19 noviembre 2024

«DOSIS DE MUÑOZ MOLINA- 1» por Alberto Granados

COMENZAMOS UNA SERIE DE ARTÍCULOS SELECCIONADOS POR ALBERTO GRANADOS EN SU FACEBOOK QUE CONSIDERAMOS DE INTERÉS PARA CONOCER AL ESCRITOR ANTONIO MUÑOZ MOLINA

En una pequeña galería del Soho especializada en fotos de músicos hay una exposición dedicada a Herman Leonard, que fue el cronista en blanco y negro de los mejores años del jazz.

Cuando uno invoca la imagen de un músico es muy probable que lo que esté recordando sea una foto de Herman Leonard: la cara trágica y ensimismada de Billie Holiday emergiendo de las sombras de un club; Louis Armstrong agotado de viajes, sentado en un camerino de París, muy serio, con sus calcetines blancos, con una expresión de soledad en la que muy pronto, cuando la alumbren los focos, se dibujará su enorme sonrisa profesional de entertainer; Miles Davis con sus pómulos de pedernal, con su brillo de antracita en la piel; Dexter Gordon todavía muy joven, con las piernas cruzadas, sosteniendo un cigarrillo del que asciende una columna de humo tan vertical y a la vez tan hecha de volutas como su misma presencia; Lester Young en su postura cada vez más imposible, la cara torcida hacia un lado, el saxo hacia el otro, la mirada triste y penetrante. A Lester Young, precisamente, le hizo Herman Leonard un retrato paradójico en el que Lester no posaba, la foto más fiel de aquel hombre siempre ausente: tan sólo el saxo tenor, el sombrero aplastado pork pie, el cigarrillo humeando, el que alguien deja olvidado en un cenicero antes de marcharse.

En una foto Ella Fitzgerald canta de espaldas en un club y en una mesa cercana la miran extasiados Duke Ellington, Benny Goodman y Count Basie: en el instante de un solo disparo del flash están juntos cuatro de los nombres mayores de una música que estaba viviendo, sin que nadie lo supiera, la cima de su edad de oro. En los mismos clubes, en el curso de una sola noche, un aficionado podía abarcar el arco entero del desarrollo de un arte, desde sus orígenes hasta sus últimas vanguardias pasando por su clasicismo: el jazz, igual que el cine, había comprimido en el espacio de tres generaciones el equivalente de una historia completa, como si Galdós estuviera escribiendo al mismo tiempo que Cervantes, como si las primeras obras de Beckett fueran contemporáneas de las últimas de Shakespeare o Alban Berg estrenara Wozzeck mientras Monteverdi todavía estaba en activo».

(A. Muñoz Molina, «Una edad de oro», SCherzo n.º 231, JUN 2008)