Me refiero naturalmente a esa supuesta pantera negra como el azabache por la que ha estado media Granada inquieta, como si la zona de Ventas de Huelma y paredaños se hubiera convertido en una prolongación de la selva tropical americana.

La noticia de la última semana no es que el PP, desde Madrid y desde Málaga (la sede de la Junta podrían perfectamente trasladarla a Málaga para ahorrarle viajes a Bendodo), sustituya al discreto Pablo García por el igualmente prudente Francisco Rodríguez, del que no se sabe mucho más aparte de que es un buen alcalde en Alhendín y que ejerció de diputado de deportes con Sebastián Pérez cuando todo eran abrazos y amistad. Luego vino otra época, un tiempo raro de palo y tentetieso, pero hoy no toca remover el barro ni decir que los dirigentes granadinos del partido sabrán mejor que nadie quién es la persona carismática y buena conocedora de nuestra idiosincrasia que les conviene que lidere su proyecto. Habrá que darle tiempo a Rodríguez para ver qué pasa; y, mientras, toca hablar del felino que es el protagonista del momento, la foto más buscada, la más chocante. Más aún que una de Sebastián Pérez dando una rueda de prensa en la Plaza del Carmen.

Me refiero naturalmente a esa supuesta pantera negra como el azabache por la que ha estado media Granada inquieta, como si la zona de Ventas de Huelma y paredaños se hubiera convertido en una prolongación de la selva tropical americana. Lo cual que andábamos todos pensando que un feroz carnívoro merodeaba por nuestras puertas, igual que Pepe el Romano rondaba a caballo la noche cerrada de la calle de la casa de Bernarda buscando el calor de Adela, cuando nos han desmontado otra ilusión. Porque parece ahora que la pantera nunca existió: que era gato serval o parecido, un depredador de la sabana, de esos que malviven en los desiertos africanos; o bien un gato común sobrealimentado, aún no está claro. Lo que resulta evidente, viendo el calibre del mamífero, es que nadie podrá decir que en las comarcas granadíes no protegen la fauna sea o no autóctona.

Estamos en lo de siempre: en Granada soñamos con que suceda algo extraordinario, algo que nos cambie la vida, con que aparezca un líder brillante y rompedor, capaz de atrapar, igual que una pantera, un porvenir cargado de posibilidades que den oxígeno a la depauperada economía local, oportunidades de futuro, y al final la cosa se nos queda en nada. Y luego se sorprenden ésos que ven ‘la vie en rose’ porque el espíritu local ande entre melancólico y desencantado desde los tiempos de Ganivet.

Por eso, aquí, o empieza a verse un rumbo cierto, o el desencanto va a ser generalizado, porque el momento de buenas palabras pasó. Ahora se esperan actuaciones concretas y decisiones firmes (a ser posible coherentes) con resultados que resitúen a Granada en el mapa económico y sociocultural. La pantera, ejemplo de sagacidad y paciencia, metáfora de esos dirigentes que necesitamos con urgencia, no vale como señuelo porque se nos ha quedado en un gato salvaje y obeso mientras Granada es como la narración de lo que ya pasó en Sevilla, que decía Federico. Y así no hay quien se motive, oigan.

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