Uniendo las tres ideas (el poder económico va a por todo, el consumo ha quebrado el espíritu reivindicativo y el individualismo elimina la cohesión social) obtenemos un desalentado retrato del tiempo que vivimos

El pasado mes de septiembre, Antonio Muñoz Molina escribía una brillante columna en El País (Dueños del mundo) en la que afirmaba que las revoluciones ya no eran, como en otros tiempos, cosa de sindicalistas y clase trabajadora, sino de los poderosos. Estas revoluciones consisten ya en un sofocante neoliberalismo que está decidido a quedarse con todo y arramblar con las conquistas sociales y laborales ganadas durante el último siglo y medio. Contaba en dicha columna que preguntaron a uno de los más poderosos si creía en la lucha de clases y que respondió: «Claro que sí. La hemos ganado nosotros». Hace sólo unos días, leía en un best seller muy de moda las reflexiones de un personaje sobre amigos suyos que en su momento habían militado en el Partido Comunista Italiano: ahora la democracia cristiana ha fulminado al PCI y el consumo a la clase obrera. Ayer mismo me llegó por whatsapp un vídeo de Spanish Revolution en que el actor Carlos Bárdem comentaba, entre otras cosas, el feroz individualismo en que ha ido cayendo la sociedad, algo que dinamita la cohesión social, la solidaridad, la simple visión “del otro”.

Manifestación del 1 de mayo de 2019 en Granada. Imagen de Pepe Marían en Ideal

        Uniendo las tres ideas (el poder económico va a por todo, el consumo ha quebrado el espíritu reivindicativo y el individualismo elimina la cohesión social) obtenemos un desalentado retrato del tiempo que vivimos. Militar en un partido de izquierdas (si es quedan esos partidos), reivindicar, perder haberes por días de huelga, acudir a manifestaciones, firmar mil veces para reclamar medidas oportunas… no ha servido más que para llegar a este pesimismo que nos atenaza, a un mercado laboral que roza el esclavismo, al aumento de las desigualdades que nos hubiera parecido obsceno hace 40 años, a permitir desafueros como la reforma laboral del PP, la política bancaria, la corrupción… y muy especialmente a la absoluta claudicación de no revolverse contra tanta injusticia. ¿Qué queda de una generación, la mía, que soñó con una verdadera democracia, con un estado más igualitario y justo, con la elevación de los más débiles…? Éramos jóvenes y teníamos los sueños y el futuro intactos, pero la realidad nos ha hecho conformistas y la edad nos ha cortado las ganas de luchar, tal vez con la esperanza de que las nuevas generaciones seguirían la estela. Pero esas nuevas generaciones están fuera de España («movilidad internacional», lo llamó cínicamente la ministra de trabajo Báñez) o parados, subempleados, precarizados y sólo encuentran algo de amabilidad en Spotify, las series de Netflix, el escape etílico del botellón y algún viaje al extranjero a casa de algún conocido del programa Erasmus. Se sienten tan fuera del mundo como nosotros y llevan razón: los hemos criado entre algodones, los hemos dejado fuera de las posibilidades que tuvimos incluso nosotros, los de la tardía postguerra (una carrera, un empleo y un sueldo para siempre, un piso pagado durante quince o veinte años…). No tenemos derecho a pedirles que luchen por lo que nosotros soñamos y, de esta manera la bola de nieve individualista e insolidaria deja todo el espacio a empresarios ávidos, financieros y banqueros que se han ido haciendo cada vez más fuertes, sin la entraña de pensar en los más necesitados: que un banco rescatado con dinero público desahucie a una familia y los deje en la calle me parece más propio del feudalismo que del s. XXI.

        Hoy es 1 de mayo, Día del Trabajo. En mis tiempos franquistas, se llamaba San José Obrero, para camuflar el sentido de lucha que la fecha tenía en el resto del planeta y, como bromeaba mi amigo Ángel, para diferenciarlo de san José Burgués, el del 19 de marzo. Este año, el virus deja en casa a trabajadores concienciados y a sindicalistas. Nada se oirá en las calles que pueda sonar a reivindicación, a cabreo social, a protesta. Este año, el Día del Trabajo nos dejará el sabor de aquel erradicado san José Obrero que congregaba en la Casa de Campo a escuadras de falangistas y coros y danzas de la Sección Femenina.

Il quarto stato, Pelizza da Volpedo, 1901

        El virus, que ha despertado en nosotros una oleada solidaria, que va a dejar una nueva normalidad que ni intuimos por dónde pueda salir, podría servir de detonante para un nuevo impulso de la izquierda adormecida, que hiciera frente a los plutócratas carroñeros, que restableciera el espíritu de lucha y defensa de derechos, que no nos deje con el recuerdo de aquel san José Obrero, sino con la lucha por el trabajo (lo repito: lucha, no acomodo ni resignación) y, sobre todo, nos devolviera los sueños que a mi generación concienciada nos han robado.

Alberto Granados

FOTO: https://es.slideshare.net/gustavogonzalez777/1-de-mayo-dia-del-trabajador

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