21 noviembre 2024

La educación española no funciona desde hace décadas, porque un país que fabrica leyes educativas como el que hace un patchwork (es decir, a fragmentos) va directo al precipicio.

Llega el verano, con su vuelo lento de gaviota, el cansancio acumulado en las pupilas y, con él, los resultados del Informe PISA 2018 referidos a comprensión lectora de nuestros estudiantes. Lo cual que se constata otra vez que los nenes de secundaria, con todos los medios técnicos a su disposición, se enteran mucho peor de lo que leen que hace catorce años, cuando éramos menos digitales y los aprendizajes se fundamentaban en la filosofía de la tiza, la voz mágica de los docentes y en prestar atención en clase para acabar rápido los deberes vespertinos. Habrá quien piense que hablo de la Edad Media, pero me refiero a hace menos de 30 años, justo cuando la LOGSE tomó posesión del cortijo y empezamos con esta caída en picado en la que se ha ido corrompiendo progresivamente la labor de los profesores hasta convertirlos en una suerte de animadores socioculturales de aula para evitar que se nos aburran las nuevas generaciones en esas tardes pardas de invierno con monotonía de lluvia tras los cristales, parafraseando a Machado, que, visto el perfil del alumnado, tengo serias dudas de que sepan quién es.

Los datos evidencian que tanta TIC y tanta sociedad 2.0 no forja unos quinceañeros con más capacidad de entender lo que leen; al contrario, porque andamos ya con unos niveles similares a los de Hungría, Bielorrusia, Israel o Turquía, que no se caracterizan precisamente por su compromiso formativo. En fin, que las encuestas y sus verdades postergadas vienen a sacarnos los colores para contar al mundo lo que ya sabemos; lo que se le ha explicado por activa, por pasiva y por perifrástica a los señores del ministerio del ramo y de la Junta de Andalucía para que pongan remedio: que la educación española no funciona desde hace décadas, porque un país que fabrica leyes educativas como el que hace un patchwork (es decir, a fragmentos) va directo al precipicio. En la España democrática ya estamos en la aplicación de la séptima (Ley del 70, LOECE, LODE, LOGSE, LOCE, LOE y LOMCE) y, con cada una, se ha ido restando cada vez mayor protagonismo a las humanidades y destruyendo, con la contumacia de un martillo pilón, todos los valores positivos de lo que supone el proceso real de enseñanza-aprendizaje, digan lo que digan los palmeros que justifican la calamidad para que los políticos camastrones de turno salgan del paso; si nos comparamos con Uganda, claro. Y no es que nuestros adolescentes sean especialmente torpes; es que han perdido la motivación y el entusiasmo por el descubrimiento, toda capacidad de asombro y de admiración frente a un maestro desalentado, que ha dejado de ser un espejo en el que mirarse para convertirse en una pieza más, maltratada por un sistema perverso que prioriza que se dediquen a rellenar formularios en vez de a encender el entusiasmo lector de una generación que, para sobrevivir, necesita comprender bien lo que pasa a su alrededor dentro de esta sociedad globalizada en la que sólo triunfan los más fuertes.

PUBLICADO EN IDEAL DE HOY