Siempre se ha contrapuesto el aprendizaje académico y reglado, ése que cubre desde la escuela al doctorado, y el otro aprendizaje, el que enseña la propia existencia de cada uno, no siempre fácil y privilegiada e incluso durísima en algunos momentos históricos y en algunas biografías. Y en ese aprendizaje de la realidad, directo y empírico, la actual crisis del coronavirus está haciéndonos aprender mucho y muy positivo.

         Tal vez lo más valioso que hemos interiorizado estos días es la dimensión social, global, de nuestra vida. La pandemia nos ha hecho salir del individualismo salvaje en que hemos estado viviendo y nos hemos dado cuenta de que vivimos dentro de una colectividad (de barrio, local, nacional, europea, mundial) de la que no podemos sustraernos. Hemos descubierto algo tan obvio como que el virus es cosa de todos, así como su peligro implícito, como la necesidad común de combatirlo a través del confinamiento. Ahora, nos hemos vuelto más sociales, más solidarios y salimos cada tarde a aplaudir a los sanitarios y comerciantes que nos están salvando dentro de sus posibilidades. Ayer mismo, toda mi comunidad dedicamos un aplauso a una nonagenaria que celebraba (por decirlo de alguna forma) en su soledad su onomástica. Todo el bloque, asomados a nuestras ventanas interiores le cantamos lo de Feliz, feliz en tu día… y la señora se emocionó. Y en las escasas calles del barrio de Los Pajaritos están surgiendo iniciativas para ayudar con las compras y recados a las personas que no pueden salir. Y se están cruzando a través de las redes cientos de propuestas en que cada cual ofrece lo que ha elaborado para los demás: desde su música, su voz, o su ingenio, hasta tablas de gimnasia de mantenimiento, dietas y recetas de cocina o pasatiempos para entretener a los niños, también encerrados. Esta corriente solidaria y tan olvidada, ha llegado con el virus y nos regenera y enriquece a cada uno de nosotros como seres humanos. Es probable que os haya llegado un vídeo en que un funcionario de la Agencia Tributaria de Gijón reflexiona sobre la posibilidad de renunciar a las dos pagas extras para reconstruir lo que quede del nivel productivo en nuestra frágil economía, que va a lanzar el paro a cifras astronómicas y va a dejar a mucha gente en situaciones dificilísimas.

Desinfección en Valencia Imagen de Juan Carlos Cárdenas en El País

 

         Otra cosa que hemos aprendido, especialmente los más jóvenes, es que podemos vivir perfectamente dentro de un contexto de privaciones que sólo recordamos los que nacimos en la sociedad de una posguerra más o menos inmediata a la contienda. Mi niñez fue una magnífica escuela de sobriedad, de frustración ante los mil deseos que sabíamos que jamás se iban a cumplir. Esa economía autárquica, ese estilo de vida que descartaba todo lo superfluo, nos hizo fuertes y nos enseñó a vivir con la costumbre de seleccionar lo realmente importante. Nos lo enseñó tan profundamente que, cuando nos tocó ser padres, criamos a nuestros hijos como príncipes a los que nunca les faltaría ni siquiera el mínimo pre-capricho, porque los acostumbramos a tenerlo todo, incluso antes de haber llegado a un deseo. Nos equivocamos, pero la pandemia nos está enseñando a fabricarnos una realidad en que nos basta con sobrevivir y el consumo pasa a ser algo relativo. Se acabaron las tonterías y seguimos adelante con lo que hay a mano y si le tememos a algo es a que los suministros fallen y volvamos a aquellos legendarios años del hambre, de los que yo solo viví los últimos coletazos. Sufrimos cierta precariedad (no encuentro guantes ni mascarillas, pero el supermercado está razonablemente abastecido, tanto como la frutería o la pescadería y hay pan tierno cada día), pero no nos falta nada de lo esencial.

         También hemos aprendido una nueva solidaridad que nos hace responsables. Sabemos que todos somos potenciales infecciosos, en activo y en pasivo, y nos ponemos los guantes y la insufrible mascarilla, aguantamos las ya olvidadas colas y el desesperante confinamiento, cambiamos nuestros hábitos diarios, ofrecemos ayuda, nos llamamos por teléfono con la urgencia de saber que en la casa de tal amigo todos están bien, nos preocupamos por los conocidos que han tenido patologías previas o por los mayores… Hemos vuelto a ser humanos, como lo fuimos en otros tiempos que barrió eso que llamamos progreso y ahora resucitan en nuestro interior. Hay que contar, claro está, con la persona desabrida, díscola, indisciplinada…, que tiende a hacer lo que quiere, pero que se encuentra con el rechazo de los demás, si no con las distintas fuerzas de seguridad que sancionan su prepotencia. Pero eso es simple estadística.

Esta es la verdad

        Hemos comprendido, además, que el planeta que hemos enfermado entre todos con nuestro estilo de vida (¿o es de muerte?) se ha regenerado parcialmente en solo unos pocos días de confinamiento. Y que las empresas y negocios que han mandado a sus empleados a eso tan nuevo que es el teletrabajo es una práctica que puede favorecer en muchos casos la deseada conciliación, especialmente en el caso de las mujeres. En definitiva, que hay modelos distintos de sociedad, diferentes en todo al sistema clásico, siempre despreocupado con la conservación de la Naturaleza, con el estrés del modelo de vida usual, con la deshumanización del trabajo.

        Y esa dimensión liberadora que es el humor ha florecido con una creatividad y una gracia que nos arrancan mil sonrisas al día, algo que agradecer cuando las circunstancias son tan peligrosamente adversas. Y con el humor, la preocupación, la visión de un horizonte muy negro que, pese a todo, nos tomamos con esperanza y optimismo.

La Alhambra cerrada. Imagen de la web de Cadena Ser

        Otro aprendizaje, forzado y angustioso, es la fragilidad del sistema. A raíz de la crisis económica de 2008, Muñoz Molina formuló la idea de que todo lo que era sólido (un sistema sanitario, una forma de vida, un nivel de bienestar y complacencia, un hábito de lujos y caprichos, etc.) puede quebrarse en un instante y dejarnos en un caos de desorientación y carencias, como nos pasó hace doce años. Conviene recordar siempre lo relativo del acomodo complaciente, porque es una simple pompa de jabón en manos del viento.

La pena es que tengamos que vernos ante una catástrofe para recuperar nuestra humanidad, para llegar a aprender mucho.

Alberto Granados

Foto: Getty

Hemos aprendido mucho

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