El grito que desescaló a Granada: «¡Abuelos!»
La fase 1 es también la fase de reencuentros, como el de la familia de la Paz Martínez, que ayer cambió las videollamadas por un abrazo inevitable
El gol de Iniesta en la final de Sudáfrica. Freddy Mercury tocando el piano en Wembley. William Wallace pidiendo libertad y Tony Stark chasqueando sus dedos. El último paso antes de coronar el Everest. El cuadro de Edvard Munch… El grito es la forma más explosiva de narrar con detalle una emoción. Hay gritos que son tan parte de la Historia como el sueño de Luther King. Gritos que condensan una pandemia mundial en una única exhalación que vacía por completo los pulmones. Gritos que no necesitan más explicación: «¡Abuelos!». «¡Niños!».
Tras dos meses aislados, abuelos y nietos de Granada, acostumbrados a verse a través de una pantalla, rompieron este lunes las distancias con un encuentro entrañable. Abuelos como Ana María y Antonio, que nunca olvidarán la mañana del 19 de mayo de 2020, el día 1 de la fase 1 de la desescalada; el día en que sus nietos les atravesaron el alma. Pero para entender esa sensación hay que irse al principio, a la separación.
El 12 de marzo, el cardiólogo de Antonio le recomendó que se confinara cuanto antes, ya que era persona de alto riesgo por una cardiopatía. «Nos metimos en casa sin ir a ver a nuestras hijas ni a nuestros nietos ni a nadie», recuerda Ana María. Ella, profesora de Historia jubilada, tuvo que pasar 11 días en el hospital de Úbeda, con su madre de 91 años, enferma de alzheimer. «Se cayó en la residencia y se rompió el fémur. Qué ansiedad, allí metida, sin poder salir. Ver a las enfermeras, auxiliares, limpiadoras… todas enfundadas en plásticos, sin poder hablar… Se pasa mal. Allí me acordé mucho de todo el mundo. Me acordé mucho de mis niños».
Antonio y Ana María han pasado largas temporadas con sus nietos, siendo la mejor guardería que nadie pudiera desear. «Los hemos disfrutado mucho. Y ahora, aunque los veamos por la pantalla, sientes que te estás perdiendo cosas que podríamos tener». Eso decía la abuela el pasado viernes por la mañana, antes de que se supiera que Granada pasaba a fase 1. Esa misma tarde, abuelos, padres y nietos hicieron una videoconferencia con los dedos cruzados:
–¿Y mi mellada? –preguntó Antonio, el abuelo.
–Abuelito, estamos deseando ir al pueblo, a la piscina –respondó Jimena, la mediana, con 6 años.
–¡Dios te oiga, Jimena!
–¿Qué quieres que te traiga la abuela, Desireé? –Ana María, la abuela, buscó a través de la pantalla a la pequeña de la casa.
–¡Un huevo kinder! –gritó ilusionada Desireé, de 3 años, escalando por encima de su padre.
–¡Y chuletas de cordero de las tuyas! –añadió Jimena.
–Niños, ¡a ver si el lunes nos vemos! ¿Tenéis ganas? –se despidió Antonio, con la sonrisa pegada a la de su mujer, para entrar los dos en la pantalla.
–¡Pues claro que tenemos ganas! –respondió Alejandro, el mayor, de 9 años.
Entonces llegó el mapa de Simón en el que Granada salía pintada en un azul esperanza. Y los abuelos se pusieron nerviosos. Y los nietos dieron saltos. Y tres días después, al mediodía, fue como si tocaran a la puerta los mismísimos Reyes Magos.
El encuentro
Alejandro está deseando volver a jugar un partido de balonmano con sus amigos. Jimena sueña con un pase de gimnasia artística. Y lo que más quiere Desireé es seguir jugando con su hermano mayor, con o sin coronavirus. Su padre, José Antonio, es funcionario. Y su madre, Desireé, registradora de la propiedad. Eran las 12.30 horas. Los niños estaban revoloteando por el salón, como hormigas alrededor de un terrón de azúcar. Dicen que tienen ganas de ver a los abuelos, de que llamen a la puerta, de darles un abrazo, de ver qué cara ponen… Por fin sonó el timbre y la cara de los niños cambió de golpe.
«¡Niños! ¡Hola, mi vida! ¡Qué alegría más grande! ¡Qué felicidad más grande!»
Todo sucedió en un suspiro: miraron hacia el pasillo, luego se miraron entre ellos y, como si fuera una carrera de 100 metros lisos, salieron disparados por el pasillo a la velocidad de Usain Bolt mientras gritaban «¡abuelitos, los abuelitos!». Tras la puerta, los brazos de Antonio y Ana María se desplegaron como un aeropuerto en el que Alejandro, Jimena y Desireé aterrizaron a placer. «¡Niños! ¡Hola, mi vida! ¡Qué alegría más grande! ¡Qué felicidad más grande!», se emocionó la abuela. «¡Qué alegría! ¡Esto sí que es una alegría! ¡Pero cuánto han crecido!», exclamó el abuelo. Los abrazos y los besos, aunque furtivos, no se podían evitar.
Esos gritos de pura emoción recorrieron ayer los hogares más afortunados de Granada. Hay familias que todavía no pueden reunirse; familias que, en el camino, tuvieron que despedirse en la distancia; y familias que han decidido retrasar el abrazo, como las de tantos médicos y enfermeros que aún se ven obligados a sonreír a los abuelos a través de la pantalla,por mucho que los niños estén pendientes de la puerta. Ya lo dice Antonio, consciente de que habrá muchos que se sientan como él: «Estar tanto tiempo sin ellos es un calvario. Son nuestros únicos nietos y los queremos con locura». Y todo eso se condensa en un grito, «¡abuelos!», como el gol de Iniesta, como Freddy Mercury al piano…
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