«La culpabilidad del machismo inocente» por Miguel Lorente
«Lo que puede ser, puede ser y además es posible»… Si Charles Maurice de Talleyrand hubiera pronunciado su famosa frase sobre lo imposible en este sentido, nadie le habría hecho mucho caso, del mismo modo que pocos se cuestionan por qué las cosas que pasan ocurren de ese modo y no de otro.
Cuando la realidad sucede, se convierte en verdad sobre su resultado, pero puede ser mentira en todo lo demás. El machismo es la falacia hecha verdad a través de una realidad que es mentira. Porque es mentira que la cultura se haya tenido que estructurar sobre las referencias de los hombres, porque es mentira que los hombres tengan que ser poderosos para garantizar la convivencia, porque es mentira que el poder sea abstracto, porque es mentira que la abstracción sea invisible, y porque es mentira que lo invisible no exista. Lo invisible no se ve, pero existe, y se mezcla con lo visible para dejar que las sombras jueguen también y contribuyan a la percepción de esa realidad, unas veces con la confusión, otras, sencillamente, con la negación.
El machismo es la gran mentira que lleva a entender la injusticia de la desigualdad como la normalidad, y a la igualdad como un ataque o una amenaza.
A partir de hacer de la desigualdad, cultura, ya todo queda sometido a la ley de la gravedad que mantiene a personas y sucesos pegados a la superficie de la realidad construida. De ese modo, las cosas caen por su propio peso para que así lo que puede ser sea, y además resulte posible, sin necesidad de que haya manos que empujen los acontecimientos.
La principal consecuencia de esta atmósfera intoxicada por los gases innobles del machismo va dirigida contra las mujeres por cuatro grandes motivos. En primer lugar, por ser el origen de la desigualdad. La desigualdad de género es la madre de todas las desigualdades, la primera que permitió obtener una conciencia de los beneficios del abuso construido sobre la normalidad, a partir de la cual vinieron el resto de desigualdades (status, raza, ideas, creencias, clases, origen, orientación sexual…). En segundo término, porque el uso de la desigualdad de género en cada caso particular contribuye a mantener la referencia común para que pueda ser usada en todos, al reforzar los valores de la cultura y actuar como una especie de oxigenación que mantiene las condiciones necesarias para la supervivencia del ecosistema machista. En tercer lugar, porque mantener a las mujeres dentro del sistema de la desigualdad atadas a determinados roles y espacios es la forma más segura de garantizar su continuidad, puesto que la aceptación de esa normalidad injusta por quienes teóricamente la sufren, resta peso al argumento que ataca esa construcción de la desigualdad. Por eso, el posmachismo recurre estratégicamente a mujeres para presentar sus planteamientos con la idea de aparentar una defensa de la igualdad y de las mujeres. Y en cuarto lugar, porque es la forma de mantener el control y el sometimiento para que las mujeres no se rebelen, y para que si lo hacen, sufran las consecuencias.
Todo ello nos muestra cómo la construcción del sistema permite tres grandes logros: el primero, presentar la desigualdad como normal; el segundo, que el propio abuso y sometimiento de las mujeres actúe como oxígeno para el propio sistema, no como referencia para cambiarlo; y el tercero, que si algo se altera o se cuestiona, incluso actuando contra las mujeres, la interpretación que se hace es que son las propias mujeres las responsables de lo que les sucede.
Algunas de estas consecuencias las tenemos cerca, y ahora se acercarán aún más ante las propuestas culturales del machismo para la época estival.
Una de ellas, identificada con la zona mallorquina de Magaluf, pero no limitada a ella, es la que presenta como normal que las chicas en plena diversión realicen felaciones a los chicos para obtener copas gratis. Una decisión libre y voluntaria de las chicas que ellos, los cabales chicos, no tienen más remedio que aceptar para no hacerles el feo del rechazo, y para que ellas también puedan disfrutar y celebrar la fiesta bebiendo una copa con la que brindar, pues también las mujeres deben tener derecho a tomarse una copa en libertad, fuera de ataduras. Es algo parecido a lo que recientemente ha ocurrido en la discoteca Fabrik de Madrid, donde se les ofrecía copas gratis a las estudiantes que se desnudaran en el escenario; por supuesto, sin que nadie las obligara.
Otra muy parecida a las anteriores es la que probablemente veamos pronto en las fiestas de San Fermín, como ha ocurrido años atrás. Será en julio y en Pamplona, donde alguna que otra chica, bien a hombros de un buen mozo o a ras de suelo, pero siempre rodeada de muchos hombres, será desnudada a tirones desgarrando su vestimenta, o ante la gran variedad de opciones que le ofrecerán, decidirá levantarse la camiseta empapada previamente por el vino para marcar su anatomía, y así conservar la ropa con la que poder vestirse cuando pase la marabunta.
Alguien podría pensar que las fiestas y el alcohol dan para eso y para más, sin darle más importancia a que, curiosamente, con alcohol y sin alcohol la realidad se presenta en contra de las mujeres y a favor de lo que los hombres desean, quieren y disfrutan. Pero no es sólo cuestión de fiestas y alcohol, y cuando las cosas no caen por la ley de la gravedad, entonces caen por su propio peso, como le decía un sargento a un tío mío en la mili. Esto significa que siempre existen razones de peso para justificar y reducir la agresión a lo anecdótico, al compararla con los cientos de mujeres que no lo hacen, o a lo puntual (Magaluf en verano, Pamplona en San Fermín, una fiesta de estudiantes en Madrid…), y por ello luego actúa la ley de la gravedad machista para hacer que otras cosas caigan por su propio peso en circunstancias distintas, como ocurre con las iniciativas que buscan chicas estudiantes para compartir piso que paguen el alquiler en forma de sexo y no de euros.
Y tampoco surgen de una noche de juerga las iniciativas que organizan caravanas de mujeres para movilizar a mujeres, que deseosas de conocer a encantadores y atractivos hombres maduros puedan cumplir su sueño y vivir un fin de semana de locura en la discoteca de un hotel entre Paquito el chocolatero y el chocolate de Don Francisco.
Al final, siempre es lo mismo:
- Mujeres que libremente deciden realizar una serie de conductas determinadas que, casualmente, refuerzan la idea de mujer objeto y cosificada que los hombres pueden usar en cualquier momento.
- Hombres que libremente se encuentran con aquello que quieren de las mujeres sin que ellos hayan hecho nada para que ocurra. Es como una especie de maná del siglo XXI que les cae en la travesía de los días y las noches.
- Culpabilización de las mujeres por ser unas malas mujeres al hacer aquello que ellos quieren que hagan.
- Hombres que se presentan como víctimas de unas mujeres desaprensivas que los incitan a la perdición y al pecado, cuando ellos sólo querían tomar unas copas en paz, disfrutar de las corridas de los sanfermines, compartir una vivienda, o iniciar una relación seria y formal de pareja.
El machismo crea las condiciones para que se produzca la discriminación, el abuso y la violencia contra las mujeres con el objetivo de satisfacer los deseos y necesidades de los hombres que se identifican con esos valores, no de todos los hombres. Y lo consigue a través de una cultura donde esos deseos se ven satisfechos por el catering de la normalidad, que lleva sus servicios a domicilio, al trabajo, a las noches de fiesta o a donde sean necesarios.
Luego, el propio machismo se presenta como inocente de lo que sucede y exigiendo la inocencia de aquellos hombres que son señalados, puesto que el mismo sistema ya considera de entrada que las culpables son las mujeres. Ellas son las malas y perversas de la película, y ellas son las responsables de lo que les pasa, por malas o por no ser lo suficientemente buenas para entender al hombre que tienen cerca.
Por eso, el machismo del posmachismo no quiere que se hable de violencia ni de desigualdad de género, ellos quieren que todo siga mezclado y confundido en esa realidad de mentira en la que las sombras ocultan el significado de los acontecimientos. Y por eso quieren también que se hable de «todas las violencias, de todas las discriminaciones, de todos los abusos…» porque de ese modo no se hablará de la construcción de la desigualdad que los hombres han hecho a su imagen y semejanza, ni se cambiarán las referencias para que la convivencia sea en Paz, con Justicia e Igualdad.
El machismo ha creado un ambiente para ocultar su responsabilidad en la desigualdad y en la injusticia que supone e impone, y el interés en construirlo se demuestra por su desinterés por cambiarlo. Nada es casual.
El machismo no es inocente, el machismo es culpable de machismo y de todo lo que conlleva.
Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor
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