Josef Mengele: años de plata y soledad
Olivier Guez desmitifica en un libro la vida de la leyenda del mal durante su exilio latinoamericano
Siempre que nos encontramos con la vida de algún jefe nazi, la duda es la misma: ¿era este hombre un pobre diablo que cayó en el lado trágico de la Historia? ¿O era un ser destinado a la crueldad y al desprecio? La desaparición de Josef Mengele, de Olivier Guez (editado por Tusquets) es una variación estupenda del mismo misterio: en sus páginas, Mengele, el legendario médico sádico de las películas, parece más un señorito arrogante que un psicópata predestinado al mal.
«Mengele no fue exactamente un jefe nazi», aclara Guez. «Fue un capitán entre miles; un médico nazi entre cientos de ellos. Lo veo como a un hombre sin propiedades, un tipo mediocre, con aspiraciones mediocres. No fue un nazi por vocación, sólo cuando vio que el Reich iba a durar, entró en el partido para medrar. Bastante tarde. Sus motivaciones son siempre egoístas: como quiere tener éxito en su carrera, va a Auschwitz, a trabajar con humanos en vez de con cobayas. Era un atajo hacia la cátedra, que era su objetivo. Así que no creo que estuviera predestinado al mal. Si hubiese nacido 15 años más tarde, habría sido un bastardo, un mal marido, un mal profesor, un mal padre… Pero como tantos. No hubiese sido un asesino en masa».
¿Estaba libre del pecado del odio? «En su juventud, era normalmente antisemita, como cualquier alemán nacionalista de su generación. Lo suficiente como para que el nazismo no le molestase. Pero no era una obsesión. A Mengele le dijeron: ‘Los judíos son nuestros enemigos’. Y contestó: ‘Bueno. Vale’».
Mengele ni siquiera era el primero de los médicos nazis. «Se veía a sí mismo como un soldado biólogo. Su misión era curar al pueblo, no al individuo. Y, para curar al pueblo, los subpueblos eran útiles, se podía hacer lo que se quisiera con ellos. Alemania se sentía en una posición de debilidad demográfica sobre sus enemigos. El Reich quería germanizar el Este de Europa y para eso necesitaba muchos nacimientos. Muchos hermanos gemelos… Esa era la guerra del soldado Mengele y ni siquiera fue el mejor de los que trabajaban en ese frente. No fue su visión, era la visión de Himmler».
Guez, por tanto, explica a Mengele en términos racionales: causas, consecuencias, motivaciones, contexto… O sea, lo contrario de la imagen popular tomada de Los chicos de Brasil, la del místico del mal encarnado por Gregory Peck. «De Mengele se pensaba en los 70 que era una especie de supervillano, capaz de escapar siempre de sus perseguidores, tramando planes diabólicos… Mientras esa idea de extendía, él llevaba una vida miserable con unos campesinos húngaros en Brasil en una granja aislada del mundo. Soledad, angustia, miedo… Después, acabó en un barrio malo de São Paulo, en una casita muy precaria, enamorado de la señora que iba a limpiar la casa. La diferencia entre la leyenda negra y la fascinación por el mal y la realidad es tremenda».
La desaparición de Josef Mengele ignora los años del Reich y se centra en la vida de Mengele en América Latina. En la Argentina de Perón, primero, donde vive años dorados, en el Paraguay de Stroessner y en sus años de soledad y probreza en Brasil. Durante una década, la nueva vida del doctor en Buenos Aires fue exitosa. Después, el Mossad se lanzó a la caza de nazis y su historia se volvió un calvario.
¿Por qué cayó Eichmann y no Mengele? «Porque Mengele era más astuto. Más seguro de sí mismo, porque venía de una familia rica, y menos obsesionado por el pasado. Mengele, como nazi, era un mosquito comparado con Eichmann. Eichmann, en Argentina, fracasó en todos los negocios que intentó.Como estaba frustrado, empezó a hablar, fue indiscreto. A Mengele le iba bien y no necesitaba impresionar a nadie».
Perón aparece como su protector. El mismo Perón del que hoy hablan los nuevos partidos de izquierda. «En Europa no sabemos nada de Perón. Nos suena al musical de Evita. Al señor simpático que quitaba dinero a los ricos y se los daba a los pobres… En realidad, era un militar que se había quedado muy impresionado por la Alemania nazi y que instauró un régimen muy autoritario.Su cálculo geopolítico era que la URSS y EEUU estaban destinadas a matarse mutuamente. Y que Argentina sería la superpotencia que las reemplazara.El problema que tenía era que su economía no era suficientemente moderna, su ejército tampoco y la ciencia, menos. Así que todos esos médicos y militares alemanes que buscaban empezar una nueva vida le venían maravillosamente».
¿Y Stroessner? «La historia de Stroessner era diferente. Su problema era que odiaba la Europa democrática. Era el hijo de un cervecero bávaro que deseaba fastidiar a los occidentales. Stroessner se divertía con los alemanes, jugando al misterio de Mengele. Les dice que lo tiene, que no lo tiene… En realidad, era todo mentira».
Al final del libro de Guez, Mengele, solo y enfermo, recibe la visita de su hijo desde Alemania, un joven sesentayochero. El padre anhela ser perdonado y querido, pero es tan arrogante que no es capaz de ser sincero, de asumir sus hechos. «Tiene una oportunidad de ser humano y no la aprovecha», explica el biógrafo. No podremos perdonarle.
FOTO: Josef Mengele, en Buenos Aires, en 1956