«ATARFE: LA CULTURA DE LOS BARES Y LAS BARBERÍAS» por Francisco L. Rajoy Varela
Recuerdo que, a lo largo de la calle Real, había varias barberías incluyendo la de mi padre. Se respiraba un ambiente de amistad y sana competencia. Cada uno tenía su propia clientela y todo se desarrollaba con absoluta normalidad.
Antes de iniciar mi artículo de hoy y en respuesta a las preguntas que me han hecho acerca de si tengo publicado algo, he de contestar que por iniciativa privada y gracias a mi buen amigo Antonio Luzón que se encargó de gestionarlo y financiarlo, hay publicado un libro de poemas titulado: “Recuerdos del Ayer: Poesía del Corazón” y del que hay depositados unos ejemplares en la Biblioteca Municipal de Atarfe. A todos aquellos/as que les guste la poesía pueden solicitarlo allí y espero que disfrutéis de su lectura. Algunos poemas del libro acompañan a estos artículos.
Dicho lo cual, y agradeciendo a todos/as vuestro interés y la lectura de estos artículos, como muy posiblemente alguien o la mayoría se haya quedado un poco perplejo por el título de este artículo, me van a permitir que les recuerde algo que sobradamente saben, la definición de la palabra cultura.
En su origen etimológico, la palabra viene del latín “cultus” que significa “cultivo o cultivado”. Dicha palabra hace referencia al conjunto de bienes materiales y espirituales de un grupo social, transmitido de generación en generación a fin de orientar las prácticas individuales y colectivas. Incluye lengua, procesos, modos de vida, costumbres, tradiciones, hábitos, valores, patrones, herramientas y conocimiento. La función de la cultura es garantizar la supervivencia y facilitar la adaptación de los sujetos al entorno. Cada cultura, encarna una visión del mundo como respuesta a la realidad que vive el grupo social. Por tanto, no existe ningún grupo social carente de cultura o inculto. Lo que sí existen, son diferentes culturas y diferentes grupos culturales.
Por tanto, lo antes expuesto, encaja perfectamente a la hora de hablar de la cultura atarfeña. En aquellos años de penumbras y silencios, los bares y las barberías eran el santuario de la cultura. Y hablo con conocimiento de causa debido a mi experiencia personal tanto por el tiempo pasado en la barbería de mi padre, como en la taberna de Antonio el Coco durante mi niñez y adolescencia.
La generación de mis padres, en su mayoría sabían leer y escribir. Pero la de mis abuelos, era lo contrario. Bastar analizar los datos estadísticos para comprobarlo. El sol marcaba las horas y las noches los días.
Los bares, tabernas y barberías, no sólo eran lugares de tertulia donde se hablaba de toros, fútbol y mujeres. No, también se compartían vivencias y experiencias locales, incluso la gente preferentemente emigrante o viajera, contaba como era la vida en otros lugares de España y el extranjero y esas experiencias te enriquecían interior y culturalmente. Se respiraba una filosofía y una cultura de vida. Para aquellos que tuvimos la fortuna de vivirla, hay muchas veces que la añoramos. Cada uno, tenía su ritmo y desarrollo vital de forma armónica. No había la competitividad y la agresividad tan salvaje de hoy día.
Recuerdo que, a lo largo de la calle Real, había varias barberías incluyendo la de mi padre. Se respiraba un ambiente de amistad y sana competencia. Cada uno tenía su propia clientela y todo se desarrollaba con absoluta normalidad.
Las inquietudes culturales se desarrollaban de forma precaria. Por aquellos años no existía una biblioteca municipal como hoy y tampoco el bolsillo daba para comprar libros. Pero tuve la inmensa suerte que en casa de mi tía Matilde, mi prima Paquita que entonces estudiaba Medicina, hizo una colección de libros de la editorial Salvat de autores y obras variadas y ahí me pude sumergir en el apasionante mundo de la lectura y complementar mi cultura.
También me ayudó mucho, no sólo mis estudios de Bachiller, también las obras de teatro de género variado que se representaban en televisión en un programa llamado Estudio 1.
Aunque se podía profundizar más, creo que a rasgos generales, el escenario del ambiente cultural atarfeño era este.
RECUERDOS DE OTOÑO
En este otoño de mi vida,
desde la ventana de este corazón,
mitad hombre, mitad niño.
Desde la ventana de mi memoria
y a través de los cristales del recuerdo,
el niño vuelve a ver la vieja barbería.
Y ve al padre sobre una alfombra
multicolor de cabellos cortados.
Con su bata azul de bondad infinita.
Con su eterna y sincera sonrisa.
Sonora voz, sonoras carcajadas.
Siempre junto al sillón, su viejo amigo
de soledades, confidencias y silencios.
En el salón de la vieja barbería,
se exponen cuadros de tertulias y sabiduría.
A media mañana, su mujer,
compañera del alma, café y churros le trae,
y él con su sonrisa y amor, le corresponde.
Con su inconfundible olor,
a mi memoria la vieja barbería viene.
En este otoño de mi vida,
el niño vuelve a ver la vieja casa
y todos los objetos de la sala,
la alacena, las sillas, la mesa y la vitrina.
Y ve a la madre que uno nunca olvida
sentada sobre la máquina de coser.
De amor, entrega y sacrificio es su silla.
Una vida de sueños rotos a puntadas cosida.
Años duros, de carencias, sin perder la sonrisa.
Aquella vieja radio, encima de la máquina de coser,
compañera de soledades y silencios, sobre una repisa.
En aquellos años grises, de una vida
en blanco y negro, un hogar de color y calor,
donde en cada pared colgaban cuadros de paz y amor.
Inviernos fríos al calor de un brasero,
debajo de una mesa camilla de amor sincero.
Años de carencias materiales.
Años de abundancias espirituales.
En este otoño de mi vida,
hojas de nostalgia amarilla
arrastra el fresco viento
por las calles del sentimiento y el recuerdo.
Francisco L. Rajoy Varela
Junio 2020