22 noviembre 2024

«MUÑOZ MOLINA Y EL CENTRO ARTÍSTICO» por Alberto Granados

[dropcap]Ha reconocido que debe su prestigio a las oportunidades que se le abrieron en Granada, pero se percibe en sus escritos que aquí se ahogaba y aprovechó la nueva situación que supuso su nueva relación amatoria para volar, igual que Manuel, el protagonista de El jinete polaco, su trasunto literario y vital.

El Centro Artístico, Literario y Científico de Granada es una institución cultural que cumplió 135 años el pasado mes de abril. Entre sus socios estuvieron Manuel de Falla, los hermanos García Lorca, el periodista Constantino Ruiz Carnero (torturado y fusilado en 1936), Melchor Almagro, Antonio Gallego Burín… y, en la actualidad son socios o han pasado por sus actividades la mayor parte de los intelectuales de la ciudad. El CALC ha estado en peligro varias veces, pero ahora, bajo la batuta de Celia Correa, ha remontado el vuelo y está presente, no solo en sus numerosas actividades, sino en el mismo tejido humano de la ciudad por sus reivindicaciones y reconocimientos de personas y por su implicación en los problemas de los granadinos.

          Resucitado por la actual directiva el Boletín del CALC, ahora en su cuarta época, bajo la dirección de Juan Chirveches, se tenía previsto un número dedicado al aniversario de la institución, publicación que se iba a presentar al público el pasado mes de abril. La pandemia lo impidió y ahora ese voluminoso número n. 11 se ha puesto a la venta, sin presentación formal, para evitar contagios. Entre sus páginas va un artículo mío que no tiene más mérito que el de haber conseguido fotografiar un material que muy poca gente ha visto, aunque las imágenes, recogidas en el Archivo Histórico del Palacio de los Córdova con un móvil, no tengan calidad. Este es mi texto:

 

 

 

MUÑOZ MOLINA Y EL CENTRO ARTÍSTICO

Gran parte de la vida de Antonio Muñoz Molina, tras abandonar Granada, ha transcurrido en Madrid, Nueva York y, recientemente, en Lisboa. Ha manifestado en algunas de sus columnas que el único ámbito donde se siente libre es la gran ciudad, donde halla respuesta a sus demandas en campos como los museos y salas de exposiciones, los conciertos y óperas de los más prestigiosos auditorios, los espacios escénicos, la creación literaria, etc. Ha reconocido que debe su prestigio a las oportunidades que se le abrieron en Granada, pero se percibe en sus escritos que aquí se ahogaba y aprovechó la nueva situación que supuso su nueva relación amatoria para volar, igual que Manuel, el protagonista de El jinete polaco, su trasunto literario y vital. Por mi parte, siempre he sentido que ese Manuel era yo mismo, asfixiado en un pueblo (el novelista, al menos, vivió en una ciudad como es Úbeda) en el que no encontraba nada que me retuviera y del que quería huir para comprobar si era capaz de afrontar la vida con suficiencia. De ahí arranca mi admiración por el escritor ubetense y universal.

 

 

 

Muñoz Molina participó abundantemente en el mundillo cultural granadino. Aquí surgieron sus columnas en Diario de Granada, Ideal u Olvidos de Granada, que dieron lugar a sus dos primeros libros: El Robinson urbano (1984) y Diario del Nautilus (1986); también desde aquí dio el salto a los medios de ámbito nacional: ABC le abrió las puertas en 1987 y El País, aparte de algunas colaboraciones aisladas anteriores, le dio una columna fija en 1991, columna que, cambiando el epígrafe y la sección del periódico, se mantiene hasta la actualidad; igualmente, fue en Granada donde escribió algunas de sus mejores novelas, Beatus ille, El invierno en Lisboa, Beltenebros…; su novela Plenilunio está basada en un terrible suceso local; y también en esta ciudad participó activamente en la vida cultural (presentaciones de libros y revistas, prólogos de publicaciones, tertulias y mesas redondas, etc.).

En este contexto, Muñoz Molina y el Centro Artístico tenían que encontrarse: un autor que se abría camino y una venerable institución, que este año cumplirá 135 años de existencia… ¿cómo no iban a coincidir? Este sencillo punto de partida me ha llevado a rastrear el paso del autor por la institución y he encontrado algunos vestigios de su relación con el CALC.

En efecto, la tarde el 15 de diciembre de 1984, en la Sala del piano, un ubetense afincado en la ciudad presentaba su primer libro, El Robinson urbano, asistido por José Carlos Rosales. Arturo Cid al saxo y Luis Poyatos al piano remataron la presentación, imagino que con esas piezas de jazz que el columnista adora. El acto formaba parte de una serie de actividades del Centro que se habían programado bajo el título “Pre-Centenario”. Ésta era la actividad número 4 del ciclo, según la invitación impresa que se distribuyó.

 

 

 

Diario de Granada de esa fecha inserta un breve en la página 13 anunciando el acto. Curiosamente, en esa misma página se da noticia de dos actividades de la noche anterior: la presentación del poemario Troppo Mare, de Javier Egea, por Rafael Alberti, y una conferencia de don Emilio Orozco sobre san Juan de la Cruz, en el propio Centro Artístico. El mismo periódico publicó al día siguiente una nota sin firma, informando sobre el acto. La nota termina: «Por último se refirió al Centro Artístico “presente sin saberlo en este libro”.». El 15 de marzo de 1985, el suplemento literario del Diario, Cuadernos del Mediodía (nº 191, pp. 18 y 19), insertó dos artículos sobre El Robinson urbano, firmados por Pablo Alcázar (El fulgor de Robinson) y Juan Mata (Viajero en una ciudad invisible).

 

 

Por su parte, Olvidos de Granada, en su quinta entrega (febrero de 1985) incluyó dos artículos sobre el libro. En la página 12, se reproduce el texto leído por Rosales en la presentación. En los párrafos finales, el poeta dice:

«Evidente e inaudito que ahora mismo Robinson y Apolodoro, en una sala de billar situada muy por encima de nosotros, en este Centro Artístico que aparentemente navega a la deriva, jueguen inalterables una eterna partida a la americana. Una partida a la que no estamos invitados, ni siquiera como espectadores. Bastaría guardar silencio unos segundos para escuchar desde aquí el ruido intermitente de las carambolas, el suave deslizar de las pisadas, los breves comentarios».

 

 

 

                    En la página siguiente, el novelista granadino Justo Navarro, firma un artículo, Notas sobre Antonio Muñoz Molina, en que resalta la calidad del libro.

Es costumbre que el autor de un libro presentado en el CALC done un ejemplar dedicado a la institución y firme en un libro de honor. No he conseguido localizar estas dedicatorias, pese a mi indagación en la Biblioteca del Salón y en el Archivo Municipal.

La segunda comparecencia de Muñoz Molina en el Centro Artístico está menos documentada: se trata de una lectura poética de su amigo José Gutiérrez, en la que el novelista ejerció de presentador. El acto tuvo lugar el día 30 de noviembre de 1985.

 

 

 

Un dato más: Olvidos de Granada, en el número 16 (sin fecha constatable, aunque de 1987) ofrece un artículo del columnista: Primera crónica de una sociedad secreta, en que comenta el nacimiento de un llamado Club de Jazz de Granada. En el artículo puede leerse:

«El Club de Jazz de Granada, del que dicen crónicas que salió a la luz pública del mundo el pasado trece de marzo, y no en cualquier parte, sino en el bar —medio sótano y medio mausoleo, con un cierto aire de Speak-easy del Centro Artístico, Literario y Científico de Granada—, cuyos socios fundadores parece que se revolvieron ligeramente en sus tumbas al ritmo de la desaforada jam session con que se inauguró el club». Y más adelante: «A nadie le cerró sus puertas el club. Raro sería, cuando su fundamento es una música que las contiene a todas y que desde el sagrado delta del Misisipí —El Old man de los blues y de William Faulkner se ha establecido en el mundo como una de las dos artes del siglo XX— y la otra es el cine».

 

 

 

Ignoro qué opinión tendrá el autor sobre el Centro, su espíritu, sus socios o sus actividades, pero me pregunto cómo habría sido su evolución personal y literaria si no hubiera abandonado Granada. Tal vez lo encontraríamos por Puerta Real, en una cafetería, concierto o sesión de cine. Tal vez sería socio del CALC, si no por una decisión propia, por solidarizarse con la llamada de socorro que la Presidenta lanzó hace unos años para salvarlo del cierre con la conminatoria afirmación de que «Granada no tendría vergüenza si deja que se hunda su institución cultural más antigua». Tal vez participaría activamente en las actividades y nos tomaríamos una cerveza a la salida de alguna presentación o conferencia… Tal vez.

No parecen existir más vínculos entre autor y Centro, pero el azar o la estadística también juegan la partida de eso que llamamos la vida y en este caso es necesario hablar de otro vínculo de naturaleza casi cabalística: Muñoz Molina ha reflejado en varios textos altamente biográficos su paso por el área de Cultura del Ayuntamiento, donde compartía despacho con una compañera. No es otra que Celia Correa, la actual Presidenta del CALC, la que sin duda lo habría captado como socio en el momento más crítico. Como nunca es tarde, yo propongo el nombramiento de Antonio Muñoz Molina como Socio Honorario del CALC. Como diría su paisano Joaquín Sabina: Nos sobran los motivos.

Alberto Granados

 

NOTA DEL DÍA 10/12/2020: Con fecha de hoy, un correo de Antonio Muñoz Molina me informa de otra participación suya en el CALC que yo no tenía controlada: “Hubo, que yo recuerde, otra participación mía en el Centro Artístico, una conferencia introduciendo un recital de Elena Martín Vivaldi, creo que hacia el 85, pero no me acuerdo”.

Gracias, Antonio. Aclarado queda.