El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso que el mundo occidental rechazara los regímenes totalitarios, tanto del bloque fascista, como del comunista.

El único sistema político aceptable desde entonces ha sido el de las democracias parlamentarias, si bien quedaron países cuyos regímenes totalitarios suponían una especie de vergüenza internacional, un roto en la inmaculada tela de los ideales políticos. Uno de estos países, obviamente, fue España, donde el dictador estuvo gobernando hasta su muerte.

        Franco fue un militar ambicioso que supo canalizar los efectos de los errores de la República. La muerte de Calvo Sotelo le proporcionó el motivo perfecto para alzarse y establecerse políticamente. Su golpe de estado carecía de una ideología precisa, si no era la de ir contra la izquierda. Pero no encontró reparo moral alguno en aglutinar dos corpus ideológicos que, si bien hubieran debido ser antagónicos, le prestaron el apoyo suficiente para consagrarlo como caudillo salvador de España: el fascismo de Falange y el catolicismo de la Iglesia, los dos puntales en que centró su régimen de cuatro décadas.

        Entre los méritos de Franco está el haber iniciado nuestra guerra civil que tanta sangre y tanto dolor costó. Pero también provocó otros efectos: aplicó a los vencidos una cruel represión que llenó de muertos las cunetas y fosas de España hasta bien avanzados los cincuenta; vació las cátedras universitarias y los centros de divulgación cultural al condenar al exilio a lo más granado de la intelectualidad española (García Lorca ni siquiera tuvo la oportunidad de viajar al extranjero); fomentó la revancha a través de la Ley de Reparación, tan provechosa para delatores y tan angustiosa para los desposeídos de sus bienes; blindó la entrada de ideas impidiendo la difusión de la cultura extranjera y ejerciendo una asfixiante censura en libros, películas, arte y cualquier otra forma de pensamiento; borró del mapa a todos los partidos políticos y sindicatos, quedando como único credo político, impuesto por la fuerza, lo que él llamó el Movimiento Nacional y su complemento, el Sindicato Vertical; convirtió España en una gigantesca parroquia en la que no participar en actos de culto era señalarse peligrosamente… En definitiva, en un país sometido y controlado, un país ajeno a las libertades y derechos que la ONU consagraba como derechos esenciales.

Obispos haciendo el saludo fascista en presencia de Franco (Imagen tomada de laiscismo.org)

               Otro mérito de Franco, cruel y cínico como pocos, fue el erigir un gigantesco mausoleo para las víctimas, donde se reservó un espacio para el día de su muerte. Donde también reposa José Antonio. En buena medida, fue erigido piedra a piedra por los represaliados a los que se les ofreció trabajos forzados a cambio de redención de penas, penas en muchas ocasiones arbitrarias y carentes de garantías judiciales.

        Este es el franquismo y su base histórica. Esto es lo que, vergonzosamente, la derecha cavernícola aún defiende incluso desde partidos legales. Esto es lo que cada 20N sale a la calle. Se les llama los nostálgicos del franquismo. Yo los llamo defensores de la violencia, del fanatismo y del tiro ante una tapia.

        Y creo que un sistema democrático no puede mantener ese centro neurálgico del fascismo que es el Valle de los Caídos ni un minuto más. Por eso la exhumación de los restos del dictador, su traslado a una lugar discreto que impida su exaltación, sin ser una necesidad prioritaria, me parece una excelente noticia que espero ver en los diarios muy pronto. Será mérito de Pedro Sánchez y su gobierno, tan vacilantes y torpes en tantas cosas, pero acertadísimos y valientes en este asunto.

        La derecha española es, ante todo, anti-socialista y sigue echando de menos el autoritarismo de clase que siempre les hizo sentirse superiores. Y hay mucha derecha, pese a que todos los derechistas se dirán apolíticos y negarán que consumen los medios de derechas, que apoyan los argumentos de derechas y que reproducen los planteamientos de derechas. Eso, para mí, es ser de derechas, a lo cual tienen derecho, pero mienten al decirse apolíticos. Esta derecha, inexistente según ellos mismos, va a tener que tragarse el sapo de una civilizada exhumación y el traslado al Pardo. No se les ha ocurrido pensar en ese gigantesco cementerio que son las fosas comunes y cunetas de toda la geografía nacional, ni el dolor de sus familias, ni las mentiras que la propaganda nacionalcatólica vertió sobre las víctimas, ni el callado y humillante silencio a que condenaron a sus descendientes.

        Ahora se impone la justicia, el reconocimiento, la verdad, la reparación. Franco ya no es un héroe, sino un tirano genocida. La memoria histórica, que no histérica como la llama la derecha, cobra sentido y nos reivindica como nación, nos hace un país más digno, menos miserable. Sólo encuentro una pega: en vez de dejar los retos de Franco a un paso de Madrid, yo lo llevaría al escenario de una de las últimas gestas de la milicia española: al islote de Perejil, que tanto hizo disfrutar a Federico Trillo (corría un vientecillo…). Allí esos restos descansarían en la paz eterna y los nostálgicos tendrían más difícil falsear la memoria.

Imagen del blog La aventura de la historia

        Una última advertencia: el abad del Valle tendrá toda la autoridad moral que quiera esgrimir sobre su grey, pero los laicos solo reconocemos la autoridad civil, que en este caso es la que emana del gobierno de la nación. Si el mencionado abad se pusiera desafiante, como ha anunciado, las fuerzas del orden tendrían, inexcusablemente, que detenerlo y los jueces determinar si en su conducta no hay bastante de rebelión. Como ocurre, por ejemplo, con los detenidos del procés.

        Repito que, sin ser la exhumación un asunto prioritario para el país, la caída del régimen franquista, la caída definitiva, pasa por eliminar la exaltación del tirano. No es un normal en nuestro contexto que tengamos miles de asesinados en cunetas y fosas comunes mientras el culpable de esos asesinatos goza de un lugar de exaltación de su figura. ¿Qué país de nuestro entorno permitiría semejante pantomima? Eliminar el sentido del monumento (para ello, yo también exhumaría a José Antonio) nos devolverá algo de la decencia democrática que España va perdiendo, día a día, en las instituciones y en la calle.

 

Alberto Granados

ESCRITO 2019

FOTO PUBLICADA EN EL CIERRE DIGITAL

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