«CAMPO, CAMPO, CAMPO» por Remedios Sánchez
Flores de almendro, luz última de primavera, levantarse al alba con un sol recién nacido que convoca al trabajo. “Campo, campo, campo -escribió Antonio Machado refiriéndose al labrantío jiennense- entre los olivos, los cortijos blancos”. Andalucía es un campo inmenso de amapolas salpicado de margaritas, cuando el agricultor baja a su tierra todavía con gotas de rocío. El campo andaluz, sobre todo en Almería y Granada, no ha sido un labrantío de señoritos como en Andalucía occidental, sino de esfuerzo y sacrificio de cada familia, de azada, pantalón de pana viejo y siembra esperanzada mientras se mira al cielo y la lluvia no cae. Pero la semilla se plantaba siempre, aunque la tierra fuese tan dura como el pedernal. Y los ajos, los pimientos, los tomates, los últimos nísperos, las cerezas, las habas o los présoles (en granaíno, guisantes) eran la cotidiana labor de los hombres y mujeres del campo en primavera que estaban atentos a su crecimiento milimétrico.
Las condiciones, ya lo digo, antaño fueron malas, doy fe: trabajo de sol a sol y de lunes a domingo. Pero también estaba allí toda la paz del mundo y el aire más puro que jamás he respirado, puedo jurarlo. Hoy, con tractores y riego por goteo, se ha facilitado algo, aunque, conste: nadie dice que sea una tarea fácil, ni cómoda, ni rentable en exceso. Pero para vivir, nos daba. Ahora, cuentan los periódicos, que en esta crisis que ya ha llegado casi nadie quiere ejercer de temporero, recolectar espárragos, fresones o albaricoques. Menos, cerezas, allá por el Valle del Jerte. Y me preocupa, en un país donde hay tanta necesidad, que las personas que se han quedado sin trabajo no piensen siquiera como opción en el campo, que es lo mismo que volver al origen, a la verdad primigenia, cuando recogíamos aceituna o vareábamos la almendra. Quien lo probó lo sabe.
Porque sucede que, durante los tiempos de bonanza, estas tareas las han hecho o bien mujeres marroquíes, o bien familias de Rumanía o de cualquier otro país al que reclamábamos mano de obra. Era economía de subsistencia, lo sabemos, y seguirá siéndolo en un país que no ha cuidado (tampoco) al sector agrario, que no ha protegido nuestra producción ni los precios frente a otras naciones, provocando pérdidas brutales y un desaliento indiscutible. Pero precisamente ahora no podemos reformar España de costado a costado de golpe, sino tomar nota para ir haciendo los cambios progresivamente y con firmeza. Y de asumir los trabajos que sean, porque nos vienen tiempos duros. A todos, porque resulta imposible que haya prestaciones para tantísimas familias. Unas manos manchadas de tierra y llenas de callos, son unas manos de tan alta dignidad, que merecen el respeto más hondo. Miro hacia dentro y revivo mi estirpe, cinco generaciones de labradores sencillos, mirando el movimiento de las nubes y esperando, mientras se secan la frente, una buena cosecha. Campo, campo, campo, con su verdad profunda. A mucha gente volver a los orígenes es lo único que puede hacerlos otra vez libres.