¡A la revolución feminista, vestidas de muñeca de porcelana!
A cada ola de conquistas feministas le sigue una contraola de clichés hiperfemeninos. La que estamos viviendo actualmente coincide con escaparates llenos de tules, volantes, rosa chicle y mangas abullonadas.
PERO VAMOS A ver, si esto es la revolución, ¿qué hago yo vestida de muñeca de porcelana? Y no soy yo sola. De un tiempo a esta parte, en las tiendas de moda de gama media domina el exceso, la hiperfeminidad, el barroco. Campan a sus anchas las mangas abullonadas y de farol, los vestidos con siete capas de tul, los plisados, brocados, metalizados; los pendientes candelabro que desplazan el centro de gravedad. Los jerséis de lana y otras prendas funcionales siguen por aquí, sí, pero cuajados de lentejuelas y pedrería, ornamentos que además han hecho metástasis hacia párpados y uñas acrílicas. Estamos viendo volúmenes y tornasolados olvidados desde los tiempos de la España del pelotazo, la horquilla de inspiración va desde Imelda Marcos en los actos oficiales hasta la portada de Bandido de las Azúcar Moreno, y todo en plena ebullición planetaria del movimiento feminista.
No tengo nada en contra del maximalismo, al contrario, hay que reconocer que rebozarse en los clichés de la feminidad canónica de vez en cuando es muy divertido. No tengo inconveniente en pasarme 10 minutos intentando embutir una manga versallesca dentro del abrigo antes de salir de casa, no es eso. Lo que resulta sospechoso es la distorsión entre tanta fantasía palaciega en los escaparates y tanta agitación en las calles y en las redes. Cualquiera diría que andamos forjando el camino de la revolución hacia la igualdad real envueltas en volantes.
Lo que “se lleva” nunca es banal, pocas manifestaciones creativas están tan ligadas a lo cotidiano y a la vez tan atravesadas por la política, la economía y la identidad como la moda comercial. En las tendencias hay mucho más de gestión que de arrebato, se trata de identificar los ingredientes rentables del sentir popular, engullirlos, retractilarlos, ponerlos en las estanterías a 19,95 euros y volver a empezar cuando el ciclo se agote. Un buen ejemplo reciente de estos procesos por los que el mercado lo engulle todo es el de las camisetas con mensajes feministas producidas con medios poco o nada feministas. Esa no nos la vuelven a colar. Pero me temo que el nexo entre las diademas acolchadas de terciopelo, las faldas de princesa y la cuarta ola del feminismo es más complejo y más perverso, la ventaja es que contamos con antecedentes para desentrañarlo.
La vuelta de la cursilería es
muy útil para reforzar la vuelta
del machote desacomplejado
Cuando la moda se hiperfeminiza o se hipersexualiza, hay que desconfiar. Ya sucedió en los ochenta con el corsé. Justo en un momento de liberación sexual (siempre en unos márgenes de disciplina) y de plena incorporación en el mercado laboral de las mujeres (sin desatender jamás las cargas domésticas), después de una larga etapa de explotación del feminismo desde la publicidad y las revistas (¿les suena esto?) reaparece el corpiño con ballenas. En desfiles, escaparates y torsos de estrellas del pop regresa triunfante el dispositivo que más ha estrujado literal y figuradamente a las mujeres para hacerlas encajar en el canon. No se trata de un complot, sino de una especie de acto reflejo de rechazo al cambio, la arcada del sistema cuando le hacemos tragar demasiadas novedades de golpe.
“A cada una de las etapas en las que las mujeres han conquistado derechos le ha seguido una respuesta reaccionaria. La reacción no tiene eje de mando ni estrategias pensadas; lo político, lo económico y la cultura de masas se movilizan a la vez reivindicando la masculinidad tradicional, lo que implica restaurar una feminidad que la sostenga”, dice María Ávila Bravo-Villasante, doctora en estudios interdisciplinares de género y autora del libro La máquina reaccionaria. La lucha declarada a los feminismos (Tirant lo Blanch). El empujón para forzar el retroceso es recurrente a lo largo de la historia y siempre ha ido acompañado de sus prendas estrella. Otro ejemplo, además del regreso del corsé, es la silueta new look que se pone de moda en los años cincuenta. Las mujeres que se incorporaron a la vida pública durante la II Guerra Mundial vuelven al hogar, la crianza y los fogones en los cincuenta de la mano de una campaña propagandística que mistifica a las amas de casa. Y lo hacen metidas en vestidos con cinturas de avispa y faldas voluminosas.
Asistimos a un momento de reacción antifeminista desvergonzada: negacionismo de la violencia de género, defensa de los roles tradicionales, afortunadamente los trucos son los mismos de siempre. El carácter reaccionario es lo que tiene, es muy contrario a la innovación, vago por naturaleza. “El patriarcado se empeña en repartir espacios y tiempos e insiste una y otra vez en el carácter complementario de los sexos para asignarlos. Vuelven siempre a los argumentos biologicistas”, explica Bravo-Villasante. La misma matraca del rosa y el azul, de Marte y Venus cada generación y media. La reacción repta lentamente en el terreno de lo simbólico, del imaginario y de ahí, por supuesto, a la moda. Escuchando a Bravo-Villasante, de repente vemos las blusas transparentes con lazada al cuello a lo Nancy Reagan de las tiendas bajo otra luz. ¿Será esta la etiqueta de la reacción?
Las tendencias hiperfemeninas son el canario en la mina, avisan de que conviene preocuparse. La historia nos ha mostrado varias veces este sistema de vasos comunicantes: la vuelta de la cursilería es muy útil para reforzar la vuelta del machote desacomplejado. Mi consejo es que no se priven de vestir de princesa de noche y primera dama de los noventa de día si eso les place, el mundo ya es bastante duro, pero sin bajar la guardia. No vaya a ser que entre los perifollos propios de otros tiempos nos vayan a colar también discursos superados.