Hubo un momento en que me harté de las novelas de Arturo Pérez Reverte y dejé de comprarlas. Me refiero a la etapa en que nuestro académico empezó con la serie del Capitán Alatriste. Por un lado, me pareció que escribía pensando cada vez más en los beneficios económicos que en la calidad literaria. Lejos quedaban novelas como El maestro de esgrima, La piel del tambor o La reina del Sur, que en su momento estimé muy dignas.

Por otra parte, los artículos que le leía en El Semanal, cada domingo mostraban a un autor prepotente, faltón, tendente a una línea de opinión basada, fundamentalmente, en el insulto y la descalificación fáciles. En resumen: el autor murciano y yo nos distanciamos y dejé de consumir su literatura durante unos años.

        Una reseña en el Babelia de hace unas semanas me puso de nuevo en contacto con él: acababa de aparecer su última novela, Hombre buenos (Editorial Alfaguara, Madrid, 2015). El tema me atraía, sé que su prosa es amena y engancha, pensé que llevaba mucho sin leer nada sobre el siglo de las luces (tal vez, desde que en la carrera estudiaba el manual de Alborg)… y me descargué el libro en formato electrónico para leerlo en mi lector. Este libro ha supuesto mi reconciliación con el académico Pérez Reverte.

        Se ha difundido hasta la saciedad el argumento de la novela: dos académicos de finales del XVIII parten hacia París, enviados clandestinamente por la Real Academia Española de la Lengua, para hacerse con un ejemplar fiable de L’Encyclopedie, la obra más renovadora de su siglo, el compendio que pretendió hacer llegar las luces de la Ilustración a todos los rincones de la civilización para sacarla de las tinieblas del oscurantismo. Como es lógico, la reacción tratará de impedir que tal obra pise España, al considerarla como subversora de los valores más tradicionales. Para impedir tales innovaciones, dos académicos contratan a un sicario. Y ahí se inicia el viaje que enfrentará no sólo a las dos eternas Españas, sino a la España eterna con el resto del mundo, representado por París, una ciudad abierta, cosmopolita, culta, llena de costumbres ajenas a nuestra sociedad de la época de Carlos III.

        Con este punto de partida, Pérez Reverte escribe una original novela de aventuras que gravita sobre varios aspectos. Son puntos que ponen al lector en contacto con diferentes universos narrativos.

       El que más me ha llamado la atención es el propio proceso creativo, desde que surge la idea en la mente del autor hasta los distintos problemas de documentación y viajes que lleva a cabo para preparar la novela. Un mundo de referencias a académicos reales de la de la Lengua, de libreros de viejo, de bouquinistas parisinos, de entrevistas con personajes (Francisco Rico, el granadino Gregorio Salvador, el director del Museo de la Armada y otros eruditos de distintos campos) que acercan al lector común una serie de aspectos normalmente poco conocidos y, sin duda, interesantísimos sobre el laborioso proceso de escribir, desde que surge el embrión de una idea aprovechable hasta la concreción del borrador terminado y la serie de revisiones posteriores, esas que llevarán a un cúmulo de inseguridades y preguntas sobre la validez de la obra terminada.

       El funcionamiento de la Academia desde las postrimerías del siglo XVIII hasta ahora es otro de los puntos sobre los que se apoya la acción novelística. Pérez Reverte incluso asegura que ha corrido la especie entre sus compañeros de que está escribiendo una novela sobre los académicos, una novela en la que se aparece el fantasma de Cervantes y es asesinado el mayor cervantista de la casa, el ya mencionado Francisco Rico. Lo más curioso en esta broma-guiño es que la mayor parte de los académicos le piden hacer de asesino de Rico. Bromas aparte, en la novela aparecen una serie de académicos de las dos épocas y el conjunto permite ver cuál ha sido la labor de esta venerable institución.

      El mundo de los viajes en el XVIII, las ventas y postas, los bandoleros, los encuentros en los caminos, el sorprendente paralelismo de los caminos de aquella época con las redes de carreteras actuales… forman otro ameno cuadro costumbrista.

       Y el eje central: la búsqueda de  la Enciclopedia de D’Alembert y Diderot en un París donde ya ha sido prohibida y que se acerca a la Revolución y su guillotina. Las luces y sombras de una ciudad en que se juntan los elegantes salones, los petimetres, las preciosas, la aristocracia y su corte de parvenus… por un lado, mientras la miseria más feroz se cierne sobre un mundo de borrachos, prostitutas, policías corruptos y gente que sobrevive como puede.

      El punto de inflexión de estos dos mundos es un personaje histórico, el abate Bringas, del que ya se ocupó Menendez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles. Sus análisis sobre la burguesía, su sanguinaria visión de la Revolución, sus deseos de revancha y, contrariamente, su nobleza marcan la creación de un personaje, tal vez el más rico de la novela. Creo que este eje central, la estancia en París, es, sin duda, el componente fundamental de la novela y está resuelto francamente bien, desde mi punto de vista.

       Aventura, costumbrismo, la convulsión de un Antiguo Régimen que estaba a punto de morir en la guillotina, un duelo, amores frívolos, las eternas dos Españas que enunciaría Machado muchas décadas después, la amistad que surge entre los dos académicos, la cínica presencia de Bringas, la mano negra del sicario… todo ello, perfectamente urdido forman una apasionante novela de acción y de historia. Para mí supone la reconciliación con Pérez Reverte. Veremos la siguiente.

A %d blogueros les gusta esto: