‘Igualdad’ en la universidad: 40% de profesoras, 20% de catedráticas y una sola rectora en 50 centros públicos

Los datos merecen un vistazo porque, en este caso, no mienten ni son susceptibles de interpretación alguna. Dibujan una pirámide muy evidente, con una gran base y una punta diminuta. En la universidad española las mujeres suponen un 54,3% del alumnado y un 57,6% de los titulados. A partir de ahí su presencia se va difuminando progresivamente según se asciende en el escalafón.

A nivel de profesorado los datos ya se invierten: ellas pasan a ser un 40%, ellos un 60%. La proporción se desploma en el siguiente escalón, las cátedras. Aquí hay cuatro hombres por cada mujer (80% frente al 20%). En la dirección el porcentaje es exiguo. Sólo una mujer rige los destinos de alguna de las 50 universidades públicas (2%), ocho si se contabilizan las universidades privadas. Todos los datos pertenecen al Ministerio de Educación. ¿Es machista la universidad?

«Lo es en el sentido de que hay más hombres que mujeres, sobre todo en los puestos de responsabilidad», sostiene esta única mandataria, Adelaida de la Calle, rectora de la Universidad de Málaga y última heredera de Elisa Pérez Vera, la primera mujer que dirigió un centro público (la UNED), allá por 1982. Esta tesis la comparten la mayoría de expertas consultadas: no hay un machismo directo y legalmente hay igualdad, paridad. Pero se queda en el papel a base de maniobras que, más que ir contra las mujeres, van a favor de los hombres. «Realmente no es cierta esta igualdad. Hace falta visibilidad», coincide Isabel Cantón Mayo, catedrática de Didáctica en la Universidad de León.

Cantón repite una y otra vez dos datos para reforzar sus tesis: ella es la única mujer catedrática en su facultad entre 100 profesores y su universidad ha investido doctor honoris causa a 50 hombres frente a ninguna mujer. «Es una vergüenza y una discriminación clara en función del género. ¿No había ninguna que lo mereciera?», pregunta retóricamente.

Las razones esgrimidas para explicar esta desigualdad son variadas. Desde las clásicas sobre los roles de la mujer y el hombre en el que ellas tienen que cargar con el peso del hogar, lo que les resta horas para dedicárselas al trabajo, hasta otras asociadas a la competitividad o favorecer el statu quo imperante, quizá no con una motivación machista en sí misma pero que acaba perpetuando estas desigualdades. Pero en el ámbito educativo la situación no es exclusiva de la universidad, se reproduce exactamente igual en la Secundaria, donde ellas enseñan (59% de profesoras) pero ellos mandan (55% de directores), según el estudio Talis.

No te voto por no ser feminista

Es evidente que las mujeres han recorrido un largo camino desde que Concepción Arenal se colara vestida de hombre –las féminas tenían vetado el acceso– en la Universidad Central de Madrid en 1842. O desde que en 1910 la mujer pudo acceder a la enseñanza superior en igualdad sin permisos especiales. A partir de ese año, la presencia de la mujer en los campus fue creciendo sin pausa desde el 0,05% que representaban en ese primer curso hasta el 54,3% del curso 2012-13, el último del que tiene estadísticas el Ministerio de Educación.

«Sigue existiendo este techo de cristal o suelo pegajoso», sostiene Luz Martínez Ten, secretaria de Políticas Sociales de FETE-UGT. Hasta aquí todas de acuerdo. También hay consenso en torno a la idea de que la Ley de Igualdad de 2007 supuso un impulso. «Aunque en la universidad no siempre se cumple», matiza De la Calle. Pero a la hora de explicar esta desigualdad que los números señalan hay algunas opiniones diferenciadas.

De la Calle explica que la situación se retroalimenta. Para ser rector, por ejemplo, es necesario ser catedrático previamente. Ya con una proporción de 4 a 1 a favor de los hombres es más complicado. «Que la mujer esté en minoría en todo el entorno de la universidad complica conseguir votos para rectora», comenta. En su caso, además, se encontró con una sit

uación «curiosa» en la que ser mujer le restó posibilidades… ante un grupo de mujeres. «Me dijeron que no me votarían porque no era feminista, no entendía nada», recuerda hoy.

Martínez Ten cita a la socióloga y política Marina Subirats para explicar que el problema viene desde abajo, desde los primeros niveles de la educación. «Se nos educa para no ser competitivas. Las chicas estudiamos mucho, sacamos buenas notas, pero cuando hay que competir hay una falla. Las expectativas de las mujeres, que en principio tendrían que ser iguales, van bajando según subimos en el escalafón», argumenta.

El estado de la cuestión y los roles

La catedrática Cantón, que coincide con la idea de la desigualdad de origen, también opina que el sistema favorece el mantenimiento de esta situación. «Los que toman las decisiones y manejan los recursos son hombres», empieza. «Y no es que tengan que atentar directamente contra las mujeres», explica, «pero sí se defiende lo que hay, que es que los hombres mandan». Cantón concede que con la Ley de Igualdad ha crecido el número de vicerrectoras, por ejemplo, pero casi siempre «en los vicerrectorados más amables». Martínez Ten habla de «redes implícitas que no es que

digan ‘no’ a la mujer, pero sí apoyan al hombre».

La Ley de Igualdad impone la paridad en la universidad, pero –evidentemente– sólo en los puestos por nombramiento. Los rectores, decanos, directores de departamento, etc. se elijen por votación, por lo que resulta más difícil intervenir. Y entre una mayoría de docentes hombres, estos puestos tienden a ser ocupados por varones también.

Martínez Ten reclama que «no todo el esfuerzo [hacia la igualdad] puede caer sobre las mujeres». Propone «otras medidas» como el acompañamiento, los currículos ciegos (sin datos biográficos, sólo académicos o profesionales), la visibilización de mujeres en ámbitos masculinos o adoptar medidas de coaching. Sobre todo porque, recuerda, «estamos desperdiciando la mitad del talento.

Y de fondo también planean las clásicas desigualdades entre hombre y mujer, que limitan el despliegue profesional de estas, según defiende Teresa San Segundo, directora del Centro de Estudios de Género de la UNED. «Hay una serie de exigencias sociales que se imponen por ser mujer que implican una gran cantidad de tiempo y mucha dedicación», asegura. «Hay más de dos horas de diferencia entre el tiempo que dedica una mujer y un hombre a las tareas domésticas. Cada día», remarca.

Y se une esta circunstancia, limitante en cualquier ámbito profesional, con las características específicas de la universidad. «¿Cómo se despega en la universidad

? Dedicándose a la investigación además de la docencia, saliendo al extranjero», explica. Hechos difícilmente compatibles con esta citada carga en el hogar. «En la universidad se acentúa la dedicación sin límites y el marco flexible, es lo que permite prosperar», sostiene. O, en este caso, lo que lo impide.

 

 

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