Don Francisco de Goya, ese afrancesado que pintó a Borbones y aristócratas del Antiguo Régimen, formuló, tal vez para justificar sus contradicciones, que el sueño de la razón produce monstruos.

Lo hizo en uno de sus Caprichos, el número 43, y su título completo es El sueño de la razón produce monstruos (1799). En el aguafuerte aparece un hombre dormido en una silla, con la cabeza echada en una mesa. El personaje aparece rodeado de criaturas monstruosas, especialmente murciélagos y aves deformes, pero también algunos animales parecidos a gatos, que lo rodean y observan amenazadoramente. Renuncio a una interpretación icónica, pero quiero enfatizar el contenido psicoanalítico avant la lettre de la imagen: un hombre acosado por sus obsesiones, por sus monstruos interiores.

          Casi dos siglos y cuarto después, el ser humano no ha cambiado. En esta era digital, nuestros sueños siguen generando monstruos, pero ahora los medios y las redes agigantan su proyección social hasta convertir las pulsiones de alguien en espectáculo. Lo de menos es la capacidad de alguien (es decir: la inteligencia, la creatividad, la empatía, la bondad, etc.), circunstancia que ha pasado a segundo o tercer plano. Ahora lo importante es el impacto social, el número de seguidores en Instagram, el número de twits o el de likes en redes. Las cadenas más impresentables airean después las míseras intimidades de estos personajes, algo que inexplicablemente genera un filón económico. Cuanto más bizarro sea el personaje, más morbo genera y produce más beneficio. De siempre hemos mirado las llagas del leproso y la deformidad en las barracas de feria.

          De esta forma, fijamos la atención en toda una galaxia de personajes inanes, que por una extraña sinergia, han accedido al famoseo y todos los días son noticia, de escaso calado, es verdad, pero noticia, aunque sea en la sección más canalla de un medio. Son las celebrities, los personajes célebres, dotados de una excepcional capacidad para ganar dinero sin aportar absolutamente nada.

No deseo verme ante un juez acusado de injurias, así que me ahorro la nómina de famosos que viven del cuento sin aportar a la sociedad nada más que su presencia constante en medios y redes, algo que en esta desnortada época nuestra parece ser motivo suficiente para ganar dinero y prestigio, entiéndase prestigio de garrafón, prestigio barato e inexplicable. La paradoja es que la labor abnegada del investigador, del médico de familia, del maestro, del emprendedor… están condenadas a la indiferencia, en tanto que las boutades de estos ídolos con pies de barro y cerebro de aire, parecen siempre destinadas al mayor de los reconocimientos.

En estos días, la prensa ha informado de que Cristina Pedroche se ha embolsado la bonita suma de 60.000 euros por su actuación durante la retransmisión de las campanadas en Antena3. Creo que una sociedad que permite este insulto es una sociedad enferma. Una señora sin más mérito aparente que su belleza y sus tablas gana en unas horas lo que un empleado de supermercado en un año. No veo aceptable ni su reiterativa presencia ni el montante de sus emolumentos. No le veo otro mérito que el ser atractiva y el estar dispuesta a mostrar su anatomía. No cuadra con mi apreciación sobre lo que valen los trabajos de la gente. No me escandaliza su semidesnudo, en absoluto: en cualquier rincón de una playa hay más carne. Me escandaliza, por el contrario, que figuras como Cristina Pedroche sean dueñas y señoras de la celebridad, palabra que remite a la acción de celebrar o ensalzar los méritos de alguien. Aquí no hay más que montaje mediático y un vacío cognitivo alarmantes. Me escandaliza especialmente que todo un amplio sector de la población española consagre estas actitudes, especialmente en un año en que la industria cultural (la del talento verdadero) se ha ido a pique, el empleo ha descendido, las previsiones económicas son una pesadilla, los muertos y contagiados se acumulan en las estadísticas y en muchas casas se pasa hambre. El contraste entre la realidad y los oropeles de Nochevieja me parece obsceno, demasiado triste como para taparlo con una destapada Cristina Pedroche, soberbiamente remunerada.

En el s. XVIII, el sueño de la razón producía monstruos. En el XXI el sueño de la sinrazón produce celebridades. Hemos pasado de L’Encyclopédie al Hola. Se ve que vamos progresando.

Alberto Granados

https://albertogranados.wordpress.com/2021/01/06/el-sueno-de-la-sinrazon/
 
foto: https://infomix.tv/serie/1243/2-la-ley-del-famoseo/
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