Dice Isabel Díaz Ayuso, Presidenta de la Comunidad de Madrid, que con el acto de cierre del hospital de campaña de IFEMA lo que ella quería era celebrar la vida.

Imagino que se refiere a la vida de las miles de personas que han conseguido salvarse de un virus del que todavía no se tiene claro casi nada, salvo una cosa: que cualquier riesgo, por mínimo que sea, lleva al contagio. Por eso es injustificable, una actitud imprudente y estúpida que, un acto simbólico, doña Isabel lo haya convertido en un trasunto del primer día de rebajas de unos grandes almacenes. Con bocadillos incluidos y ella sonriente en el epicentro de la foto, rodeada de centenares de personas abrazadas. Lo cual, que no acabo de enterarme de si esta señora se ha percatado de que el coronavirus sigue siendo realidad latente de angustia y muerte en ese Madrid que ha estado desbordado varias semanas y al que dice querer tanto; mayormente porque el amor se demuestra con inteligencia, con compromiso real, con sensatez institucional (en su caso el cargo la obliga), con menos fotos y dando ejemplo. Porque si quería homenajear a los sanitarios que han estado allí, nada mejor que invertir en los test que piden, o en proteger esa sanidad pública que nos ha salvado del caos, en vez de despedir con mano firme a los que se han jugado la salud para salvar la de otros.

Díaz Ayuso era una joven que pasaba por allí y se quedó en un momento en el que en el PP madrileño andaban todos a la greña; pensaron, claro, que alguien que se había ocupado de llevar las redes sociales del perro de Esperanza Aguirre no resultaba sospechoso de nada en las banderías del poder. Eso le dio el sillón, porque otros méritos conocidos no tiene. No fue igual la elección del actual alcalde, porque en este caso y contra pronóstico, acertaron: Martínez-Almeida se antoja ahora el mejor ejemplo de dirigente de una ciudad que se moría por momentos. Es la gran diferencia, la constatación de que hay mirlos blancos, pero pocos.

Llevo meses preguntándome qué nos pasa en España, cómo es posible que, salvo honrosas excepciones, tengamos tan mala fortuna con esta nueva generación de políticos de diversas ideologías que han alcanzado el poder como si fuera un juguete, sin entender que supone integridad, servicio y lealtad a los ciudadanos y no ese grado de inconsciencia chulesca y esa debilidad ética inéditas en esta democracia. No comprendo si es que no había más donde elegir, o es que son del mismo corte casi todos. Y luego me voy a Machado y leo: “en España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”. Pero sucede que, con tanto dolor y en un momento que exige tanta responsabilidad, no es consuelo que don Antonio tuviera razón.

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