En esta semana que principia con un frío tan colosal como el dragón de la princesita de Rubén Darío, ya hemos conocido los nombres de los mandamases que van a marcar un nuevo renacer de España, que es una cosa que nos sucede aquí a cada rato.

Unos cogen el maletín y se marchan lentamente para esperar destino (es como la figura del cesante del siglo XIX, mucho hacer pasillos para que no se olviden de tu cara) y otros van llegando a tomar posesión de la finca patria que, ahora mismo es, como si dijéramos, la bulliciosa  casa de tócame Roque, pero sólo cara a la galería, porque ya está claro quién manda. Pedro Sánchez que, aparte de guapo, es un estratega de los que se leen cada noche ‘El Príncipe’ de Maquiavelo mientras le entra sueño, le ha hecho la envolvente a Pablo Iglesias y así está la situación: en proceso de fagocitación de lo que antaño fue Podemos y con las aspiraciones del sumo pontífice podemita vigiladas desde Ferraz. Jaque mate, que diría el otro. 

Porque lo que significó Podemos en su origen se les está muriendo de éxito en cuanto les han puesto coche con chófer, y en cada lágrima que el día de la investidura de Sánchez soltaba Iglesias estaba la sensación de que, por las buenas o por las malas, el viceseñorito de la Moncloa, umbralianamente explicado, ahora era él.

Pero hete aquí que erró, que Pedro ha diluido su vicepresidencia como azucarillo en aguardiente diseñando tres más:  una Vicepresidenta Política para Carmen Calvo, por su experiencia como gestora pública; otra Económica para Nadia Calviño, por sus buenas relaciones en Europa y, una tercera para Teresa Ribera, que era una señora que pasaba por allí (lo de una Vicepresidencia  de Transición Ecológica, en este país, es un chiste demasiado bueno para gastarlo esta semana).  A cuenta de esto, Pablo, que se consideraba el capataz del cortijo se ha quedado a medio camino entre el primo pobre que se recoge en casa para que no dé mala imagen  teniéndolo echado al monte, y un mayoral de reses bravas para que se lleve las cornadas. Se constata así que el poder fáctico de Podemos, que ahora mismo cabe en un taxi, tiene sus competencias confusas/difusas, empezando por él mismo como Vicepresidente Social del Gobierno, puesto que las tienen asignadas otros ministros socialistas.

Et tout le reste est litérature. Lo cual que Pablo Iglesias se ha convertido en una suerte de Vicepresidente del atardecer, con sus crepúsculos largos y morados de brisa leve, con su poquito de nostalgia y su mucho de resignación. Atea, por su nivel de soberbia y ambición. Porque Iglesias no es un hombre de salir de fondo en las fotos, sino de estar en el centro con su chaqueta de pana, la corbata torcida y la coleta de izquierda proletaria, marcando la línea discursiva. Pero Pedro no ha olvidado la humillación que han implicado otras elecciones y ese querer imponerse por lo civil o por lo criminal dentro del gobierno de izquierdas tenía que tener consecuencias. Ahí reside este primer fracaso podemita: en que a Pablo Iglesias, que pretendía tomar los cielos por asalto, por no medir las consecuencias, le ha caído literalmente el cielo en la cabeza.

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