Un año después de Un andar solitario entre la gente reaparece Antonio Muñoz Molina con Tus pasos en la escalera (Barcelona Seix Barral –Editorial Planeta-, 12 de febrero de 2019, 320 páginas), una densa novela sobre la espera que yo he devorado en pocas horas.

        Tus pasos en la escalera es, ante todo, una trama sobre la espera de la mujer amada, un tema literario sobre el que Muñoz Molina ya había incidido anteriormente: me parecen insoslayables las referencias a su relato Si tú me dices ven, o a su novela por entregas En ausencia de Blanca, pero en el nuevo título muñozmoliniano todo es mucho más complejo.

        Para empezar, el autor plantea una interesante mezcla de elementos biográficos y un doble plano narrativo. Ha cultivado la autoficción en títulos como El jinete polacoEl viento de la lunaArdor guerreroComo la sombra que se va o el mencionado Un andar solitario entre la gente y en esta novela aparecen muchos elementos que parecen tomados directamente de su propia vida real: el traslado de Nueva York a Lisboa, el sillón de lectura, su necesidad de pasear la ciudad como un Robinson urbano… Y salvando esos aspectos, que son meramente circunstanciales respecto a la trama novelística, el autor nos sumerge en un juego de realidades en que el discurso narrativo del protagonista-narrador se desdobla en dos planos: la realidad real y la realidad ficticia, por paradójico que pueda parecer.

        El juego empieza con los dos domicilios de la pareja: el que han ocupado en Nueva York y el que tienen en Lisboa, ya preparado por el protagonista en todos sus detalles domésticos, mientras llega Cecilia, su pareja, una neurocientífica que está a la espera de terminar una comunicación para un congreso. Ambos compartirán este nuevo espacio, muy similar al anterior, ahora ocupado solamente por él hasta que llegue el ansiado momento de escuchar sus pasos en la escalera. En el primer tercio de la novela, todo resulta idílico. El protagonista-narrador afronta la reforma de la nueva vivienda, la distribución de los enseres y muebles llegados de su vida anterior, la distribución de libros, música, adornos y regalos que la pareja se ha intercambiado durante años.

Portada de Tus pasos en la escalera (Antonio Palmerini)

        También se describe a sí mismo como un fingidor nato: siempre ha sabido menos de lo que aparentaba en sus estudios o en su trabajo, ha asentido a postulados y reído bromas de los que ni siquiera se ha enterado por dificultades idiomáticas, ha simulado un entusiasmo laboral que era ficticio, lo que le ha valido una prejubilación forzosa. El libro se inicia con una cita de Montaigne que asegura: Hay que esconder su vida. Este fingidor está ahora en la tierra de Pessoa, el que decía: El poeta es fingidor./ Finge tan completamente / que hasta finge que es dolor / el dolor que en verdad siente. Y algo de esto hay en la novela, según el lector avanza por sus páginas.

        Bruno (solo se sabrá su nombre al final) pasa sus días pendiente del orden de la casa, de los paseos con su perra, de correr grandes caminatas junto al Tajo, bajo el puente. Hace lo mismo que hacía en su anterior enclave y los dos ámbitos llegan a confundirse, pues Muñoz Molina ha elegido dos ciudades que tienen en común un río, un puente, una casa muy parecida, el continuo tráfico de aviones que se acercan al aeropuerto o se alejan de él y que siempre le recuerdan los aviones del 11S. Muñoz Molina acrecienta ese paralelismo mezclando espacios y tiempos, creando así una confusa mezcla de realidades.

        Pero todo cambia cuando aparece “el silencio”, pesado como una losa. El lector intuye que la relación entre ellos no es exactamente la que él trata de reflejar y surge la duda de si Cecilia vendrá alguna vez, en tanto que el protagonista empieza a mostrar evidentes indicios de neurosis e inestabilidad emocional. Piensa que debería anotar todo pues se le olvidan cosas importantes; se convence de que no necesita nada material, solamente, el regreso de su mujer; acapara cuanto puede para ir cortando el vínculo con la realidad cotidiana… A estas alturas, el lector se pregunta, aún con la duda, qué ha pasado con Cecilia, si está viva, si va a abandonar Nueva York alguna vez… y surge el deseo de encontrar las respuestas a todas sus preguntas.

        Y el protagonista va desmoronándose poco a poco a los ojos del lector: esa confusión espacio-temporal entre las realidades neoyorquina y lisboeta, esa soledad buscada, esas referencias constantes al fin del mundo (el 11-S, incendios forestales, calentamiento global y sus efectos, desecación de ríos antes caudalosos, aparición de nuevos predadores, la política de Trump, las migraciones…), ese distanciamiento progresivo de la realidad, nos hacen comprender que la mente de Bruno es un hervidero de contradicciones, carencias y autoengaños. Pero aún queda desvelar algunas de las preguntas que han ido surgiendo durante la lectura, un gran acierto del autor, que mantiene un alto nivel de interés por conocer la realidad dentro de la ficción, lo que ha sucedido de verdad y lo que es pura fabulación de la mente enferma del personaje.

        Cecilia supone la clarificación del protagonista, el enfoque científico de sus procesos sensoriales y mentales. Le ha ido enseñando los entresijos de la memoria, de las sensaciones visuales y auditivas, de los mecanismos de defensa, de conceptos relacionados con el trabajo de su laboratorio, especialmente, la intervención de la amígdala cerebral, el hipocampo o el hipotálamo en conductas que intentan aprovechar positivamente el miedo, las experiencias traumáticas, el sufrimiento. Resiliencia, en definitiva. Cecilia lo ha experimentado con ratas de laboratorio y parece que Bruno repite la pauta resiliente frente a los efectos de su cataclismo interior, como una más de las ratas que su mujer pone en un laberinto de cartón para medir sus reacciones ante estímulos tales como descargas eléctricas o dolor.

        Mientras espera la llegada de Cecilia lee las memorias del almirante Byrd (que pasó seis meses aislado en una cabaña subterránea en la Antártida a varias decenas de grados bajo cero, en medio de una noche eterna y acabó desquiciado), y el lector comprende la progresiva similitud entre ambos procesos de aislamiento. A estas alturas, ese lector necesita saber definitivamente qué hay de realidad en lo que ha ido contando el único narrador, qué hay de ocultamiento o de fingimiento y, especialmente, qué ha sido de Cecilia, tal es la intensidad del suspense creado por el autor de Úbeda.

        Una prosa amenísima, un personaje alucinado y alucinante que nos pone en contacto con otros personajes inciertos, un juego de espejos entre la realidad de la ficción y la ficción de la realidad. Todo esto aparece en esta última y excelente entrega de Antonio Muñoz Molina, al que hay que agradecerle este nuevo hallazgo y pedirle que pronto nos regale otro. El final, que me reservo, es la gran apoteosis que pone orden en el caos o tal vez lo desordene definitivamente, como si fuera el fin del mundo del que tanto habla el protagonista. Y el lector se queda con ganas de más, al menos, mientras suenen (o no) los pasos de Cecilia en la escalera.

Alberto Granados

A %d blogueros les gusta esto: