. «Ahora tenemos los recursos, las herramientas, las técnicas para deshacernos de la pobreza. La pregunta –concluía– es si nuestra nación tiene la voluntad».
50 años han contestado, tristemente, ese interrogante. Pero Theoharis y Barber quieren cambiar las cosas. Han planeado seis semanas de acción directa y desobediencia civil en 25 estados, que culminarán con una movilización masiva en el Capitolio el 23 de junio. Y no replican exactamente las demandas de hace 50 años (una Carta de Derechos económicos, una dotación de 30.000 millones de dólares al año para librar una guerra real contra la pobreza, la aprobación de legislación que asegurara el pleno empleo y una renta mínima garantizada o la construcción anual de medio millón de viviendas accesibles hasta que se eliminaran las barriadas), pero han resucitado su llamada a una «revolución radical de valores» y moral, y con sensación de urgencia.
El predicador con su esposa, Coretta Scott King, y sus tres hijos mayores, Martin Luther King III, Dexter Scott y Yolanda Denise, en 1963. /
«En los 26 debates que hubo en las elecciones presidenciales no hubo ni una hora dedicada a la devastación económica, a la pobreza o a la supresión de voto», dice Barber en una conferencia telefónica con cuatro periodistas. «No podemos tener un discurso político limitado. Y hay que cambiar la narrativa». Se siente obligatorio en un país, primera potencia económica del mundo, donde más de uno de cada ocho ciudadanos, 41 millones de personas, vive bajo el umbral de la pobreza (casi 19 millones de ellos en profunda pobreza, con menos de dos dólares al día). «En este país hay 14 millones de niños pobres», denuncia Barber. «50 años después tenemos menos protecciones de derecho de voto que en 1965. 22 estados han aprobado (desde el 2010) leyes de supresión de voto y en cada uno hay alta pobreza, negación de atención sanitaria, de sueldos dignos, de derechos sindicales, ataques a inmigrantes, ataques a mujeres… La encarcelación masiva y las leyes injustas de inmigración han atrincherado el racismo sistémico. El desequilibrio entre gasto militar y gasto en programas sociales se ha acentuado. Y el cambio climático afecta desproporcionadamente a pobres y marginados».
Explotación de los pobres
Resucita hoy el King que combatió «el mito de que el capitalismo creció y prosperó por la ética protestante del trabajo duro y el sacrificio» y señaló que «el hecho es que se construyó sobre la explotación y el sufrimiento de esclavos negros y sigue prosperando en la explotación de los pobres, tanto negros como blancos, tanto aquí como en el extranjero». Sirve su diagnóstico de un sistema que «a menudo ha dejado un abismo entre riqueza superflua y pobreza abyecta, ha creado condiciones que permiten que se quite a muchos lo necesario para dar a unos pocos lujos». No cuesta imaginarlo señalando a la brecha actual entre ricos y pobres, disparada desde su época, con tres personas en EEUU –Jeff Bezos, Bill Gates y Warren Buffet– acumulando la misma riqueza que la mitad de la población.
A veces cuando habla Bernie Sanders parece que se está oyendo a ese King que criticaba el sistema («lo que realmente defienden es socialismo para los ricos y capitalismo para los pobres»). Y siguen siendo válidas sus denuncias: «Nuestra sociedad orientada a las cosas nos ciega de la realidad que nos rodea y nos anima en la avaricia y la explotación que crea el sector de la pobreza en medio de la riqueza».
«La fuerza de su mensaje de los últimos años se perdió, por eso es pertinente reclamarlo», cuenta en otra entrevista telefónica Trey Ellis, productor de ‘King in the wilderness’, un documental presentado en Sundance que HBO estrenará el 2 abril y que se centra precisamente en los últimos años de King. Y la cinta contribuye a elaborar el verdadero retrato del hombre desconocido para muchos, «radical, irreverente, fuerte, fiero» según Ellis.
Una de las escenas de la película muestra a ese King que, en una manifestación, reacciona encogiéndose ante el sonido de lo que parece un disparo. Era el hombre que sentía la presión y el miedo pero que, según Ellis, había alcanzado la paz con esos dos elementos. «Decía algo así como que, para ser libre, el hombre tiene que ser libre del amor al dinero y del miedo a la muerte».
Combativo
Era el King que en sus últimos años escribió: «La cobardía hace la pregunta ¿es seguro? La conveniencia pregunta ¿es político? La vanidad pregunta ¿es popular? Pero la conciencia pregunta ¿es lo correcto? Y hay veces en que tienes que tomar una posición que no es segura ni política ni popular pero debes hacerlo porque es lo correcto». Y eran más que palabras.
El 3 de abril de 1968, King ya estaba en pijama en la habitación del Lorraine cuando le pidieron que fuera a hablar al Mason Temple. Lo hizo y, sin notas, ofreció el discurso que ha pasado a ser conocido como el de la cumbre de la montaña. Ahí estaba el King combativo, organizador, que recordaba a los que le escuchaban que individualmente podían ser pobres, pero unidos eran un poder. Era el King que instaba al boicot de grandes empresas que tenían políticas discriminatorias (como Coca-Cola o Wonder Bread), a reforzar instituciones negras y a «poner presión donde realmente duele». Y era el King determinado a continuar aspirando a alcanzar «lo que América debería ser» y que llamaba a no cejar en la lucha. «O subimos juntos o caemos juntos», dijo, llamando a desarrollar «una especie de solidaridad peligrosa».
Era, también, el King consciente de las amenazas que se cernían sobre él. Y hoy provoca escalofríos leer o escuchar las palabras con que cerró aquel discurso. «No sé qué pasará ahora. Vienen días difíciles. Realmente no me importa, porque he estado en la cumbre de la montaña. Y no me importa. Como cualquiera, quisiera vivir una larga vida, la longevidad tiene su lugar. Pero eso no me preocupa ahora. Solo quiero hacer la voluntad de Dios. Y me ha permitido subir la montaña. Y he mirado y he visto la tierra prometida. Puede que no llegue ahí con ustedes. Pero esta noche quiero que sepan que nosotros, como un pueblo, llegaremos a la tierra prometida. Y estoy feliz esta noche. No me preocupa nada. No temo a ningún hombre».