22 noviembre 2024

Este artículo fue Publicado por Alberto Granados el 25 octubre, 2011 y lo traemos al Mirador por su gran Actualidad.

Estamos en unos tiempos convulsos en que Europa busca su identidad en la Sra. Merkel y el mareo que produce con sus pendulares recetas sobre la deuda pública. El euro, la convergencia, Maastricht, la unidad de Europa… necesitan que todos nos pongamos a pensar y aportar nuestras ideas. Uno, que es muy sacrificado, se ha puesto a ello y tras mucha reflexión deseo aportar para el futuro (esperemos que perfecto) mi granito de arena: el proyecto “Provectus”.

Es bien simple: hemos mandado a estudiar a nuestros retoños a otras ciudades al amparo de programas como Sócrates o Erasmus. Nuestros niños se conocen medio mundo, en tanto que nuestra generación tuvo escasísimas ocasiones de viajar. Nuestras casas se están convirtiendo en una especie de hostal internacional donde nuestros viajados vástagos acogen temporalmente a sus invitados europeos, que vienen en grupos organizados de seis o siete y que dejan incubado el huevo solidario de devolver la visita, con lo que, a su vez, tu niño o niña acudirá pronto a reunirse con sus amigos europeos en la siguiente quedada (ellos escriben kdd y lo entienden, pero yo me confieso abiertamente mucho más torpe) en cualquier punto geográfico, a ser posible muy lejano. Toda una ganga, pues con ser vuelos baratos y todo, se te va a montar en un pico, que no vas a dejar que las criaturas vayan por ahí con  lo puesto.

Se lo merecen, sin duda alguna, pero yo llevo tiempo dándole vueltas a la idea del “Provectus”, que es recoger el fruto de nuestra inversión y salir por ahí a ver mundo. No sólo ensancharemos nuestro horizonte vital, sino que aportaremos nuestra sabiduría a universidades que queden lejos de nuestras ciudades de origen.

Lógicamente, lo pagarán entre el Estado del bienestar y nuestros hijos, que ya habrán madurado, se habrán puesto al tajo (doy por sentado que la crisis se superará y volveremos a llegar a fin de mes) y tendrán el futuro abierto que nosotros tuvimos en los setenta. Y con este casi final feliz les toca apoquinar con sus papás, ya casi octogenarios, pero con ganas de vivir. Será el momento de ir a universidades extranjeras a compartir nuestra sabiduría, atesorada durante tantas décadas de juventud acumulada.

Allí coincidiremos con otros provectus de Francia, Alemania, Holanda, Reino Unido, Rusia, Grecia, Italia, Polonia… Nos contaremos la mili en varios idiomas, hablaremos de nuestras próstatas, de partos, de cómo está el servicio, de si hay sexismo en Alemania o eso es cosa de los “periféricos” latinos, de cómo se hacen los cimientos y las obras en los países de origen, de peluquería y moda, enseñaremos fotos de hijos y nietos, compartiremos aquella historia de  cuando fuimos a Torremolinos en 1970 a ver si pillábamos con alguna sueca y fue que no…

Imagen de webelpuente punto com

Tendremos ocasión de intercambiar medicamentos:

-Pues yo traigo unas pastillas de España que te dejan fetén de la artritis…

-Feten? What does it mean?

-Oh, pardon. Fetén is quite well.

-Let me taste them, please!

-Sure! (1)

Comentaremos lo dulces que son las octogenarias italianas, lo ardientes que son las francesas, nos daremos codazos cuando pase con su carrito la alemana de los pechos generosos. Jugaremos a la petanca y nos mosquearemos de envida con el  kit de bolas de fibra que trae el alemán, la mochila de oxígeno ultraligera de ese polaco o el bastón ortopédico de diseño del francés. Intercambiaremos recetas autóctonas y casi le prenderemos fuego a la residencia al intentar una paella o unas migas cortijeras (es que le gustan a Dorothy, la nudista británica que nos ha devuelto la curiosidad por el desnudo)…  Es decir, haremos eso que podríamos hacer en el hogar del pensionista (si es que no los cierran los nuevos servicios sociales, que todo podría pasar), pero al amparo de una universidad con docencia en una lengua de la que apenas recordaremos casi nada. Y haremos muchas fotos para enviárselas a los hijos, sólo que luego no nos acordaremos cómo se cargan en la cuenta de Gmail.

Nuestros hijos soltarán la pasta con el mismo placer con que nosotros lo hemos hecho por ellos. Sólo tendríamos que llamarlos a través de Skype y decirles eso de:

-A ver si me mandáis más dinero, que ya que estoy en Londres, cómo me voy a volver sin cruzar a Edimburgo… Sólo es un vuelo barato, porque vamos a dormir en nuestros sacos en casa de Jane. No os preocupéis que llevaremos la medicación y el antiinflamatorio para poder levantarnos del suelo por las mañanas.

-¿Qué quién es Jane? Una escocesa. Una amiga muy simpática que nos ha invitado… Ya la conoceréis: piensa ir a Granada este verano.

Estoy seguro de que, si mi proyecto se consolida, Europa se sentirá orgullosa de sus viejos. Es más, creo que recogerá nuestras vivencias y las conservará en una especie de Viejopedia que preservará estos saberes como lo que son: reliquias de un mundo abocado a desaparecer en la era de las tecnologías.

Luego ya nos iremos muriendo, pero mientras tanto, que nos quiten lo viajado…

Alberto Granados

NOTA -¿Fetén? ¿Qué significa fetén?

¡Oh, perdón! Fetén es “muy bien”.

-¡Déjame que las pruebe, por favor!

-¡Claro!

FOTO: http://euroencuentros.org/index.php?menu=album