23 noviembre 2024

Han retornado a las instituciones unos individuos que vuelven a ver la vida en blanco y negro desde ese teórico desprecio a la mayoría de personas que, en fechas como el 25N, dan la cara en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer para visibilizar la lacra que suponen estos asesinatos

Acaba el año como termina una risa de niño: con el conocimiento que supone el aprendizaje de que el tiempo ha pasado y nosotros seguimos aquí parados, viendo cómo pasa la vida sin que se le pongan remedios a las cosas importantes. Escribía Luis Rosales, un poeta de luz que siempre vivió entre demasiadas penumbras, algo que sirve para esta ciudadanía cansada a estas alturas hasta de ver los desastres y de la desidia de demasiados cargos públicos algo que no debería olvidarse, porque la verdad última siempre queda entre los niños y los poetas: “sabiendo que jamás me he equivocado en nada,/ sino en las cosas que yo más quería”. Y lo que más debían querer estos señores (y señoras) es fortalecer nuestra democracia, nuestras libertades, la igualdad entre hombres y mujeres que se consigue paso a paso, no golpe a golpe.

Pero sucede que, ahora, han retornado a las instituciones unos individuos que vuelven a ver la vida en blanco y negro desde ese teórico desprecio a la mayoría de personas que, en fechas como el 25-M, dan la cara en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer para visibilizar la lacra que suponen estos asesinatos, el sufrimiento que padecen antes y ese silencio oscuro que es un pozo con verdín de muerte que viene después. Es el horror, la pena negra inmensa que no se acaba y que suma rostros, caras y familias, que vemos cada semana como quien observa impotente un río que no cesa, un río de sangre tibia mancillada.

Pero hay algunos -y algunas, reitero- que todavía no quieren asumirlo, que niegan el sufrimiento de tantas mujeres porque hiere su sensibilidad patriarcal heredada de hombres sin alma, sin verdad en el pecho y sin dignidad en sus gestos. Esa gente ahora tiene poder y se sienta en los lugares donde se toman decisiones, donde es obligatorio ser persona antes de defender una ideología trasnochada, capaz de tratar de ensuciar la memoria de las víctimas aplicando una pátina de desprecio, negando la verdad de que ya tenemos cincuenta y dos mujeres que no volverán a mirarse en los ojos de sus hijos mientras arropan su sueño.

Y me produce una repugnancia absoluta ver cómo copan los telediarios para jactarse de su maldad, cómo provocan a las víctimas acudiendo a sus actos como forma de desafío y de humillación, dándoles a entender que los sufragios que tienen detrás respaldan sus actuaciones. No quiero creer por salud mental que existan más de tres millones y medio de españoles que apoyen este pensamiento perverso que dice representar Ortega Smith en nombre de VOX.

Será porque este personaje simboliza la antítesis de mi percepción de la gestión pública eficaz fundada en dos premisas: defender los derechos humanos y construir futuro buscando puntos de entendimiento con los contrincantes del resto de partidos.

Javier Ortega, no: él riega las diferencias con gasolina y deja caer una cerilla encendida, recreándose en el daño con una chulería impropia. Por eso es natural que su reprobación por el Ayuntamiento de Madrid le importe un bledo. Lógico en alguien amoral y carente de empatía cuyo nombre no ha de ser más que ceniza cuando se olvide esta época de desencanto y frustración que ha llevado a demasiadas personas a malbaratar su voto con individuos de esta catadura.

publicdo en IDEAL EL 02/12/2019