Hoy hace
diez años que puse este relato en mi antiguo y desaparecido blog. Lo
recupero en el octogésimo aniversario de la muerte de Antonio Machado
Soy Juan de
Mairena, el apócrifo filósofo creado por la mente de don Antonio, ese
hombre bueno en el buen sentido de la palabra. Soy sólo una criatura
ficticia, el trasunto de este moribundo, el alter ego del
filósofo que yace en su cama de la pensión Quintana, esperando la muerte
en este frío mes de Febrero de 1939. Por un extraño milagro, fuera de
toda lógica, ahora que se muere mi poeta, afloro yo, invisible, casi
inexistente, casi sueño entre nieblas, para estar con él en la hora del último viaje. Puedo
verlo en su cama, casi una estatua yacente. El sudor empapa todo su
cuerpo, aunque el frío lo está matando. La fiebre lo hace arder. ¡Cómo
le gustaría un poco de sol!… ese sol radiante de su Sevilla natal, o el
frío sol de Soria, o el sol mezclado con un paisaje de ocres y verdes de
olivo de ese campo, campo, campo, campo de Baeza…
He andado tantos caminos… Sí,
ha andado muchos caminos, pero éste es el último y más amargo, el de la
derrota y la pérdida. Y del sufrimiento. Los veo a todos sufrir. Su
madre, su hermano José con su mujer, el propio poeta… ¡Cuántas cosas ha
perdido! Leonor, Guiomar, España, la República… y a su hermano Manuel.
Eso sí que le ha dolido. Su hermano del alma, convertido en un fantoche
del régimen… Nunca pudo esperar que la vida le arrebatara tantas cosas,
tantas personas queridas…
Aquí está, al arbitrio de lo que haga el gobierno francés, que casi
seguro, va a infligirle una nueva traición a la República. Está aquí
muriéndose, en esta lúgubre chez Quintana, pero los que están
fuera…., pobres exiliados, que de repente son prisioneros, tirados en la
playa, con estos fríos… Los tratan como a perros, según cuentan. Vaya
con el gobierno francés, cómo nos ha dejado a nuestro aire. ¡Pobres
republicanos españoles!
Don
Antonio sabe que se está muriendo, aquí, tan lejos de su mundo. Piensa
en lo que la vida le ha dado y le ha quitado. Ha tenido una fama que
nunca necesitó, algo de dinero que nunca ambicionó y dos amores fuertes,
mágicos, intensos como la vida, sin los que no hubiera podido seguir.
Al menos eso le regaló la vida, en esto bien generosa. Pero siempre la
muerte se lo ha ido arrebatando todo. La muerte y también la guerra,
este fascismo que ha segado de raíz a lo mejor de España… Oye a la madre
llorar en la habitación de al lado. Siente una profunda angustia, pues
quisiera morir después que ella, ahorrarle un último sufrimiento, pero
casi es mejor que no formule siquiera este deseo. Un perdedor como él
sólo obtendría en esto otra nueva derrota. Si ella muriera antes, sería
muy doloroso, lo sabe… (¡Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar!), pero es preferible a que la pobre anciana vea como muere su hijo…
Se
ahoga. La tos persistente y metódica lo ahoga. ¡Ha fumado tanto toda su
vida! Ahora ya no tiene tabaco. Ni tabaco, ni mujer, ni República. Ni
existe el frente. Cuántos jóvenes han muerto en defensa de la España de
todos… y ha sido para nada. A mediados de enero los fascistas han podido
decir que ya no existe frente. Primero fue el heroico Madrid. Hace poco
más de un mes ha sido Barcelona. Después… la triste nada, el éxodo, las
familias separadas, los ancianos abandonados, las maletas perdidas…
¡Cuánta amargura! ¡Cuánto sufrimiento para morir! ¡Qué tiempo más
ingrato le ha tocado!
El
tiempo… Ha escrito tanto sobre el tiempo… sobre el sentido de su
inexorable paso, de la medida del ser humano… ¡Y yo, su Mairena, he
dicho tantas cosas en su nombre! Y, creo, siempre han sido cosas tan
certeras… Él lo piensa: Hay que ver, Mairena ha salido más sabio,
más filósofo, más feliz que su creador. Mairena no ha sufrido la
humillación del exilio, este exilio lleno de angustias, de amarguras…
Sin embargo, yo al menos estoy vivo, muriéndome vivo y él no, ¡cuánta
paradoja!. Y me gustaría tener vida propia para gritarle: «No, don
Antonio, no. Sin usted, sin su voz, yo no soy nada. Mi suerte es su
triste suerte, al igual que su sufrimiento lo sufro en mi dudoso ser de
humo y quimera».
Tiene sed. Debe ser la fiebre. Hoy lo han visitado Corpus Barga y Tomás
Navarro Tomás. También han salido exiliados. Le preocupa la categoría
humana y humanista de los que se han exiliado. ¿Quién se va a quedar
allí? ¿Quién va a ocupar las cátedras de las universidades? ¿A quién se
le va a encomendar crear el país del futuro? Esta podría ser una
reflexión del maestro, que él pondría en mis apócrifos labios, como
tantas y tantas sentencias:
¿Quién tirará de la patria? Todos estamos fuera. Fuera o muertos, como
lo voy a estar yo en pocos días… ¿Qué futuro le queda a mi triste
patria, la tierra de mis padres, la mancillada tierra de todos mis
ancestros, ahora en poder de estos cafres? Me siento como el rey don
Rodrigo del romance:
“Hoy no me queda una almenaque pueda decir que es mía…
Ya está España liquidada, entregada al pillaje moral de la barbarie. A
Unamuno le dolía España. A mí me duele su falta de futuro. De nuevo, mi
patria entregada a caciques, señoritos holgazanes y militares sin
escrúpulos. ¿Qué futuro es ése? Yo, que estoy a las puertas de la
muerte, tengo más porvenir que mi pobre España. Y eso que sólo cuento
con un mañana efímero…. Sería un buen aforismo, una sentencia tan sabia como las que siempre ha creado para mí.
Él
se nos va y yo con él. Siento que sin cumplir con la enorme deuda que he
contraído. Ha dejado en mis fantasmales labios los más inteligentes
pensamientos, los aforismos y sentencias más contundentes, las ideas más
sabias acerca de la vida, del amor, de la verdad y la falsedad… Me
gustaría rendirle el homenaje que le debo, el que se merece. Sería mi
última reflexión, posiblemente, pues la neumonía y la fiebre están
matando al poeta que me creó, al hombre bueno, al republicano, al
profesor, al socialista, al hombre preclaro y ejemplar que otro país
habría mimado, pero que esta España cainita sacrifica y exilia en la
muerte. Delira:
Me gustaría terminar el poema que empecé cuando esta neumonía me atacó:
«Estos días azules y este sol de la infancia…»
Me gustaría terminarlo y regalárselo a Madame Quintana, ya que no voy a
poder pagarle los gastos de la pensión. ¡Me cuida tan delicadamente…!
¡Es tan gentil!”
Su
hermano ha escrito a la Unión de Escritores y tal vez les echen una
mano, ya no se sabe si para manutención o para entierro…
El
calendario deja ver su triste hoja: es 22 de Febrero de 1939. Le queda
–me queda a mí también– un último estertor, un momento de vida. ¿Qué
podría yo decir de él? ¿Qué glosa de su talento, de su bonhomía, de su
grandeza, de su decencia, de su enorme valía humana? Pero no soy nadie
si él no me hace hablar. Sólo hay en mí un silencio inabarcable, un
vacío lleno de fatalismo, la nada. Va a morir como él decía en su
“Retrato” hace ya tantos años:
“…me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar..”
Así
se nos va, se nos muere. A este hombre está a punto de arrastrarlo el
torrente de la Historia y a mí con él. Que sea la Historia la que ocupe
mi lugar y le haga esa glosa que se merece, ésa que yo nunca podré
hacerle. Y que sea también la Historia quien ponga a sus verdugos en el
sitio que les corresponde, no en el falso altar en que los aires de la
hueca victoria los va a intentar colocar.