RIO CACÍN ‘Inmersión’ en el río secreto del Neolítico
Las aguas embalsadas en Los Bermejales fluyen rápidas bajo los desfiladeros de los Cañones del Cacín, un paraje clave para la aventura y conocer una comarca del interior de Granada, cargada de naturaleza e historia
Desde el aire, una fina línea verde delata su existencia. Es un estrecho bosque de galería que asoma desde el fondo de una fractura geológica que hace millones de años horadó la roca. Dibuja un trazado zizagueante que rompe la monotonía marrón y gris de las tierras del Temple. Bajo las copas de esos álamos, fresnos y sauces que crecieron hasta superar la altura de los desfiladeros, discurre el río Cacín, aguas procedentes de la cercana sierra de Alhama, un cauce oculto al fondo de enormes tajos de hasta un centenar de metros de altura, algunos de ellos extraplomados en un descarado desafío de las leyes de la gravedad. Son algo más de dos kilómetros que se conocen como los Cañones del río Cacín, que guardan los secretos de un paraje habitado desde hace más de 6.000 años, en las últimas etapas de la Edad de Piedra, y se mantiene casi sin alteraciones gracias a una orografía que lo hace inexpugnable.
El poder del agua y el tiempo han generado un enorme y escondido cañón con estrechas gargantas, pasadizos de areniscas y tajos de formas imposibles, poblados de rapaces, cuervos y grajillas. Un extremo ecosistema de ribera que permaneció oculto durante milenios, desde que desaparecieron los poblados prehistóricos, y que ahora puede ser disfrutado por quienes se atrevan a vivir una inmersión en sus secretos a través de puentes colgantes, escalas sobre paredes, cuerdas de apoyo y estrechos senderos bajo millones de toneladas de piedra.
Llegamos al poblado de Los Bermejales, un núcleo creado tras la construcción del embalse. Junto a su iglesia al aire libre, la ermita de la Inmaculada, parte un sendero que nos lleva a un mirador en el que contemplar la imagen de la presa, sustentada sobre los tajos originales que le otorgan gran parte de su altura, y desde sus laterales se despliegan las dos pareces contrapuestas de los cañones del Cacín. La vista se pierde hacia el fondo de un abismo oculto por el verde del umbrío bosque ribereño. Aunque desde este punto el sendero baja hasta el cauce, no otorga la seguridad necesaria para viajeros no especializados, ya que discurre ayudado por lo que se denomina vía ferrata, una senda ayudada por escalas y apoyos para salvar cortados y tajos, con elementos que no poseen el mantenimiento que necesitarían para otorgar una mínima seguridad.
Preferimos acceder desde el final de ese sendero y conocer los cañones aguas arriba. Para ello hemos de cruzar la presa, solo a un kilómetro, donde parte el cruce hacia la población de Cacín. A tres kilómetros, tras atravesar un puente al que llaman ‘puente romano’ aunque es de 1940, vemos un carril que sube hasta encontrar una primera vereda señalizada con un monolito de madera, que baja directamente al cauce. Una enorme maraña de zarzas, álamos, marrubios, emborrachacabras, higueras, rosales silvestres y sauces, bordean el estrecho sendero por el que caminamos y que, de inmediato, desemboca en el cauce. Hay que andar aguas arriba. Un puente de hierro y madera nos permite cambiar de ribera y salvar el primer gran tajo que cae recto sobre el agua. Son casi dos kilómetros entre vegetación y formaciones geológicas que se sitúan a ambos lados del cauce. En el recorrido encontramos dos puentes colgantes de cinco y diez metros de longitud respectivamente, formados con troncos atados entre sí y anclados a las paredes mediante finos cables de acero. Los extraplomos ocultan el cauce por completo a quien pudiese mirar desde lo alto de los tajos. La gran inmensidad de millones de toneladas de tierra y piedra trasmiten una sensación de extrema debilidad a quienes caminamos bajo ellas. El agua discurre tranquila junto a la base de la estrecha garganta. Solo es posible llegar hasta el punto en que se hace necesario el uso de la vía ferrata. Es el momento de volver, pero también el de observar las repisas de arenisca, a alturas de diez metros sobre el cauce, en las que se encontraron restos de asentamientos de los habitantes del neolítico, entre ellos uno de los tesoros del Museo Arqueológico Nacional, la Olla de Cacín, el vestigio de cerámica radial mejor conservado de Europa meridional.
Es un lugar para la aventura, un espacio fundamental para descubrir una tierra desconocida, de poblados del neolítico, asentamientos romanos, de escaramuzas entre ejércitos castellanos y nazaríes en liza por la frontera malacitana, y tierra de bandidos que acechaban a los viajeros que se aventuraban, incluso hasta finales del siglo XIX, entre Málaga y Granada. El Cacín, tras embalsarse en la presa de Los Bermejales, en el municipio granadino de Arenas del Rey, vertebra la comarca del Temple hasta fundirse con las aguas del río Genil.
Piedra pudinga para las columnas del Palacio de Carlos V
El río Cacín, tras los cañones, serpentea por un territorio de rocas calcáreas, de extrañas formaciones geológicas que forman parte de la historia de Granada. A pocos kilómetros de los cañones, en la localidad de El Turro, una gran roca depara la sorpresa de ser el único resto de la cantera de la que se tallaron las columnas que sustentan el Palacio de Carlos V, en la Alhambra. Un tipo de roca llamado piedra pudinga, formado por conglomerados que nadie pensó que lograrían resistir el paso de casi 500 años. Los primeros habitantes de la comarca del Temple sí lo sabían cuando, en la prehistoria, construyeron tumbas con ella.
JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE
Rincones al descubierto EN IDEAL
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