Decía Federico que Granada es apta para el sueño y para el ensueño y, el Albaicín, bien cuidado y con un proyecto de barrio verdadero, pudiera ser el lugar más hermoso del mundo, habitable y habitado

Cuando la luna abraza Granada, el Albaicín, que es un laberinto eternizado de calles intrincadas, le da las buenas noches a su vecina de enfrente, La Alhambra, ante de irse a dormir con una manta de estrellas. Es hermosa la noche albaicinera, caminar despacio en soledad buscada, transitar sus recodos perdiéndose en la lentitud de siglos que supone cada piedra desgastada que es tiempo detenido. A lo lejos suena una guitarra y el agua es un surtidor pequeño y delicado -que casi no se escucha- vertiéndose en la alberca que se esconde en cada carmen con su jardín sereno, porque ya se sabe que los granadinos vivimos para adentro. Decía Federico que Granada es apta para el sueño y para el ensueño y, el Albaicín, bien cuidado y con un proyecto de barrio verdadero, pudiera ser el lugar más hermoso del mundo, habitable y habitado.

En mitad de tanta paz y sosiego está Casa Ajsaris, que es como decir uno de los museos privados más importantes de España. Hace unos quince años ya, acompañando a la poeta Mariluz Escribano, tuve la fortuna de que sus propietarios, Juanma y Paco, nos mostraran la inmensidad de su tesoro, ése que han construido a fuerza de tesón, con el sacrificio que da la pasión por el arte verdadero. Allí se dan la mano las obras de Capulino Jauregui con las de Gabriel Morcillo, Juan de Sevilla o Apperley; y hay un diálogo silente entre bellísimas esculturas de una Dolorosa y un Ecce Homo de Pedro de Mena con otras de Risueño, mientras unas mujeres desmadejadas, que se salen del lienzo de López-Mezquita, admiran una Alhambra plena de luz y color de Mariano Bertuchi. Y no hablamos de las pinturas de Maldonado, Agrasot, Isidoro Marín, el maestro Larrocha o Soria Aedo en cada rincón. Pinturas, esculturas, bargueños, miniaturas y carteles se dan la mano en un derroche de habilidad en la selección de los mejores pintores y escultores del siglo diecisiete a hoy, con especial dedicación a los autores decimonónicos. Es un recorrido fascinante e inolvidableor un colección que recoge obras esenciales del arte, verdaderas joyas irrepetibles.

Y ahora, nos enteramos por Ideal de que Juan Manuel Segura y Francisco Jiménez, hartos de la desidia y la inoperancia, de esta eternidad que habita el espíritu granadí, están negociando con otras ciudades cederles (sí, he escrito cederles, no venderles, como sucedió con algunos otros personajes a los que se les anda haciendo ‘rendez vous’ cada dos por tres) su patrimonio, llevárselo a un lugar donde se les dé su sitio y donde las obras tengan el espacio museístico que merecen para disfrute del visitante. Evidentemente, una Granada que busca la Capitalidad Cultural 2031 no puede permitirse desaprovechar tal legado cuando lo único que piden sus dueños es elegir el espacio entre los múltiples edificios vacíos que posee el Ayuntamiento. Por eso nuestros gestores políticos están obligados a llegar a un acuerdo con ellos; porque la sociedad cultural granadina está ya cansada de que todo sea pérdida, desafuero, torpeza o ignorancia.

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